Cierro los ojos y pienso en las alfombras de hojas secas que cubrían mi cuerpo de siete años cuando Oliver y Miguel empezaban el juego de la muerte. Al principio sentía que la calidez de mi cuerpo y mi incipiente corazón espantaban el miedo a la muerte y aceptaba sin protesta alguna ser siempre el muerto. Me acostaba con los brazos entrelazados en el pecho como decía mi madre que los bisabuelos lo habían hecho para siempre, cerraba los ojos porque a la muerte no le gusta para nada ser vista y poco a poco recibía el peso de las hojas secas que parecían duplicarse, triplicarse como si realmente Oliver y Miguel echasen la tierra parda y pastosa del cementerio.
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Interruptus || Cuento de Marcos Josué Cueva
La timbrada destrozó la perfecta calma de la noche después del amor, el silencio construido a voluntad, el sueño plácido que no habría de recordar. Restregándose los ojos buscó torpemente el celular tanteando sobre la mesita al lado de la cama: faltaban catorce minutos para las tres de la madrugada. Número desconocido. Extendió el brazo y le tranquilizó comprobar que ella no se había ido, y dormía respirando sosegadamente. Sintió deseos de orinar y se dirigió al baño caminando con los pies desnudos sobre el frío piso del departamento neoyorquino. Mientras se sacudía vigorosamente el colgajo semiendurecido, el celular volvió a timbrar.