Una de las razones por las que confundimos ciertas cosas se debe a que no comprendemos la estructura del mundo. Sabemos que el bien puede causar mal y viceversa, por eso solo tomamos partido en aquello que se ajusta a nuestro interés. Leía hace poco un ensayo en el que no dejaba claro lo que se quería argumentar. El autor centraba su crítica en torno a la belleza física y su elección, luego hablaba del amor y finalmente confundía la belleza con la variedad (en este caso citaba a Lope de Vega cómo si fuera fundamental tener un soporte para tal equivocación) el ensayo terminaba dedicándoselo a un enamoramiento físico. Después hacía referencias a Marx, Platón, y no sé a cuántos filósofos. Su sustento en estos filósofos estaba lejos de ser una interpretación correcta. Más que ser un ensayo que intentaba aclarar el problema de porqué deseamos la belleza exterior en contraposición con la belleza interior, sentía en sus palabras un problema de personalidad: este autor no podía aceptar ser lo que es. Es por ello que centro mi atención a la primera línea expuesta en este ensayo: No comprendemos la estructura del mundo.
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Muerto por jugarle al verga: hacia un modelo de análisis dramático
Podemos sintetizar la definición aristotélica de la tragedia como un género dramático en el que el protagonista pasa de la felicidad a la desdicha en un cambio de la fortuna, provocando los sentimientos de horror y conmiseración en los espectadores, pues la peripecia acontece no por maldad del protagonista sino por una falla en su carácter -como las que podemos reconocer en todos los seres humanos- ni se trata tampoco de una desgracia ocurrida a una persona eminentemente virtuosa (pues, en este caso, dice Aristóteles, no provocaría horror ni compasión sino un sentimiento de indignación y acaso un efecto de falsedad).
Propongo sintetizar todavía más esta definición aplicando a todo personaje sospechoso de ser un personaje trágico la fórmula facebookera «muerto por jugarle al verga», que consiste en presentar a un individuo cualquiera anunciando que va a hacer algo sorprendente que, por experiencia personal, sabemos que no puede terminar sino en la desgracia. Tradicionalmente, este meme consiste en una primera imagen donde el personaje aparece manifestando un demencial orgullo (la hybris señalada por Aristóteles), que en la parte inferior del meme se transforma en una tumba con el epitafio antes señalado.
¡Dale intención al texto!
Pasamos por alto reflexionar sobre el significado de las palabras, especialmente en el ámbito académico y profesional: damos por sentado que las comprendemos. Un director de escena le pedirá al actor que «le de intenciones a sus parlamentos», y él entenderá, generalmente, que algunas partes las debe hacer triste, otras enojado, con variaciones de ritmo, tono, etc. Lo mismo sucede con la interpretación y el análisis de una obra… el lector tratará de entender el significado de una escena o de un monólogo, pero pasa por alto la intención.
La belleza hoy y… simplemente,la Belleza
Sólo los superficiales no juzgan por las apariencias.
OSCAR WILDE
Mucho tiempo me quejé de la superficialidad de los millenials. Si no me hacían caso era, seguramente, porque no soy alto, atlético, guapo, ni rico. No me daba cuenta que el superficial era yo: la sociedad que así se comporta es tan profunda y se toma las cosas tan en serio como los fanáticos religiosos o los seguidores de la ética kantiana.
Su discurso es engañoso: alentados a la estupidez por el discurso de nuestro tiempo, se avergüenzan de su profundo compromiso con la ideología. Según ellos son libres, espontáneos: el amor tradicional es una forma de atarse, de limitar su placer, y a este mundo venimos, a fin de cuentas, a no quedarnos con las ganas de nada, a hacer todo lo que queramos. Se vuelcan, pues, al placer inmediato y efímero: rinden culto a la imagen, a la riqueza. En este culto radica su profundidad: elevan los grandes senos, los cuadritos en el abdomen, la ropa de marca, a una dignidad metafísica. Ya lo dijo Marx en su análisis de la mercancía: no es el producto en sí lo que deseamos… la mercancía tiene un halo mágico, misterioso, como si se tratara de la famosa escalera de Platón al mundo de las ideas. A través de su consumo superficial de cuerpos y de marcas, buscan acercarse al mundo ideal de la felicidad, el comfort, la omnipotencia y, por supuesto, el placer, elevado a Dios. No son superficiales: no se fijan en la apariencia, sino en la concordancia de la apariencia con los imperativos de nuestra sociedad supuestamente «postideológica».
Aurym Blues: la imposibilidad de estar solo
El hombre, solo frente a la naturaleza, crea. De esta creación, a veces, resulta la obra de Arte.
De manera análoga, el espectador de la obra de Arte, se encuentra inmerso en esta nueva naturaleza, que, como quería Borges, es una naturaleza creada por el hombre, creada para que la descifre el hombre: es decir, una naturaleza donde no está solo, porque dialoga con el autor. En esta naturaleza, el hombre es capaz de conocer a su Dios. Y es el espectador el que, ante los estímulos de esta nueva naturaleza, completa en su corazón la obra de Arte.
Este extraño proceso de recreación se hace más intenso en el caso del teatro, donde un grupo de artistas crean un universo a partir del universo creado por un dramaturgo o, como en el caso de la compañía que me ocupa, del universo creado por la música.