Ganó la intolerancia, ganó el miedo, ganó el prejuicio: este tiempo se avecina incierto porque los logros en la igualdad y la tolerancia se han tenido en menos cuando la gente, inconforme con los Gobiernos, hace atento oído a los discursos de odio y miedo achacando el origen de su inconformidad a los grupos vulnerables, marginados. Tiempos oscuros, sí, pero aún hay motes de luz brillando en el abismo. Como dice David Bowie en «Blackstar»: In the Ville of Ormen stands a solitary candle. Una de aquellas velas solitarias es Katie Stelmanis. Su disco, un mote de luz ensoñada, imaginada y necesaria, llegará justo cuando las políticas de Donald Trump se pongan en marcha.
El futuro no es una proyección lejana del presente ni la utopía progresista que soñamos dentro de cien años o más, sino que se aloja tan cercano al presente recordándonos la fragilidad de los ideales humanos de progreso y desarrollo, construcciones discursivas que han servido de eje en las decisiones de la humanidad como grupo, cuyas consecuencias deforman nuestra relación con la naturaleza y con otras personas. Dentro de este rubro, el de progreso, los Estados definen dichas relaciones sociales, culturales y económicas a partir de proyectos cuya postulación ha dejado fuera a los “outsiders”, los marginados. Se entiende por marginados a todo grupo que no pertenece a la etnia blanca, heterosexual y burguesa. Future Politics, entonces, intenta rescatar y dar voz a los individuos que viven al margen del capitalismo. Se trata de representar la ausencia de aquellos que, no ajustándose al modelo del capital, han sido excluidos de la identidad del “progreso”
Thomas Moro concibió la Utopía en su dimensión política y social, regida bajo los preceptos de la igualdad social y la justicia, un lugar en que el estoicismo es practicado para conservar la armonía. Con este gérmen ideológico de la utopía, las aspiraciones positivas del hombre pueden ser imaginadas, construidas o planeadas conforme a lo que permite la época, es decir, cada momento histórico, definido a partir de un acontencimiento, presenta sus propias crisis, plantea problemas diferentes y contiene sus propias contradicciones. Por ejemplo, el siglo XVIII en Europa era cautivado con el pensamiento ilustrado que propugnaba por una liberación del hombre mediante la razón y la técnica. Se pensó por primera vez la educación pública y laica, la felicidad como un derecho (no virtud) y la Revolución Francesa inventó los derechos universales. Las contradicciones: la creciente industralización precarizó las condiciones de vida de los obreros, los colonialismos del XIX, la fragmentación y reducción del hombre a causa de racionalizar su existencia, la duda metódica cartesiana que hizo cimbrar a la propia razón, etc. Otro ejemplo más reciente y conocido. El neoliberalismo acompañado de la globalización prometía que todas las personas del mundo podían tener acceso a cualquier servicio, adquirir propiedades, movilidad social, tener un capital, ser consumidor, tener casa, trabajo estable, estudios universitarios, jubilación, viajes, salir de pobre. Sin embargo, el capitalismo se funda en la contrariedad y en el binarismo, o sea, que debe forjar un centro y una periferia. Para Bolívar Echeverría, esa periferia está constituida por los países “Subdesarrollados” o de “tercer mundo” que no se acoplaron cabalmente al modelo capitalista, sino que lo deformaron al ethos barroco. Dicha periferia resulta indispensable para el neoliberalismo, pues sin una masa de empobrecidos, marginados y clases vulnerables no podrían posicionarse como centro los países ricos. El capitalismo necesita de la pobreza, necesita delimitar sus fronteras ( geográficas, políticas, étnicas, culturales, estéticas) con la finalidad de reafirmarse como el modelo dominante en el mundo.
Pensando esto Katie Stelmanis, quien se enuncia desde un centro (pues según ella “para resolver el problema del capitalismo hay que pensar al nivel del capitalismo”) imagina otra Utopía que resuelve no únicamente el problema del capitalismo, también el de nuestra relación con la tecnología. Nuestra relación con la tecnología es simbiótica: nos definimos a partir de ella. Sin la tecnología no podemos recordar ni adquirir conocimiento, somos dependientes de la hipomnemata e incapaces de producir nuestros propios medios para la memoria, incluso estamos deshabilitados para construir nuevas formas y medios con los cuáles expresar las emociones y afectos. Si esto parece raro, imaginemos los últimos mil años cómo hubiera sido estudiar o adquirir conocimiento sin la ayuda de los libros. Obviamente hubiésemos utilizado otra tecnología anterior, la oralidad por ejemplo. ¿Pero si la mnemotecnia no existiera? ¿Cómo retendríamos tanto conocimiento y recuerdos? Creamos memoria, pero no la almacenamos, necesitamos forzosamente de algún dispositivo que nos ayude a recordar o a guardar memorias. El problema actual consiste en que somos tan dependientes de dispositivos externos a nuestra memoria (USB’s, smartphones, tablets, gadgets) que incluso las emociones y los afectos buscamos guardarlos en dichos dispositivos. Lentamente nos convertimos en una extensión de nuestra tecnología. La utopía genera su propia distopía. El libro como artefacto de la memoria que rechazó Platón es la cura y la enfermedad. Stelmanis, seguramente reflexionando en lo anterior, declara que su disco transmite su propia utopia:
“No es sólo esperanza en el futuro, sino la idea de que todos somos necesarios para escribirlo, y que las fronteras de lo que podemos ver es fascinante e infinito. No se trata sobre ser político, es sobre buscar más allá de las fronteras en cada campo[…] Future Politics es una colección de himnos urgentes y disciplinados que nos recuerdan que el apocalipsis no es inevitable sino que es el producto de las decisiones humanas. Buscar un mundo sin fronteras, donde la compasión humana y la curiosidad impulsan la innovación tecnológica más que el lucro, donde la necesidad de trabajo se sustituye por el tiempo para la creatividad y el crecimiento personal y el terror y la destrucción forjados por el colonialismo y la supremacía blanca son reconocidos como una edad oscura en la historia humana […] Todos tienen una idea personal sobre el futuro, y es válido y relevante, especialmente los marginados”[1]
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=7rzmhbiKUo0?rel=0&w=640&h=360]
Bajo estas premisas, Katie idea una Utopía de los afectos que ya no están dominados por la tecnología, sino que el ser humano utiliza la creatividad para construir nuevos dispositivos que se amolden a sus necesidades de memoria y emociones. La canción Utopia es la punta de lanza en la articulación de su discurso:
I can picture a place where everybody feels it too
It might be a fiction but I’m seeing ahead
There’s nothing wouldn’t do
En el video, Katie parece entablar un diálogo con el speaker como la enunciación entre humanos e inteligencias artificiales, pues ¿hasta qué punto deseamos que las inteligencias artificiales se parezcan a nosotros? Si una IA pudiera hablar de forma natural ¿qué diferencia habría entre los seres biológicos y los seres artificiales?. Una respuesta tentativa son los recuerdos, puesto que una IA no produciría recuerdos sino que los almacenaría (parecido a las Inteligencias Artificiales en la saga de videojuegos Halo), ahora bien, nosotros producimos recuerdos, memoria, sin embargo, ¿qué es Cleverbot sino una inteligencia que aprende el lenguaje de nosotros y con él expande su capacidad de diálogo y léxico? Compartiendo nuestros recuerdos con los dispositvos de almacenamiento relegamos un poco de nuestra humanidad a ellos. Aún así, existe algo que no se puede programar ni aprender por parte de una IA:
I raise my hand, I see the different announce
But I only want to hold your hand my whole damn life
[…]
A woman screams, she ´s looking for meaning beahind
A man who’ll make her cry her whole damn life
Nuestros recuerdos y conocimientos, las experiencias almacenadas son movidas por lo deóntico, por las afecciones y emociones. No evocamos experiencias aleatoriamente, el patrón está determinado por los sentimientos. Y estos mismos sentimientos son los que provocan la Distopía en la Utopía de Stelmanis, porque ésta, como proyección del “near-future” se ve impelida por el retroceso que implica recordar mediante las afecciones, pues re-zurcir heridas daña la capacidad de sanar. Siempre buscamos significados en el pasado que signifiquen el futuro, y así se corre el peligro de la Distopía. A pesar de que idealmente debemos aprender del pasado no aprendemos del pasado ni de los acontecimientos, les damos significado a partir del cual entablamos nuevas relaciones, nuevos mileus y ecologías.
Y cuando alcanzamos la temporalidad deseada y supuestamente utópica, nunca dejamos atrás nuestro lado de la hybris, el de la locura dionisiaca que siempre nos jala hacia atrás, a un estado pre-histórico:
Like a hunter with teeth
There’s nothing wouldn’t do
I will through a body turned
¿Cómo acercarnos a una nueva sociedad en la que todo es permisible y posible sin convertirnos en lobos o corderos? Los Estados moderan lo permisible, incluso el arte mediante la institucionalización del mismo. Nuevamente nace la distopía: si todo es permisible la sociedad se desintegraría; si hay un ente rector de lo permisible, ya no existe la utopía. He aquí la contradicción que también imaginó Stelmanis: no es la política ni los gobiernos que nos oprimen, son nuestras emociones y el manejo indiscriminado del odio y el miedo que hacen los discursos en la esfera política conservadora. En el siglo XVI había una teoría política basada en la filosofía estoica, pues si un gobernante se guiaba por las pasiones su proyecto político fracasaría en tanto que no puede velar por el bienestar del pueblo. Quien ejerce decisiones políticas de mucha relevancia y repercusión en un espacio específico debe aprender a temperar sus emociones, puesto que el Estado no es una estructura abstracta y ajena, mas bien, el Estado es una estructura orgánica compuesta por individuos, personas con cuerpo, temores, emociones y ambiciones.
Entonces, la sociedad actual es reprimida y sofocada mediante los dispositivos tecnológicos y los discursos pasionales, es decir, discursos que, retóricamente, se dirigen a las emociones del público con el objetivo de convencer, no dialogar. Esta utopía, imaginada por Stelmanis, tiene como pilares la completa autonomía afectiva de las sociedades y la disposición de diversos dispositivos tecnológicos manufacturados a partir de la creatividad y las necesidades de cada individuo.
Ahora bien, intentando retomar la propuesta del principio, queda decir que el nuevo disco de Austra también propone una política de las afecciones, puesto que en el siglo XXI el hacer espectáculo de la violencia (la real, no la la representada) nos ha vuelto insensibles ante el dolor ajeno, normalizando el terror, sea ejercido por Gobiernos o particulares. Debido a esto es interesante encontrar en el tracklist que la última canción se titula «43» porque el número ha sido resignificado a partir de un acontecimiento, la noche de Iguala. Es un disco, muy prometedor, cuyo contenido en el contexto actual es necesario para dar voz y rostro a quienes les han sido arrebatados
[1] http://www.dominorecordco.com/uk/news/18-10-16/austra-announce-new-album-future-politics/
Autor: David Paredes (Ciudad de México, 1993)Estudiante de Letras Hispánicas en la UNAM y colaborador en Primera Página. Ha publicado narración breve en revistas como Opción, La Colmena y EnEspiral. Baritono en el Coro de la Asociación de Profesionistas y Empresarios de México (APEM) y actor en la Compañía de Teatro APEM.