Una noche en compañía del insomnio, nació este diálogo que podría ser la sátira de un Platón y un Sócrates envejecidos. Mi pretensión no es ofender a los verdaderos filósofos; sin embargo, algunos académicos suelen criticar la poca habilidad filosófica que hay en las obras de escritores no reconocidos. Siendo sincero, me tiene sin cuidado. En este diálogo irónicamente hay algo de verdad, pues su tema central es la misma. Hay que tomar que Platón no haya dialogado con su maestro Sócrates como señal y oportunidad para retratar la plática entre estos dos: ¿qué hubiera sucedido? ¿De qué hubieran hablado?
Etiqueta: Platón
La belleza hoy y… simplemente,la Belleza
Sólo los superficiales no juzgan por las apariencias.
OSCAR WILDE
Mucho tiempo me quejé de la superficialidad de los millenials. Si no me hacían caso era, seguramente, porque no soy alto, atlético, guapo, ni rico. No me daba cuenta que el superficial era yo: la sociedad que así se comporta es tan profunda y se toma las cosas tan en serio como los fanáticos religiosos o los seguidores de la ética kantiana.
Su discurso es engañoso: alentados a la estupidez por el discurso de nuestro tiempo, se avergüenzan de su profundo compromiso con la ideología. Según ellos son libres, espontáneos: el amor tradicional es una forma de atarse, de limitar su placer, y a este mundo venimos, a fin de cuentas, a no quedarnos con las ganas de nada, a hacer todo lo que queramos. Se vuelcan, pues, al placer inmediato y efímero: rinden culto a la imagen, a la riqueza. En este culto radica su profundidad: elevan los grandes senos, los cuadritos en el abdomen, la ropa de marca, a una dignidad metafísica. Ya lo dijo Marx en su análisis de la mercancía: no es el producto en sí lo que deseamos… la mercancía tiene un halo mágico, misterioso, como si se tratara de la famosa escalera de Platón al mundo de las ideas. A través de su consumo superficial de cuerpos y de marcas, buscan acercarse al mundo ideal de la felicidad, el comfort, la omnipotencia y, por supuesto, el placer, elevado a Dios. No son superficiales: no se fijan en la apariencia, sino en la concordancia de la apariencia con los imperativos de nuestra sociedad supuestamente «postideológica».