Etiqueta: Microrrelato

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La venganza de Sodoma – Microrrelato de Roberto Garcés Marrero

Había sido una noche bastante común. Como en todas las discotecas gays hubo varios espectáculos de dragas y bailaron los gogós. Algunos hombres musculosos mostraron sus enormes penes en el escenario. Por supuesto, había sonado música de Cher, Madonna, Rosalía y mucho reguetón. Unos muchachos se besaban, otros miraban con ojos de rapiña a su alrededor, varias parejas discutían por celos. Una luz fucsia caía sobre todos como un caricia de satín.

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Ne me quitte pas – Microrrelatos de Ricardo Bugarín

Epígono

Anda todo el tiempo con el libro en la cartera. No debe ocuparle mucho espacio porque es una edición de bolsillo. En el auto, en el subte, en el restaurante, siempre lo saca y se queda ensimismada leyendo. Si se le habla y levanta la mirada, te das cuenta que se ha vuelto lánguida con esa lectura. A veces queda en un ausentismo que te da miedo. Sé que disfruta del francés y eso la acerca a su padre, a lo que fue la vida de su padre, dueño de esas largas ediciones populares de bonjour tristesse.

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Seis habitaciones del librero – Microrrelatos de Krishna Naranjo

Alimentar el desierto

El librero, en su primer ciclo, albergaba algunos ejemplares de literatura clásica. Tenía alguna idea de lo que eso significaba. Era una adolescente. Reservé, para el mueble, un sitial consagrado, el de cueva dentro de la selva del hogar. Como era un ente masculino cuyo semblante sobrio contrastaba con mi expectativa de cosmonave, lo poblé de águilas, cactáceas, hongos alucinógenos, piedras mágicas, silencios, cuencos sagrados y los libros de Carlos Castaneda, algunos de Krishnamurti, entre otros. Me prometí no tomarlos como parte de una tonta cultura libresca, pero fue justo lo que sucedió. En aquel entonces, no tenía interés para cuestiones racionales, sólo deseaba extender las alas del águila que habrían de pronunciarse en el vuelo infinito de la libertad.  

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Futuro – Microrrelato de Hugo Jesús Mion

Con manos temblorosas, tomó la pequeña maceta, y la contempló un instante. Sus ojos se humedecieron. El endeble tallo de la planta se erguía desde un poco de tierra arenosa, que parecía apenas sostenerlo. Tres hojas, verdes y aterciopeladas, surgían a los costados y, en el extremo, un blanco botón anunciaba el inminente advenimiento del primer pimpollo.

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Conversaciones – Minificciones de Jorge Etcheverry

Cavilación de trasplante 

Y entonces allí nos quedábamos sentados a veces por horas en una plaza cercana, poco concurrida, con poco más que un poco de pasto amarillento, un par de árboles, una fuentecilla y la estatuita gris verdosa de un prócer inidentificable, viendo cambiar la forma de las nubes, como esperando que ese cambio se nos contagiara a nosotros, a nuestras vidas de apátridas. Como si a la naturaleza le importaran un bledo nuestros padecimientos. A veces comentábamos el destino de algunos de la generación que nos había precedido, de aquellos que murieron torturados en la revolución abortada, que muchas veces abandonaron carreras profesionales y hogares tranquilos, bellas novias, la notabilidad en diversas artes, para embarcarse en ese proyecto utópico que también había fracasado y que en retrospectiva nos parecía todavía menos alcanzable. Pero en el horizonte no se dibujaba un destino semejante para nosotros, o era que habíamos perdido de antemano, o éramos los verdaderos perdedores, los que habían recibido la pérdida, habían crecido y se habían desarrollado en medio de la pérdida. Nos parece haber estado muchos días sumidos en estas cavilaciones por horas, ya sea en este departamento, o dando vueltas por el centro, o aquí en este mismo parque, siempre en estas discusiones, pero a lo mejor era que nos parecía, y fueron en realidad sólo unas cuantas veces, o unos pocos días.

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Silencio a contraluz – Microrrelato de Baltasar Botavara

Santa María de las Lagunas, viernes 8 de noviembre. Cae el sol y alguien apunta a contraluz a donde pasta la vaca, en lo alto de la colina.

Allá arriba, en la línea del horizonte, se pierden el cielo gris y el sol en segundo tercio, y enfrente del sol hay unos árboles que yacen en silencio junto a unas espigas y una vaca. Cuando el fotógrafo mueve el lente hacia la derecha, se le aparecen de súbito tres siluetas que no tendría que estar viendo: la de alguien arrodillado, la de alguien de pie y la del arma con la que le está apuntando a la cabeza de aquél. Hace frío y se alcanza a ver la respiración del sentenciado.