Cómodamente sentado, me preparo para comenzar a vivir una singular experiencia, una vez más. Estoy dentro de un avión a minutos de comenzar el despegue. ¡Estoy a punto de iniciar un viaje a través del aire!
Etiqueta: cuentos sobre muerte
Lágrimas de Dios – Cuento de Victoria Mulville
Dicen que las perlas están hechas de luz de luna. En las noches de plenilunio, los moluscos se abren para dejar entrar los destellos. Para mí, las perlas son lágrimas de Dios. Es que Dios también llora, pero lo hace sobre el mar para esconder la vergüenza.
Después de la tía Emilia || Cuento de Juanma Bahamonde
Era la primera vez que Juan visitaba el cementerio civil de Madrid. Acudía a visitar la tumba de su hermana. Junto a la lápida alguien había depositado una foto de su tía Emilia. Se acordó entonces de cuando murió la vieja dama. El año antes de su muerte la tía Emilia había luchado por no rendirse a las telarañas de la desmemoria. Nunca perdió la anciana su sonrisa ancha, cálida y familiar. Siempre arrinconó sus recuerdos de una dura posguerra: el dolor de enterrar a sus dos hijos cuando ambos no habían probado de la vida más que un ligero sabor amargo al odio y el resentimiento; la rabia de perder a su marido en la batalla de Belchite y no saber dónde llorarlo. Recordó también cuando él llegó al pueblo con su hermana y su padre. Su madre había llegado hacía dos días. “Mamá está cuidando de la tía Emilia. Necesita a alguien que le haga la comida. Se está quedando muy flaca”, le dijo su padre. Al salir del coche vio a su primo Javier salir de la casa de su tía. “¿Es que ha muerto la tía Emilia?”, preguntó con un rostro inquieto. Su mente infantil unió recuerdos y sentimientos. Su primo Javier hacía tiempo que dijo que no volvería al pueblo a visitar a la tía Emilia. “¿Por… Por qué lo dices?”, balbució su padre.
La muerte de Liquidámbar || Cuento de Baltasar Botavara
Cuentan quienes presenciaron la ejecución de la sentencia que la mañana del viernes veintiocho de agosto el parque del barrio Los Libertadores olía a ámbar gris mucho más que de costumbre. El cielo negro y el viento rabioso parecían protestar por lo que estaba a punto de suceder. Los notables de la Junta de Acción Comunal habían decidido que en el libro del destino de Liquidámbar estaba escrito que no vería el amanecer del veintinueve de agosto, que en este otoño sus hojas de cinco puntas no se colorarían de amarillo y granate.
El ascensor || Cuento de Eduardo Viladés
Esta mañana he vuelto a llamar al ascensor de la planta que nunca funciona.
Aprieto tantas veces el botón que llega un momento que el dedo se me duerme. Intento bajar al sótano porque me han dicho que allí empezó todo.
Dilatación agobiante de la esperanza || Cuento de Alan Rolon
«Si es delincuente que muera presto», estampa de Francisco de Goya
Desde que estaba encerrado, lo único que esperaba era que los guardias vinieran por mí. Ansiaba escucharlos andar hacia acá y que me sacaran de mi hermética celda, tan aislada del mundo que no podía siquiera tener una mínima idea de la hora, el día, la época. Cada vez que los escuchaba se me helaba la sangre, pensando que era momento de llevarme al paredón, sólo para escuchar los lamentos ―o percibir su ausencia― de otro prisionero arrastrado, y descansar con amargura otra noche.
Alas || Cuento de José Luis Muciño
Una mosca detuvo el vuelo en el borde de su plato de sopa. Él dio un manotazo lento y burdo; sus 83 años le habían quitado casi toda su movilidad, pero logró ahuyentarla.
El sueño infinito || Cuento de Isaac Gasca
Ilustración de Aimeé Cervantes
Cuesta trabajo abrir los párpados al amanecer después de otra noche intentando dormir. La mirada pesa, los ojos duelen. Siento que floto, como si mi cuerpo estuviera inflado con helio. De un momento a otro levitaré. Humecto mis ojos con un gotero que lo mismo podría contener fuego. En el espejo observo que las ojeras se levantan bajo mis ojos como un muro infranqueable que prohíbe entrar al sueño. Mis ojos se tornan más negros, más pronunciados mis gestos. Llamo al trabajo para pedir otro día de descanso. El jefe me otorga el permiso y me recomienda un psiquiatra, el tercero en lo que va del año. “Claro que sí, Julio. Tómate el tiempo que quieras a cuenta de tus vacaciones”. Cuelgo. Mi casa fría, blanca, vacía, es una perfecta analogía de mi corazón roto, duro, estéril. Por la falta de sueño agrego sal a la leche, azúcar a la carne, miel a la pasta. Si existe la vida después de la muerte debe comenzar así.