Presentamos hoy la propuesta poética de Jafet Alanís, joven mexicano estudiante de Actuaría en la UNAM. Genial ilustración de Cecilia Saucedo.
Atrapados
Subiste a la Indian negra,
te ceñiste a los pliegues congelados del bisonte
decidiendo recorrer la pista hundida en la tundra.
Surcamos con las ruedas la nieve austral
y notamos que a nuestros costados
se extendían dos barreras cristalinas;
tan altas que en su punto más lejano
se lanzó un colibrí queriendo abrirse en el frío,
como una demostración de fe gravitacional.
Acordamos volver nuestra constitución cenizas,
llegamos a una bodega y ahí quemamos
registros gubernamentales de la paz polar.
Después pensamos en un código kinestésico
que permitiera aletargar nuestra estadía
y aumentara la cantidad de entropía en tus manos.
Pusimos en práctica lo acordado.
Dos ángeles de piedra que cubrían sus mantos con sal
nos rodearon con intención de despojar gesticulaciones.
Cada uno temía a la anatomía ocular,
y dejaron de moverse cuando te secaste,
tornando tus ojos en canicas de arena.
Habían sucedido en silencio
durante cada uno de tus momentos de oscuridad,
y poco a poco alcanzaron condición de estilitas.
Nada funcionó.
Al parecer tus gritos crearon carbón prematuro
que un vikingo desenlazado
investigará en medio de la tormenta,
al encontrar vínculos directos
con su familia desfragmentada.
Trocar la tierra
Sobre tu cabeza se erigen cientos de bóvedas.
Hay que proteger la configuración de tu hogar:
aquel donde descansa la narrativa eufórica,
de donde surge la tierra vaciada en círculos.
Encuentro ramas y despojos milenarios;
el viento arrasó con tu centenario en dos minutos
provocando ondas desfasadas en el plano.
Se descubrió que tu baúl ocultaba la razón.
Adentro, colocadas en posiciones
geométricamente exactas,
fueron descifradas las conjeturas
por un elefante de carrizo magnético.
Del espacio restante se obtuvieron grandes resultados:
dos caminos paralelos
que en el fin bifurcan sus bocas
y convergen ondulatoriamente
se dispusieron para provocar
la transición de oficios manuales.
Aún la gente no descubre como caminar
cuando la espesa bruma moldea sus piernas.
Ayer
El semáforo dentro de tu casa se tornó púrpura
mientras una avellana rodaba por el suelo
y en la tubería se atascaba una ardilla.
Parecía que la disposición de las escaleras nunca fue la mejor,
a mitad de la tormenta, tú madre siempre se quedó afuera.
Explotaste en consecuciones cruzadas;
eras un mecanismo de reloj oxidado,
y yo un ávido entusiasta de engranajes.
Nunca fue fácil seguir manuales en danés;
sin embargo, la rúbrica del fuego era evidente.
Entre los daños de la resurrección
tu canción tardía resultó ser eficiente,
como tus abejas atrapadas en su azotea de hierro
con la puerta orientada a la tierra del bosque.
El piano había sido muchas cosas aquel día,
incluida la epifanía sobre el origen de tu obstinación
y la mesa sobre la que encontraron el abrecartas
con el que después los amantes batallarían en el salón.
Derramado con whisky y pedazos de ave,
tu costado insuflaba caminos de oro al andar.
Si recién casados se averiase el auto,
huye del congreso conglomerado de idiotas.
Prefiere la calma fluida del río caminado
cuando cada misil que lances impacte el peñasco.
Transita por veredas inmensurables de azules espejos,
en lugar de tomar café fragmentado en tu tez.
Jafet Alanis Ruiz (Ciudad de México, 1997). Actualmente cursa la licenciatura en Actuaría de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado recientemente en la revista A buen puerto.
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