Poemas en prosa de Yobany García

I

Tu nombre nace de la efervescencia del polvo, de la rabia que inventa el mar cuando entrega sus costillas al puño de las piedras. Viene del escombro que dejan los pájaros al terminar su canto, del viento que lame todos los silencios del mundo. Del fuego que aún no hierve en las hojas o en medio de tus piernas. Tu nombre arde en los ojos y en la sed a ratos, arrulla y desparasita la calma. Ahora creo que Dios pronunció la luz y debajo venía tu nombre, se cortó la lengua y sólo quedó tu nombre, entonces olvidé la luz y en siete días aprendí a conjurarte para no morir de ciego, ni de hambre, ni de sueño.

II

A menudo me duele el frío en las manos, es la cáscara de tu ausencia, creo; su pálido fuego equilibra el musgo de nervios que se hilvana en mis yemas. Supongo que también las manos piensan, arrastran la fibras del calor hasta derramarlas en el suelo, como las cosas a las sombras o como tus piernas a mi boca; extrañan, espero, tu humedad de clóset, tu rabia enfrascada como cualquier veneno en el dintel de tus muslos y quizá, también, la cura para ya no disecar tu frío, como si su temperatura de estatua fuese el único lugar donde te habito.

III

Algo hay en ti que no tengo, ni quiero, ni busco. Algún olor a viento recién cortado o a relámpago encharcado en los árboles.  Ese algo que te atraviesa los ojos no me pertenece, se niega a dirigirme la palabra y se cansa de estar callado. Otros días se mueve hacia tus manos y su carácter cambia: se hinca encima de mi cara y la arrulla despacio o se enrosca en mi cuello para jamás soltarme en una noche. Tiene una voz sin filo, un andar de astilla, un infinito sabor a lumbre. Algo infarta la gravedad que te encadena, algo con el color del aire me busca a la mitad de este insomnio.

IV

La única retórica que conozco, la más elocuente de todas, es la de tus ojos.

V

Te he visto resanar los huecos que taladra el llanto en las vértebras del alma y, también, esculpir en el trasfondo del pecho charcos donde se despellejan los nervios. En tus ojos cabalgan las diez plagas y el remedio para domar su golpe. Lo juro, he visto caer a más de uno y a otros tantos sonreír como idiotas cuando muerden la gota que se asoma entre tus piernas. Lo juro… lo juro por esta mirada que ahora mismo se comen tus gusanos.

VI

Anida en tus muslos un aullido, un huésped hecho de sed que me atraviesa el ombligo, sus pisadas incendian el ruido y me pongo a rezar su silencio, como las moscas a un dios sordo.  Estás hecha con la misma sustancia de las sombras: manojos de polvo, la pedacería de la noche y un miligramo de abismo; con un lenguaje invertebrado de luz me reciclas en tu boca y domesticas toda mi fiebre con la lógica de tu saliva.  No encontré en mí clima más certero que tu lengua, ni muerte más sincera que tu aullido.

VII

Mi rabia tiene el color de tu cuello, su contorno de lumbre amuebla mi garganta y tu nombre crece con un arrullo de brasas, con una canción que se descalabra en mis huesos. Debajo de ese temblor, en los pliegues de su humedad, el lenguaje se descarapela. Mi nombre, mi verdadero nombre sólo lo piensan Dios y tu boca. Hoy, al cuarto para tus ojos, te tengo de frente. Tu mirada de anzuelo pesca mis párpados y me recetas la inocente tragedia de mirarte para siempre.

VIII

Algunos días, a ciertas horas, tus ojos son mi camisa de fuerza

IX

En la voz se me agusana el aire: tu silencio es una rutina de muertos. Para qué invocar la neblina de tus ojos, para qué llenarme la boca de tu sangre. En algún tiempo el corazón temblaba con las persianas de par en par, pero tú no sabes el lenguaje de su latido, apenas abres los labios para zafarte de mí, para escupir mi ausencia. Lo sé, tengo las venas viejas, y el amor arrugado. Tienes mil nombre enfilados en tus manos y yo, el más tosco, el más aburrido, el más pesado de todos ellos, no alcanzo a construirme en ningún lado, en ningún vacío. Deja de jugar a los muertos, deja de llamar un fuego que no soportas, que no hierve en ti, ni en los espacios que lastimosamente dejas para habitarte. Tengo un hambre de palabras y tú una sed llena con todos los silencios.

 

X

Me he emparentado con tu ausencia, he podido reciclar las marcas de tus manos en el hueco del ruido; en el cansado espacio, entre mis ojos y un líquido silencio,  calqué un pedazo de luz, esa pizca de brillo que recuerdo descansando en la garganta de tus pupilas. Entonces un grito es una mirada tuya, un golpe apenas un guiño y la muerte, o su sabor a vacío, se halla en la ceguera de su boca. Hace días que no dejo de olvidarte, te pienso en fracciones para acostumbrar a mi cuerpo a tu delicada piel de huidas, de escapes, de miedos. Te extraño en fragmentos para que mi voz deje de nombrarte entera y te vuelvas eco.  Echado sobre mi angustia no dejo de olvidarte, te construyo encima de mi soledad, te dejo nacer constantemente, siempre con el mismo frío, siempre. Luego, te dejo morir consumida −como dios manda o mandaría o porque me sobra tiempo para torturarte−. Y otra parte de mí recupera el vaho caído de tu ausencia para emplayar estas desgraciadas ganas de avanzar herido.

foto_nAcerca del autor: Yobany García Medina (1988, Edo. de México). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, FES-Acatlán (UNAM). Miembro fundador del Seminario Permanente de Metaficción e Intertextualidad (FES-Acatlán). Ha publicado en diversas revistas, entre ellas: Bitácora de Vuelos, Revista La Otra Raíz, Penumbria, Palabrijes, Monolito, Revista Bistró, El Humo, Revista Dislexia, Revista Nano: minificción latinoamericana, Primera Página, Nocturnario, Revista Minificción, Revista a Buen Puerto, La Rabia del Axólotl, Moria y en la revista arbitrada Destiempos n. 43, 44 y 45.

Autor de la fotografía aquí.