Aún no amanecía cuando la Marilú llegaba a la calle San Diego y entraba a la última casa del cité donde arrendaba una pieza para vivir. Ya antes de encender la luz había comenzado a beberse de un sólo trago, el vino que quedaba en la caja de cartón. Sentada en una orilla de la cama se había sacado los zapatos y había comenzado a llorar. Al poco rato uno de sus vecinos de pieza que salía rumbo al trabajo había tocado la puerta y llamado en voz baja para preguntarle si le sucedía algo; desde el interior Marilú le había dicho que no se preocupara, que estaba bien, que eran cosas de vieja, y que ya se le iba a pasar.
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A la memoria de mi abuela – Ensayo de Jazmín Villagran
Déjame reposar,
Algo sobre la muerte del mayor Sabines, Jaime Sabines
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Mi abuela decidió que un día dejaría de limpiar las telarañas que con insistencia tejían por debajo de la consola esos enormes insectos. Nunca supe cómo, ni tampoco las vi cuando tejían, pero era verdad lo que me dijo: “cazan a los descuidados”. Yo lo comprobaba cada cierto tiempo, cuando aparecían entre las redes algunas moscas cadavéricas, amarradas y chupadas, aniquiladas por esas monstruosidades de ocho patas. De vez en cuando, me sentaba en el piso a mirarlas con una lejanía curiosa, casi contemplativa, no sabía si dormían o si también me miraban del mismo modo. A veces llegué a pensar que sí me veían, que me estudiaban, porque cuando más valentía tenía para aplastarlas se alejaban hasta lo más profundo del mueble y no volvían a asomarse hasta el siguiente día.
Ana Gallardo: Una “Escuela de envejecer”, soñar y aprender a vivir
A lo largo de su trayectoria, Ana Gallardo (Rosario, Argentina, 1958) ha reflexionado continuamente sobre la violencia, particularmente la de género. A partir de su trabajo con escultura, instalación, dibujo y performance, ha abordado la articulación del poder que se ejerce sobre los cuerpos feminizados mediante prácticas y dispositivos diversos, muchas veces también cotidianos. En conferencias y entrevistas, la artista cuenta que, llegada cierta edad, comenzó a experimentar en carne propia una vulnerabilidad que hasta entonces le había sido ajena, tanto en lo personal como en lo artístico: la vejez. Al tomar consciencia de los cambios físicos y emocionales que atravesaba, así como de la, igualmente violenta, invisibilidad y marginación con que su paulatina ancianidad parecía recubrirla, se volvió necesario el crear desde y sobre esas nuevas preocupaciones.
In memoriam – Poemas de Antonela Pallini Zemin
A mi abuela Yolanda
hay rayos de nube sobre el mar
una neblina celestial
y a lo lejos se desprenden tornados
de nubes grises hacia abajo
La soledad y sus arrugas || Cuento de Enrique Esparza Vázquez
Mi reloj de mano ya marcaba las diez de la mañana y Norma seguía sin tocar mi puerta. Llegué a creer que los comentarios de Clotilde la habían desanimado, pero Norma no es una mujer vulnerable y me es difícil creer que esa fuera la razón por la que no haya venido ni el jueves ni el sábado. Dejé pasar las horas hasta que todas mis amigas se fueran para salir a buscarla. Fue una mañana larga, pues mis ojos no dejaban de mirar la hora, me sentía desesperada, pues a cualquiera de nosotras, por nuestra edad, ya nos puede pasar de todo. Un día te duelen los pies, al otro día la cabeza, por la noche se te sube la presión, por el día se te baja… en fin, ya eran las dos de la tarde cuando pensé si primero recogía la terraza o me dirigía directo a casa de Norma, pero pensé que era ilógico quedarme a limpiar cuando toda la mañana esperé el momento para salir a buscarla. Tomé mi gabardina por si el viento era fuerte o por si en el transcurso del camino se soltaba la ventisca, salí de mi casa sin avisarle a mi marido y cerré con seguro la puerta.