Si un estudiante extranjero de español al que le han dicho que en nuestra lengua todas las palabras que terminan con –a designan a sustantivos femeninos, ¿qué hace con la palabra poeta? ¿Qué artículo se le asigna sin mayor contexto? ¿La poeta, el poeta? Poēta, en latín, era una palabra de género gramatical masculino. Sin embargo, pertenecía a la primera declinación que incluía, casi en su totalidad, a sustantivos de género gramatical femenino. Era, como se enseña en las clases de latín, una excepción. Y, por mucho tiempo, las mujeres escritoras de poesía fueron una excepción y un caso peculiar pues, sus versos no eran considerados dignos de entrar a la historia de la literatura dado que se creía eran únicamente dedicados a los sentimientos y las pasiones. Así, muy pocas mujeres consiguieron un lugar en el canon literario y por ello, hoy tenemos pocos registros de la expresión poética femenina de muchos siglos. No hace falta más que una simple búsqueda en Google para comprobarlo: si se busca «Poetas mexicanas» aparece una larga lista de poetas varones en la que solo se logran colar Sor Juana Inés de la Cruz y Rosario Castellanos. Pero, si cambiamos a «Poetisas» los resultados son diferentes.
Hoy se discute todavía si la palabra más adecuada para las mujeres que crean poesía es «poeta» o «poetisa». Como en toda polémica, hay argumentos de todos lados. Hay quien dice que «poetisa» por cuestiones históricas y para evitar confusiones debería ser la elección. La respuesta del otro bando es que en búsqueda de contrarrestar una tendencia histórica también de utilizar «poetisa» como palabra denotativa de inferioridad, la mejor decisión sería utilizar «poeta». Mi elección es la segunda.
¿Es que las mujeres solo escriben de amor? ¿O han utilizado el amor, que ha sido el tema que se les ha delegado, para escribir algo más? Pero aquí caben también otras preguntas: ¿Escribir de amor está mal? ¿No es acaso una de las intenciones del arte? ¿Hacernos sentir?
Elegí cuatro poemas de cuatro poetAs mujeres que a mi gusto, el cual es al final el criterio con el que se hacen la mayoría de las selecciones, representan poemas de sentimientos fuertes, lejos de lugares comunes. Todas, me parece, son escritoras que merecen una atención especial. Esta selección forma parte de un intento mío, bastante cursi queda decir, para leer en el marco de ese día feliz o absurdo, que hemos dedicado más que al amor, a estar enamorados. Dejo a los y las lectoras la tarea de leer en voz alta los siguiente poemas y después, hacer de ellos lo que quieran.
Gabriela Mistral (Chile, 1889-1957)
Ausencia
Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos, que se devanaban,
en lanzaderas, delante tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche,
como demencia de mares solos!
¡Se nos va todo, se nos va todo!
Concha Urquiza (México, 1910-1945)
Una canción de despedida
Adiós, amor que se queda,
dormido y desnudo al viento;
huellas en tus callejones
prolongarán mis ensueños,
huellas adentro del alma
cultivarán tu recuerdo;
adiós, mi tierra de amor,
dormida y desnuda al viento.
Del vasto mundo, del mundo
ya nada tengo ni quiero;
mas guardado en las montañas
hay un rincón de silencio,
una embriaguez a los ojos,
una ansiedad a los pechos,
y una canción a los labios
que me aguarda en todo tiempo.
Y he de tornar y tornar
como el péndulo viajero,
y como torna la niña
cuando se mira al espejo.
Silencio de mis montañas,
Pátzcuaro de doble cielo,
yo he de tornar y tornar
como el péndulo viajero!
19 de diciembre, 1941
Isabel Fraire (México, 1934–2015)
Renée Acosta (México, 1976)
Reiteración de las cosas
los mismos ojos
los mismos labios
el mismo guiño
el padecimiento no tiene medida
ni las gratitudes del amor son cuantificables
somos las mismas ecuaciones repetidas
nadie en el acontecer de las cosas ve
como sus gestos, sus labios, ese guiño
pudieran ser los signos indescifrables
que determinen cruzar el rubicón
o tener tres divorcios
-ese hombre tiene algo fascinante- dice la mujer
ese algo, esa fascinación es la lectura anticipada
de las señales repetidas en los signos invisibles
Sócrates creía en los signos
la mujer que murió de amor creía en los signos
don Isidro el pescador conocía los signos de las aguas
y las nubes
yo creo en la perseverancia de las redes
en la insolación del águila, en los vagones perdidos
en el tren de los actos y circunstancias
en lo no dicho
Autor: Giselle González Camacho Chiapaneca que a veces escribe. Me interesan las literaturas populares, el origen de las palabras, el trabajo comunitario y la escritura femenina. |