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«Yo también maté a Franco (romance anarquista)» de Luis Ángel Martínez Diez

Contada de otra manera, ésta es la historia de un hombre joven que se cansó de vivir, que dejó de gustarle la vida o que descubrió que nunca le había gustado, y que decide matarse. Finalmente decidió aprovechar el viaje y matar a Franco. Ya tenía decidido morir por su propia mano, mataría de paso al principal culpable de sus males.

Luis Ángel Martínez Diez – Yo también maté a Franco

Éstas son las palabras de un narrador que mira a un hombre durante sus primeras semanas de encierro, las más duras para cualquiera que pisa por vez primera la cárcel –aun cuando la falta de libertad se viva de ambos lados de las rejas–. De origen mexicano, Jaime llega a la España del régimen franquista, acusado y encarcelado por el peor crimen contra el Estado: ser comunista.

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Cuentos para leer en los aviones - Aimeé Cervantes

«Cuentos para leer en los aviones»: El extraordinario mundo de lo cotidiano

¿Qué pasa? Ha ocurrido una palabra. Nadie la ha dicho, tampoco ha sido escrita o dibujada, simplemente lo dicho: ha ocurrido.

Alejandro Aura, «Cuentos para leer en los aviones»

Desde su primera frase, Cuentos para leer en los aviones eleva el día a día al plano de lo maravilloso. Su primer relato, «Al sueño perfecto», narra una jornada de trabajo en una tienda de artículos para el sueño. Sin embargo, Alejandro Aura logra aportar a la historia, banal a primera vista, un tono onírico y mágico. Esta sensación de asombro ante lo cotidiano impregna toda la antología. Los personajes añoran constantemente su pasado; anécdotas aparentemente anodinas, pero relatadas con tal belleza que no podemos evitar preguntarnos qué secreto esconden. Tal es el caso de «Sur, María», en el cual el yo narrativo cuenta a su hija un viaje que hicieron por Sudamérica: “A veces, muchos años dan pocas páginas. Otras, un instante da resmas de hojas escritas que ocupan horas en ser leídas.”

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Sólo somos palabra - Aimeé Cervantes

«Sólo somos palabra»: Memorias de un pueblo zapoteca

Ilustración de Aimeé Cervantes Flores

El ser humano ha sido definido, desde tiempos clásicos, como un ser racional. Se ha dicho, así, que su particularidad y la principal característica que lo diferencia de cualquier otra especie es su capacidad de regirse bajo la luz de la razón. Walter Fisher, académico estadounidense del siglo pasado, se opuso en cierta medida a esta idea, que denominó “paradigma racional”. Fisher planteaba, bajo lo que se conoce como “teoría narrativa” o “paradigma narrativo”, que las personas somos, antes que nada, seres formados por relatos, por historias, por palabras. Todos somos creadores y narradores de cuentos, de reflexiones; éstos constituyen una de las formas de comunicación más antiguas y universales. Somos seres narrativos.

Esto tiene implicaciones inimaginables. Las palabras no sólo nos permiten relacionarnos con los otros, compartir, o conformarnos como personas –como afirmaba Fisher–. Las narraciones son parte fundamental de la memoria colectiva. La palabra escrita, por su parte, constituye una de las formas más lúcidas del recuerdo. “Sólo somos palabra” dice Víctor Cata en su fantástico libro. “Sólo somos memoria y recuerdo en la cabeza de los demás. Nos fijamos en la mente de los que tengan ganas de acordarse de nosotros”.