Mi existencia empezó con su deseo.
Siempre soñó conmigo. Ahora yo estaba ahí, sólo para ella.
Mi existencia empezó con su deseo.
Siempre soñó conmigo. Ahora yo estaba ahí, sólo para ella.
Sus ojos estaban fijos en la presa que confiada e indefensa ignoraba que aquellos serían los últimos minutos de su vida.
Esa mañana Adriana entró a su apartamento sin más ambiciones que seguir viviendo la costumbre de su matrimonio. Cerró la puerta y notó que algo era distinto: el aire tenía notas de mandarina, de caramelo claro, de piel de durazno, con una acidez brillante y cuerpo medio. El aroma era violento y escandaloso, extraño y sensual, y envolvía cada rincón del apartamento. Era el aroma del café del Huila, recién molido y preparado, servido en una sola taza que estaba sobre la mesa del comedor, en el puesto de Mario, quien no esperaba que Adriana volviera tan rápido del supermercado. Rodeados de un ruidoso silencio y deslumbrados por el sol de septiembre, los esposos, incómodos y confundidos, entrecruzaron sus lejanas miradas, como dos amantes dedicados a desamarse hasta que la muerte los separe.
Recuerdo la muerte. Sí. La recuerdo y me recuerda pues la cargo en los tuétanos.
Fotografía: «Anagnórsis», de las esculturas de López-Arza, Marcos González González, 2014
Esta cultura, escribió Max en su libreta de apuntes, concibe la muerte como anagnórisis. Y subrayó el término griego considerando que pudo haber registrado aquello en una nota de voz del móvil.
«El jinete corta cabezas», titula un periódico amarillista a una nota que denuncia a un asesino cualquiera en una zona cualquiera de una colonia cualquiera en mi ya decapitada Ciudad de México.
Y no sé
Sujata Bhatt
cómo hablar de esto, incluso contigo.
Somos dos.
No, no hay problema en que durmamos en la misma cama, le dijiste al dueño por teléfono.
Me miraste de reojo en espera de mi confirmación: asentí.
Está bien, entonces llegamos el martes cuatro; sí, una semana.
Ilustración de Aimeé Cervantes
Quiero dar las gracias a todas las personas que han venido a este homenaje, pero definitivamente la elocuencia no es mi fuerte. Recuerdo lo que desde niño me decía mi madre: “Cada vez que abres la boca es para meter la pata”.
Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
El 21 de febrero de 2018, se celebró un coloquio en homenaje al escritor coahuilense Julio Torri. Lugar: la sala Moreno de Alba en la FFyL. Ahí, más o menos a las seis de la tarde, la Dra. María Elena Madrigal pronunció una afirmación estremecedora: «Torri no es minificcionista». A partir de ese momento muchos tomamos consciencia de la fragilidad de nombrar a un género, en especial a éste, no solo por ser tan breve y volátil, sino por la teoría circunfleja a él, que a veces se solidifica demasiado; en otras, se desmorona.
Foucault decía que aquello “no existe hasta que se nombra”, y con ello se refiere a que siempre han existido acciones semejantes, pero no toman su forma moderna hasta que son introducidos al lenguaje. Ejemplifico: “prácticas homosexuales han existido siempre, pero el homosexual nace hasta que es señalado y condenado”; algo así ocurre con los géneros y su denominación.
Un entimema sencillo, conciso y fuerte. Lo que llamamos minificción tiene poco tiempo de haber nacido, de habérsele otorgado forma y palabra. Arreola mismo se pronunciaba escéptico respecto a la denominación; no se digan las posturas de mis queridos maestros Lucila herrera, Gonzalo Celorio y Alberto Paredes. La minificción, o lo que sea que los grupos de poder que se adueñan del género han nombrado, tiene dos momentos importantes: uno, cuando nace una de las primeras antologías (Relatos vertiginosos de Lauro Zavala, que vio la luz a principio del nuevo milenio); otro, con el nacimiento de una primera teoría, la de Dolores Koch hacia el inicio de los ochenta. Escritores de brevedades contemporáneos buenos son pocos, y los pocos hay muy buenos. Entre ellos está Hugo Labravo.
Ilustración de Aimeé Cervantes Flores Ayer fui de pesca con mi padre. Durante la mañana caminamos un momento por la ciudad y luego nos metimos al metro. Con mucha atención, miramos aquí y allá a […]