Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
El ser humano ha sido definido, desde tiempos clásicos, como un ser racional. Se ha dicho, así, que su particularidad y la principal característica que lo diferencia de cualquier otra especie es su capacidad de regirse bajo la luz de la razón. Walter Fisher, académico estadounidense del siglo pasado, se opuso en cierta medida a esta idea, que denominó “paradigma racional”. Fisher planteaba, bajo lo que se conoce como “teoría narrativa” o “paradigma narrativo”, que las personas somos, antes que nada, seres formados por relatos, por historias, por palabras. Todos somos creadores y narradores de cuentos, de reflexiones; éstos constituyen una de las formas de comunicación más antiguas y universales. Somos seres narrativos.
Esto tiene implicaciones inimaginables. Las palabras no sólo nos permiten relacionarnos con los otros, compartir, o conformarnos como personas –como afirmaba Fisher–. Las narraciones son parte fundamental de la memoria colectiva. La palabra escrita, por su parte, constituye una de las formas más lúcidas del recuerdo. “Sólo somos palabra” dice Víctor Cata en su fantástico libro. “Sólo somos memoria y recuerdo en la cabeza de los demás. Nos fijamos en la mente de los que tengan ganas de acordarse de nosotros”.
Sólo somos palabra nos permite, precisamente, no olvidar; admirar la otredad que ha sido marginada, olvidada, pero que resiste. Redactado en zapoteco, y traducido por el propio autor al español, el libro es una compilación de cuentos que relata el vivir y devenir del pueblo zapoteca. Transcurre en el monte, en el campo, entre la maleza y desde la hamaca donde los personajes se acuestan a recordar y narrar.
Escritor, historiador y lingüista oaxaqueño de origen zapoteco, Víctor Cata nos regala con cada narración pinceladas de un mundo campestre, casi mítico, donde lo extraordinariamente mágico es cotidiano y común. Los personajes de estas historias son valientes –y a veces, también, irreverentes–. Realizan pactos con el diablo, blasfeman, pero también temen; adoran y desafían lo sagrado.
En Sólo somos palabra coexiste lo divino con lo terrenal, el pasado con el presente. “Un tal Jesús” habla zapoteco, al tiempo que se le ve tristemente sentado, mirando a ninguna parte mientras, desde la corona de espinas, le escurre la sangre por el rostro. Personajes que dejan testamentos en el pasado, hacen milagros en el presente. Santos, niñas, niños, diablos, animales y dioses conviven como vecinos. El culto cristiano se mezcla con el pagano y los personajes bíblicos son tan corruptibles como los humanos. San Miguel lleva un machete en lugar de una espada, y es pícaro, vengativo como cualquier hombre.
Los relatos, además de costumbristas, resultan fabulescos. No expresarse de manera clara, desobedecer o maldecir lo sagrado pueden tener consecuencias terribles, como malinterpretaciones que llevan a la pérdida de los bienes más preciados; causan muerte, castigos, penitencias y olvidos eternos.
La naturaleza es un personaje más en los cuentos: “El sol se volvió a sentar donde se sentó ayer: en medio del cielo”. “Este viento que bajó ayer corre de un lado a otro, chifla, llama a la gente para que salga y juegue con él”. “El cielo recogió su enagua de luciérnagas y apagó la luna”. La tierra, el viento, la luna y cada elemento de la naturaleza forman parte activa de la comunidad: respiran, juguetean, viven.
El lector también parece ser parte del diálogo. Algunos relatos se plantean a manera de confesiones nocturnas –de las cuales nosotros somos testigos–, chismes, leyendas y tradiciones que nos son contadas.
Aquellos relatos de los que somos testigos son indispensables. Tal como enuncia la escritora Carmen Boullosa en el prólogo que antecede a los relatos, Sólo somos palabra es un libro necesario.
Necesario porque, sin la literatura de otras lenguas nuestras, el mundo literario mexicano vive tronchado, manco, tuerto; nuestra memoria y nuestro presente mutilados.
Carmen Boullosa
El propio autor ha mencionado que concibe la literatura como un refugio de la lengua zapoteca: “Desde que los zapotecos dejaron las armas en defensa de sus territorios, en el siglo XX, la palabra ha sido otra trinchera”.
En ello recae la importancia de crear estos espacios para las lenguas indígenas. Las páginas se erigen como refugios y antídotos contra el olvido. La memoria, que tanto se privilegia en la narración de Víctor Cata, ha de sobrevivir, pues todos somos palabra, aunque a veces, como Epifanía de los Santos –personaje del último cuento–, queramos ser puro olvido y silencio.
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Autor: Sofía Amezcua Apasionada por la cultura y sus manifestaciones. Historiadora del arte en formación. Ser narrativo. |