Amy Dunne, antagonista de Perdida (David Fincher, 2014), es una de las villanas más interesantes y polémicas de los últimos años. Tras su estreno, los medios no se ponían de acuerdo. ¿Debía ser considerada una figura empoderadora? ¿O era, al contrario, un personaje escrito desde la más profunda misoginia? “Una de las películas más feministas del año”, decía Forbes. “Amy Dunne no es feminista”, advertía en cambio The Observer. Tales reacciones no son más que una muestra de la incomodidad de la sociedad ante la idea de una antagonista femenina fuerte, pues estas son tan raras que no sabemos qué hacer con ellas. Más allá de las etiquetas feminista-misógino, han sido relegadas a un segundo plano, destacando únicamente su condición de mujer.
Antes del nacimiento del cine, ya se distinguía claramente entre la maldad masculina, universal, y la femenina, más cercana a la rebeldía que a la verdadera perversidad. En la literatura, la mujer malvada era aquella opuesta al ideal de mujer virginal, aquella que expresaba libremente su sexualidad. Esto creaba una interesante contradicción: estas mujeres eran perversas, pero a la vez irresistibles, lo cual las convertía en un peligro para los hombres. Pensemos por ejemplo en el mito de las sirenas o en las brujas y vampiresas.
En la época victoriana se les puso nombre: femme fatale, aquella mujer que usa su atractivo sexual para conseguir sus objetivos. Este personaje fue recuperado en el cine de los años 20 con las vamps y vio su apogeo en el film noir de los 40 y 50. Sin embargo, a pesar de sus rasgos protofeministas, no deja de ser una figura problemática.
Para empezar, es casi exclusivamente lo más parecido a una villana que nos ofreció el cine durante años. Mientras que los hombres tenían como referente todo tipo de héroes y villanos, la mujer solo tenía dos opciones: ser una figura angelical o una femme fatale. Además, al ser el atractivo físico uno de sus rasgos más distintivos, es una figura que nació para ser sexualizada y, por lo tanto, cuya existencia no tiene sentido sin un personaje masculino. Jamás conocemos su verdadera historia, sino cómo esta afecta las aventuras del héroe.
Acabada la era del cine negro, las pocas villanas que encontramos tampoco suelen ser independientes de los hombres de su vida. Tomemos el ejemplo de la interesante Emma Small, de Johnny Guitar (1954, Nicholas Ray); todo lo que hace es por ganarse el amor del protagonista, que la rechaza por una chica bella y de buen corazón. Ya en los 90, la primera villana importante de la saga Bond, Elektra King en 007: El mundo no basta (1999, Michael Apted), era retratada como una pobre víctima del síndrome de Estocolmo, influenciada por su secuestrador Renard, más que como una mujer con sus propios planes y ambiciones.
Podemos preguntarnos por qué es tan importante la representación de las villanas; al fin y al cabo, son las heroínas las que deberían ser una inspiración para otras mujeres. La cuestión es que el terreno de las villanas siempre ha ofrecido papeles más interesantes. Fijémonos en la lista la lista del AFI de los héroes y los villanos más memorables: la mayoría de las mujeres destacadas aparecen en la categoría de villana (15 villanas y tan solo 7 heroínas). Ante una construcción más bien simple de los personajes femeninos protagonistas (con sus debidas excepciones), en la figura de la villana había posibilidad de encontrar personajes complejos e interesantes de interpretar. Algunos dirán que ocurre lo mismo con los personajes masculinos. Aunque posiblemente sea cierto, en el ámbito de los héroes contamos con mucha mayor variedad. Tomemos la lista del AFI de nuevo: desde el ciudadano americano modélico, Atticus Finch (¿Cómo matar a un ruiseñor?), hasta héroes atormentados como James Bond o antihéroes como Harry el Sucio.
Esto nos devuelve al debate de Amy Dunne. Tal y como dice Scott Mendelson, la polémica Amy Dunne tiene que ver con la poca cantidad y variedad de personajes femeninos relevantes en el cine; no debemos entenderla como una representación de todas las mujeres, sino como una de las muchas mujeres posibles. Del mismo modo que necesitamos a luchadoras como la teniente Ripley (Alien) o a madres como Mrs. Gump (Forrest Gump), resulta refrescante encontrar a villanas como Amy Dunne.
Otro de los aspectos más polémicos del personaje es el método que usa para vengarse de los hombres de su vida, que podría poner en entredicho el mensaje de movimientos como el #MeToo. A pesar de tener comportamientos que nos repugnan, no podemos evitar sentir cierta simpatía por ella y hasta comprenderla en escenas como el mítico monólogo de la “chica guay”. Esto no debería sorprendernos; personajes como el Joker, que mata indiscriminadamente, son de los más queridos por la audiencia, y esto no supone un problema, puesto que sabemos que se trata de ficción. De esto se trata el cine, de remover nuestros principios, de romper nuestros esquemas y hacernos pensar sobre aquellos temas que quizá no resultan tan cómodos o agradables. Y una de las herramientas más efectivas para esto son villanos bien construidos. La presencia de más personajes como Amy Dunne no solo permite tratar temas como las relaciones de pareja o la presión social hacia la mujer para ser “perfecta”, sino que demuestra que hay muchos tipos de mujer.
El problema de este tipo de personajes no es si son feministas o misóginas, sino, simplemente, dónde están. Dejémoslas ser.