Como si fuéramos indivisibles, creemos movernos en las memorias. Nos sabemos ahora como «dividuos», multitudes de sensaciones que mueven y transforman la memoria. Aquellas partes, las vulnerables, el sagrado erotismo, las pasiones y las obsesiones se extraen, se mordisquea, se distorsiona, se destruye, y se erige un ello torturado, escondido, inmiscuido en su materia, a punto de estallar en sus pasiones, desgarrado por la animalidad que las carnes le provocan.
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Lamentaciones (de mi novio el íncubo) || Ilustraciones de Iván Méndez
No sé en qué momento de la historia decidimos negarnos a nosotros mismos, nuestros cuerpos y nuestra animalidad. Tal vez fue por culpa de la soberbia que nos hizo pensar superiores a otros animales. Tiempo después, llegó el dios cristiano y, por medio de la culpa y la vergüenza hacia nuestros cuerpos, maldijo a nuestros dioses sodomitas. Largo tiempo nos persiguieron y quemaron; así, la animalidad fue sepultada, negada e ignorada. Esta sagrada triada: cuerpo, animalidad y placer fue tachada de “monstruosa”.