En mi viaje por Bucarest he realizado una parada, tal vez fue mientras esperaba el tren, o en una cafetería con un fuerte aroma a café turco especiado. No lo sé. No reparo en el clima, ni en los susurros que se asoman a través de la fina y delgada cortina de la realidad, a veces tan escénica. Cartarescu me ha provocado muchas cosas, entre ellas reflexionar acerca del estrecho entre la muerte y el amor, además de regresar a otro autor que mencioné en esta misma columna: Carrère, quien nos dice que conviene tener siempre un sitio a donde ir.