Etiqueta: literatura cubana

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La memoria no olvida – Poema de Yuleisy Cruz Lezcano

Ahogados
Fusilados
Quemados
Después de indecibles torturas
los muertos no olvidan.
Hay una memoria
en la nada
donde el espíritu flota
debajo del olvido.
Los demás,
los vivos,
van adelante
y en cada instante
la memoria pierde la casa,
en medio a la niebla
se vuelve noticias vagas
—Algunos se preguntan
si todo esto sucedió—
y donde la memoria se durmió
los muertos no olvidan.
Esos pobres cuerpos deshechos
todavía gritan
sus silencios
en el silencio del mundo.

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A Alejandra Pizarnik – Poemas de Yuleisy Cruz Lezcano

Te vi
en los ojos de un pájaro
sin árboles,
en las ramas de ese árbol
sin aquel pájaro,
como quien se quita del camino
con el ala tendida al aire inútil
y el pecho bien vacío
de los lugares del canto.
Te vi con el corazón roto
pedir limosnas
un poco de caricias,
con lágrimas gruesas
y ríos y ríos de llanto.
Te vi en tus versos
con los ojos perdidos
en una necesaria ciega omnipresencia
sin conocer la ciencia
de decir adiós y seguir viviendo.

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Blackout – Cuento de Maikel Sofiel Ramírez Cruz

¡Cojone! Corre, pon la linterna del móvil, que alumbre el cuarto de la niña, tú sabes que se despierta enseguida cuando se ve a oscuras…

¿Y… qué hora es, eh…? Mira esto, chico, el arroz blanco que lo acabo de montar en la olla arrocera… ¿Qué tú crees, pongo la cazuela en el fogón de gas? ¿No se romperá por eso…? Oye, ya se despertó la niña. Claro, si hace tremendo calor. Anda, cógela a ver si yo logro terminar la comida. ¿Niño, y qué hago de plato fuerte?

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Maternidad (es) – Poemas de Yuleisy Lezcano

Maternidad

Nunca se crea nada del vacío,
desde este terremoto de identidad,
mi maternidad es una bolsa
llena de lluvia, luz de vida dividida
en dos partes de una línea nigra,
una mitad es la narrativa del asombro,
la otra mitad es un manual de descubrimiento,
entre las aguas lentas de este momento,
se cambia continuamente.

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Vuelta a la isla: La poesía de Luis Rogelio Nogueras – Ensayo de Irán Vázquez Hernández

En el 2005 ahorré un poco de dinero y me compré un viaje redondo a La Habana. El boleto resultó ser una ganga sospechosa; después conocería la verdadera razón: el huracán Dennis estaba por llegar a la isla. Durante el tiempo en que estuve en Cuba apenas si pude conocer La Habana Vieja, la Plaza de la Catedral y el Capitolio, ya que inmediatamente después de mi llegada se dictó la orden estricta de resguardo domiciliario. Me la pasé encerrado en un vecindario de la Calle Trocadero esperando a que las aguas se calmaran para regresar a México. En la televisión pude ver cómo Fidel Castro daba las noticias sobre la situación del huracán e incluso el momento en que el Comandante reprendía a uno de los reporteros por ignorar la geografía de la isla. Fue algo maravilloso y detestable a la vez. Cuatro días después salí de La Habana sin nada en los bolsillos porque un conductor me cobró una cantidad exorbitante de dinero para alcanzar mi vuelo. Al dejar la isla, vista desde las alturas, no dejaba de pensar en aquella sentencia que escribiera Guillermo Cabrera Infante en su libro Mea Cuba: “Cuba había dado un gran salto adelante, pero había caído atrás”. Pero ese es otro tema; lo que en realidad quiero contar en estas breves líneas es que, de ese infortunado viaje, logré extraer un buen provecho de la isla —¿acaso no es el modus operandi de la mayoría de turistas en Cuba?—: cinco o seis libros usados que conservo entre los anaqueles oxidados de mi biblioteca. Uno de ellos lo compré en una librería de viejo ubicada a espaldas de la Catedral. Ismar, el amigable vendedor que atendía el local, me dijo: Apáñate éste, viejo, es uno de los más grandes escritores cubanos del siglo XX. Tomé el libro y vi la portada: Nada del otro mundo, antología poética de Luis Rogelio Nogueras.

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Visita a la vida de un desconocido – Cuento de Daryl Ortega González

Una de aquellas semanas en que caía viernes, a Eduardo le dio por hablar de cosas sobrenaturales a la altura de la segunda botella de Añejo Blanco. No estaba solo, siempre se las arreglaba para convoyar al amigo y arrástralo hasta el bar de la facultad con la excusa de que el semestre podía estudiarse en los últimos días. Empezó con el cuento de que a su prima le salió una mancha azul en el brazo el mismo día de la foto de sus quince y era por eso que en el álbum sólo se le veía con ropa de mangas largas. Luego continuó con el dolor que se le clavó al tío en una pestaña, los monólogos de su espejo y la noche en que la luna se le movió de lugar, antes de cederle el turno de eventual narrador a Carlos, quien recogió el vaso, se dio un trago de ron como para coger valor y, aún con el fuego pegado en la garganta, le contó la experiencia que tuvo un año atrás. 

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Lejana juventud – Poema de Yuleisy Cruz Lezcano

Me vive, me está viviendo
este lugar solitario,
objetos de barro roto
entre la yerba y la ciudad,
sombra de río y de gusanos,
sol que abusa de la costumbre
de sentirse en el aire igual
un día atrás de otro.
Me viven los fantasmas de ecos perdidos,
los años cumplidos que traen
junto a un mensaje de polvo del pasado
un pedazo de recuerdo apagado
por las lluvias que llegan
desde la distancia.
Me viven nuevas estaciones
de calendarios sin ventanas,
los besos de viejas primaveras,
pegadas a mí, con lazos de memoria.
Me vive un hundido sueño en una gaveta,
las piernas sin ritmo, cruzadas,
en la resonancia de un viaje
que duerme en el margen
de los días en el silencio manchados
por una lágrima que cayó
hace muchos años.
Mi mirada es un engaño,
con sus treinta años,
contrasta con las arrugas y las canas,
madura ya de mi juventud lejana.
La lejana voz de los amores
son lagos de paz para mi seco mundo,
metido en el rincón de su sótano.
Ya no me quedan semillas en los huesos,
mis oídos con alas tensas, presos,
no sienten los rumores.
Ya no tengo fuerzas para lanzarme
en nuevos viajes sin orillas,
viajo sólo sentada en la silla
y cuando almuerzo me quedo dormida,
como quién sale de la vida
para continuar otra vida en el sueño.