I.
La maldición del baterista.
Doce en punto. Fraccionamiento José de la Mora. La zona es un laberinto de jardines descuidados, con austeras pintas de grafiti que crecen a lo largo de las paredes como una enredadera voraz que pretende adueñarse de todo. La mañana es fresca, calurosa. En una calle, cerrada, quizá, sobresale una banca de hierro forjado en donde he estado con anterioridad escuchando las pláticas furtivas de una banda que, hace apenas dos años, comenzaba a dar sus primeros pasos: Pirámide Zulú. De la ventana brota un ska rítmico, estruendoso: es un preámbulo sonoro a lo que vendrá después.
Pablo es uno de los integrantes más recientes. Toca la batería. A pesar de que el evento que conmemora el segundo aniversario de la banda empieza a las cinco de la tarde, él debe estar en el lugar desde la una y llevar todos los instrumentos. Es la maldición del baterista, dice. Después de cargar los elementos necesarios para el toquín nos dirigimos en la camioneta hacia el bar en donde se llevará a cabo el magno evento de aniversario.