El conducto por el que pasa la felicidad se atasca al olvidar la moral. Ahí radica nuestra maldad, en el olvido. Sobre todo olvidamos a nuestra mujer, a nuestra novia, a nuestras amigas o amantes. Y la mujer olvida al hombre fiel que alguna vez enamoró su corazón. Prefiere los labios de un hombre viril y guapo. ¡Con qué crueldad humillamos nuestro carácter! La virginidad desde este punto de vista feroz y ridículo, es la razón más importante para olvidar el dolor de la menstruación. El placer de la sangre. ¡Vaya qué gran placer!
Mundos reales cada vez cobran más la fachada de una vida ilusoria y fantástica. Por ello no nos permitimos juzgar con seguridad las historias creadas en la antigüedad o en culturas versátiles. Pero todavía nos atrevemos a lanzar una risa socarrona a este respecto. Observemos, soslayando las creencias en vilo, que en la maldad hay algo que ignoramos y que es momento de indagar y tratar de comprender. ¿Existen actos que corrompen, como fin, la idea de lo humano, digamos, lo propiamente natural y semejante? ¿La maldad es capacidad en sí o siempre se proyecta con violencia hacia lo externo?
El olvido se despliega. Es mentira que no habremos de olvidar. Aunque es cierto que en el momento en que se está olvidando, el mismo olvido desaparece, porque se fuga la imagen, la sensación, la percepción, la posibilidad de ir hacia alguna dirección determinada. Si hemos alguna vez desechado lo vivido no lo sabremos más que por obra de la misma degradación y lo ya difuso.
Es mentira que no habremos de olvidar. Aunque es cierto que en el momento en que se está olvidando, el mismo olvido desaparece, porque se fuga la imagen, la sensación, la percepción, la posibilidad de ir hacia alguna dirección determinada.
Somos prosaicos. Buscamos la satisfacción de nuestros intereses sacrificando la libertad de alguien más. En este caso la pareja con la que compartimos nuestra vida se convierte en una carga. La miramos y la despreciamos. Desde la adolescencia perfilamos nuestro pensamiento a una estética programada: cuerpos esbeltos con una cara hermosa son los más aceptables. Pero no sufrimos el amor, sufrimos el abandono, las comparaciones, las críticas, el límite de nuestra libertad. Podemos decidir, siempre y cuando nuestro pensamiento se aleje de las convenciones sociales. ¡Convencionalismos!
El olvido no se lleva bien con el abandono. Uno y otro son indispensables para una madurez en el pensamiento: ¡La madurez de decir NO! Estamos hartos de que nos digan que olvidar es bueno. No buscamos dualismos, buscamos libertad, plenamente libertad: libertad de prensa, de pensamiento, de escritura. ¡Tonterías! Yo no busco la vida donde los demás fracasan. De hecho, su fracaso anuncia que es necesario ignorarlos. ¡Necesario! Yo necesito plena consciencia de saber que lo que hago es correcto o, por lo menos, satisfactorio. De ahí que nuestra mayor insatisfacción es olvidar. Una satisfacción es la de tener a nadie de acuerdo con nosotros. En estos tiempos nadie tiene la gallardía y el valor del niño que con una pedrada mató a un gigante.
«Todo a su debido tiempo» es el punto medular del pensamiento común. Creer que crecemos de acuerdo a las diferentes etapas ya establecidas debe ser el gran motivo para una carcajada. Ni la edad adulta nos hace más maduros, ni la vejez nos hace más sabios. Pero es verdad que la experiencia es invaluable. En la experiencia del miedo habremos de encontrar nuestra mayor afrenta; no nuestro mayor refugio. Siempre dudar de lo aprendido, lo aprehendido, lo heredado, lo deseado, lo propio, lo observado, lo imputado, lo tomado en libertad…La vida es quebrantar la quietud de todo tiempo. La vida en su virtud inasible, incomprensible, enigmática. El error del hombre es querer manifestar que ha triunfado sobre las certezas de la vida. El afán por convertir la tristeza en una potencia es la muestra fallida de que se ha encontrado un sentido. ¡He aquí la verdad del universo, cógela y ve adelante con su suerte! Inútiles hallazgos inundan nuestra época poco meritoria.
Para tener el valor necesario y enfrentar cualquier circunstancia, hace falta leer mucho, y de todo. Si no lo salva a uno la buena argumentación, a lo mejor alguna frase bien dicha, bien leída, si lo hará. La moral ha muerto y en el mismo lugar se entierra la experiencia y los buenos valores que aprendimos. Olvidar es inexcusable. Nadie está dispuesto a cambiar su vida aniquilando su personalidad, sus pensamientos, su historia. De modo que la historia se convierte en el fundamento de la experiencia personal. Allí donde los hombres quieren construir un carácter encuentran las ruinas de un pasado insuperable. Así la vida ajena se convierte en una excusa y en una carga: ¡Mueren millones de pobres al año! ¡Qué hacemos con tanta injusticia! Hubo un hombre de Dublín que de manera sarcástica se burlaba de la pobreza, comenzaba en un ensayo que escribió, si no mal recuerdo, describiendo a las mujeres pobres seguidas de sus hijos. Tanto fue el descaro, que propuso que para acabar con la pobreza infantil, habría que alimentar a los recién nacidos por un año dejándolos regordetes para después venderlos como alimento para los burgueses. A la crítica le sobra compasión y le falta alegría. Cuando alguien se atreve a cuestionar las escenas que despiertan compasión (por ejemplo, el motivo del niño andrajoso que pide dinero) se le tacha de cruel y a su crítica de poco tacto. Pero, seamos sinceros, colocarse en un papel victimizante siempre reconforta al verdugo y al antimoral. ¡Nadie ha pedido nuestras justificaciones! El buen observador, no se jacta de que aquello que mira ha sido evitado por otros; no grita al mundo que ha encontrado el hilo negro de cada situación. Necesita, también, reírse de la situación que lo ha colocado en un sitio predilecto para observar. Porque aún todos los descubrimientos son tardíos; se llega sin invitación al mundo. Pero eso no es motivo de llanto.
En ningún caso podemos ser infelices, ni con la desgracia ni con la mala suerte. Puesto que cualquier hombre puede ser feliz a su manera. Olvidar el pasado puede ser un buen método terapéutico, pero no sucede lo mismo, cuando nos recomiendan ir al psicólogo y atender nuestros problemas; ante esto solemos pensar: “quién esté libre de culpa que arroje la primera piedra”.
Para finalizar, diré que en ningún caso podemos ser infelices, ni con la desgracia ni con la mala suerte. Puesto que cualquier hombre puede ser feliz a su manera. Olvidar el pasado puede ser un buen método terapéutico, pero no sucede lo mismo, cuando nos recomiendan ir al psicólogo y atender nuestros problemas; ante esto solemos pensar: “quién esté libre de culpa que arroje la primera piedra”. No pretendemos que alguien sea feliz afectando la integridad de los demás —a esto le llamamos barbarie—. Bien podemos considerar un lugar para quien actúe así en la silla eléctrica. Lo que nos proponemos es que los hombres comiencen a salir de ese nubarrón tan oscuro que se llama tragedia. No por el hecho de que ha llenado infinidad de volúmenes emitidos por el viejo mundo, sino porque, además de ser perjudicial para la salud, no ayuda a pensar claramente la vida real. El abandono de una mujer o de un hombre no es tan cruel al momento de subir a una montaña y mirar el paisaje; bien puede funcionar esta frase como una metáfora, pero sencillamente es la verdad. Ningún caso puede ser el peor. A pesar de que un hombre—usando esta palabra en su término más general—se encuentre en la peor situación, en una situación insuperable, la intranquilidad del mar no se mantiene sempiterna, sino al contrario, hay momentos de paz y de tranquilidad. Lo difícil es mantener la vela de nuestra pequeña barca en medio de las inquietudes, y, como se ha dicho anteriormente, en las tempestades. La vida y el pensamiento nos enseñan en qué momento hay que bajar la vela y en qué momento hay que poner “bandera tope”, así como reza el himno peruano. Lo magnánimo no significa estar satisfecho al salir triunfante de la tempestad; lo magnífico y lo admirable es mantener el ánimo y la sonrisa de oreja a oreja.
Bastante hemos ya dedicado al padecimiento de la vida. Nada podrá desmentirnos en medio de la ruindad, pero no se trata de ejercer los distintos modos de evitar la pesadumbre. Ser escandaloso muchas veces atrae a los demás a darnos un poco de consuelo, pero esas artimañas terminan por cansarnos. Ningún otro momento es más propicio para pensar, para despojarse de todos los modos trágicos y las posturas que generan compasión, que éste actual. No hay culpa, resentimiento o rencor que no sea ilusorio. Nos han acostumbrado al miedo y al dolor, y eso capturamos como la esencia de la vida. No necesitamos los pretextos amorosos para gritar la felicidad. No necesitamos las comodidades materiales para saber que somos afortunados. Lo imprescindible es la experiencia de lo propio en comunicación múltiple con la experiencia ajena; nunca al revés. A un niño le han solicitado que diga el porqué gusta de los caramelos. Él se reirá por el sinsentido de la pregunta. Si nos exigen que expliquemos nuestros motivos para exponer esa gran mueca de jovialidad, conoceremos finalmente el porqué hemos decidido guardar silencio ante tal petición.
Acerca del autor: Autodidacta desde siempre, apasionado a la filosofía y la literatura, Nullius Ectopos ha comenzado a reunir su obra en un volumen múltiple. Escritor, filósofo y ensayista recién venido al mundo de las letras. Radica actualmente en la Ciudad de México.
Autor: Revista Primera Página Primera Página es una plataforma digital dedicada a la publicación de material literario creativo y crítica cultural en sus distintas manifestaciones. Las opiniones aquí vertidas son responsabilidad directa de los autores que las emiten, y no del sitio como tal. |