Tengo un defecto, o así lo he catalogado. Mientras estoy leyendo voy contando las páginas, no tan recientemente como creerán, pero se vuelve un fastidio cuando estoy a cien páginas de acabar. Mi lectura se convierte, entonces, en una acción maratónica: me olvido de hacer cosas, quiero terminarlo pronto. Es como si un bicho se me hubiera trepado, de esas chinches que están infestando París y la Ciudad de México ―seguramente ya las has tenido de manera psicológica―, y tuviera que sacudírmelo de encima, golpeándome por todo el cuerpo. Ochenta, setenta, ahora cincuenta. Se vuelve una obsesión malsana. Alguna vez, cuando estaba leyendo Cien años de soledad, llegué a la centésima página antes de terminar, eran cerca de las once de la noche: invoqué al huracán, pues no pude detenerme hasta las dos de la mañana y quedé sin poder dormir el resto de la madrugada; solo agradecí que existiera algo como eso y se pudiera leer.
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La sonrisa del ángel – Cuento de Jorge Muñoz
El rey se volvió loco. Sí, eso dijeron sus más cercanos. Dijeron que pasó toda la noche gritando. Entre sus palabras disparatadas contaba que horribles fantasmas lo acosaban, recordándole sus crímenes atroces, crímenes cometidos desde su temprana niñez, cuando se entretenía lanzando a inofensivos perros desde lo alto de las torres del palacio para gozar viendo cómo se destrozaban en el suelo; entonces reía y cantaba saltando y agitando los brazos. Mientras más sangre salía de los cuerpos reventados, más se alegraba.
La otra esquina de El infinito – Cuento de Carlos Quintanilla
Hace unos momentos aquel hombre desvió su mirada a la pared donde estoy recostada. Ahí se encuentra uno de los posters que tenemos colgados en el bar, en él se observan a los integrantes de ABBA vestidos elegantemente y con una pirámide de fondo. Son interesantes los gustos de las personas cuando se les condiciona con sólo verlos una vez en la vida. En el traje que lleva puesto se empezaron a forjar arrugas cuando acomodó sus nalgas en el pequeño asiento de la barra. Esta noche soy sabedora de que está, junto con otros hombres, en representación de Manuel Serrano; disque tienen que cerrar un acuerdo para el viejo, con el fin de no perder un porcentaje de ganancias de este lugar. Sin embargo, ninguno de ellos se observa concentrado para darle de lleno a sus responsabilidades. El tipo está recibiendo una llamada.
La alborada del horror – Cuento de Camilo A. Rincón V
Durante la alborada observé algunos animales heridos, al igual que muchos soldados muertos por la dinamita. Me tapé el rostro, con el ánimo de olvidar los horrores de esa absurda guerra. Entonces apreté el fusil con mis piernas, sin darme cuenta de que aparecía en mi cabeza el infierno, en donde pecaminosas almas descorazonadas y afligidas, escuchaban a Satanás, quien, al verme solitario, se me acercó y me dijo:
Destino – Cuento de Hugo Vargas
Desde tiempos inmemoriales el Hombre ha establecido un vínculo profundo con su Destino; a veces, lo ha aceptado sin miramientos; otras, lo ha rechazado con ímpetu, pero siempre ha intentado comprender las fuerzas misteriosas que manejan los hilos de la vida.
La historia de Ricardo, «el Loco» Ramírez, es un claro ejemplo de este infructuoso combate humano contra lo inasible.
Covidianidad – Microrrelato de Baltasar Botavara
Era una noche glaciar en Santa Margarita, de ésas en las que no pasa nada digno de ser recordado salvo que de la nada un fulano llegue corriendo al supermercado, y que justo cuando va a pasar la puerta alguien se atraviese para impedírselo y le brame:
—Quieto. No se mueva.
Sólo es el viento – Cuento de Miguel Enrique González Troncoso
A temprana hora de la mañana, el hombre irrumpió en la vivienda.
—¡Ya señora, levántese y márchese de inmediato! —ordenó, y agregó—: ¡Yo soy el nuevo dueño de esta propiedad! Su familia ya se largó.
La mujer, avergonzada, balbuceó:
—¡Ya, altiro! Sólo déjeme pasar al baño y me voy de inmediato.
La jaula de Adela Fernández
Las grandes figuras de la cultura son tan conocidas que todos terminan sabiendo poco o más bien nada de ellos. Conocí a Adela Fernández por fortuna y casualidad hace dos años y, desde entonces, me convencí de estudiar su literatura. Lo primero que supe, como casi todos, es que fue hija de la relación entre Emilio “El Indio” Fernández y una bailarina cubana que el actor conoció en un viaje. Dada la naturaleza de la casa paterna, Adela vivió rodeada de la farándula artística y cultural del México de mediados del siglo pasado: Dolores del Río, Diego Rivera, Frida Kahlo y todo su círculo llenaban la sala de El Indio y le daban a su hija un trato cercano a una relación de servidumbre.