Su alcoba estaba en el centro del pasillo. Salió de ella a paso lento. A su derecha estaba la puerta de la habitación de sus padres y a su izquierda la de sus hermanas. Todo estaba oscuro. Frente a sí, sin embargo, vio una llama amarilla ardiendo fuera de la ventana, en la distancia, en la cima de una estructura metálica. Era como una corona solar y amarilla para la noche plateada. Esa corona hacía un cuadrado de claridad en el piso del corredor. Tras una breve inspección comprobó que no había nadie ni en la habitación de sus padres, ni en la pieza de sus hermanas. Había visto las pesadas cortinas verdes con las que su madre resguardaba la siesta matutina de las claridades del día. La caja de madera donde su padre guardaba un máquina de afeitar descansaba en una mesita de noche y brillaba intermitentemente con el número doce y dos ceros que el reloj despertador marcaba. Vio el neceser a los pies de la cama doble. Cerró la puerta. Luego fue a la habitación de sus hermanas y vio el mueble rosado donde ellas habían puesto una variopinta fauna de osos de felpa, barbies, gatitos paralizados, perritos con la lengua afuera y bebés con la boquita perpetuamente abierta, a la espera de un tetero de agua. Cerró la puerta. Desde el final del pasillo vio cómo la extensión de esa distancia caía en el abismo negro de la pantalla del televisor, puesto al otro extremo del pasillo frente a dos mecedoras. Dejó atrás las sillas y mecedoras dispuestas frente al aparato cuando, tras el constante zumbar de los aires acondicionados, escuchó un motor que se había encendido en el primer piso. Unos pasitos duros y como de piedra comenzaron a oírse al mismo tiempo. Desde la baranda del segundo piso vio la oscuridad del primero y el claroscuro del rellano de las escaleras. Tuvo la certeza de que tanto el sonido del motor como los pasitos venían del primer piso. Como se sabe al soñar que hay una prehistoria al momento que se sueña, así supo él que su familia estaba en el carro y que se disponía a arrancar y que los pasitos resultaban de algo o alguien que lo quería solo allí en esa casa prestada. Corrió escaleras abajo casi resbalándose en el rellano. Alcanzado el primer piso tomó dirección a la izquierda y allí abrió la puerta que daba paso al garaje donde el único rastro de su familia era el olor a combustible quemado después de ser desalojado por el escape del carro. Atravesó el garaje corriendo para seguir la estela de humo que el carro había dejado. Escuchó entonces una respiración que parecía reírse a sus espaldas. Abrió los ojos queriendo despertarse, pero sólo lograba sumergirse más y más en esa presencia que respiraba cómicamente a sus espaldas con un gozo perverso. No sólo era indiferente sino que se entretenía con su abandono.
Categoría: Creación literaria
Creación literaria. Narrativa, poesía, minificción y otros híbridos.
Qué pesado el otoño – Poema de Luis Fernando Padilla
Qué pesado el otoño,
con sus vientos que congelan gestos y corazones,
y sus sabores castaños,
en donde siempre caben bien tus besos.
Con sábados de pijamas
y recalentados infinitos de café.
Con fiestas para celebrar muertos
y cosas que nos dan miedo, —o por lo menos a mí—.
…de una tarde de diciembre – Poema de Steven B. G.
De ámbares y rosas
la carne agónica del día.
Un pájaro toca la mejilla de la luna.
La Tierra —a pesar de su hemorragia—
bosteza de sueño.
No son suficientes los ángeles crucificados
para abatir el acíbar
por la boca y el pecho ausentes.
Al otro lado un ruido – Cuento de José Adair Prado Zacarías
Sabía que para mí no sería un día fácil. Nunca se me han dado bien estos días. Como cuando un temor te circunda la cabeza, se te mete, luego sale y vuelve a meterse en tus oídos. Quizá sea de esos días en los que tienes que reaccionar. Pero yo no sé qué hacer ante las cosas inesperadas, ante los golpes que te sacan el espíritu.
Espejismos (selección) – Poemas Sebastián Núñez Torres
Los poetas salvajes
A Gabriela Paz Morales
Somos una estirpe de condenados
en la víspera del juicio.
Fuimos heridos mortalmente
por palabras buscando la alquimia
de las redenciones,
una sola estrofa para decirlo todo.
Ser-IA – Cuento de Sara Montero
Déjenme que les cuente cómo lo recuerdo yo, aunque para las fechas y el orden estricto de los acontecimientos quizás tenga que preguntar a SENT. Como ya saben, los primeros en caer fueron los creadores de contenido, copywriters y redactores. Ni siquiera se requería de una tecnología muy avanzada. Bastaba con volcar los datos y en segundos la máquina tenía un texto escrito en todos los idiomas indicados. Sí, es cierto que adolecían de cierta gracia, pero técnicamente eran impecables, era barato y no exigían afiliarse a un sindicato.
Ambar (selección) – Poemas de Luis Cuadros Falla
Quizá el poema yace
quizá el poema yace
en el profundo recipiente de tus ojos
quizá el poema sea el cántaro
quizá viva inquieto
en tu dispersa voz
en la ondulación perfecta
que nos deja su sonido
¿por qué calla el poema?
¿por qué no escucha el poema?
tal vez deba percibir su propia pulsión
tal vez deba saber un poco más
del dolor
tanto adiós en su mirada
tanta sangre en su latido
El corazón apurado – Cuento de Luciana Alfonzo García
Mis palabras son urgentes. Me sobrevienen, me ayudan a expulsar el dolor que tengo en el pecho. Quizás alguien pueda escuchar mi historia. No sé. Tal vez alguien pueda decirme qué hacer con tanto peso.
Súcubo – Microrrelato de Roberto Garcés Marrero
No sé qué pasó…
Estabas debajo de mí, disfrutando el roce de mi lengua en tu cuello, con esa expresión en el rostro digna de ser esculpida en un templo hindú. Abriste tus muslos y me invitaste a entrar.
Las personas no habitamos cajones – Cuento de Alexander Sanabria Aranda
El pequeño cajón que destinaste para mí era muy cómodo, en principio. Sin embargo, veía a diario todo el espacio en esa mansión: cada uno de los hermosos salones, con esos enormes ventanales; los corredores alfombrados y luminosos; las habitaciones con cojines y candelabros; el amplísimo vestíbulo por el que un día entré; el comedor donde probé y conocí aquellos exóticos platillos que, para mi sorpresa, terminé disfrutando. Recordaba los extensos jardines de alrededor, tan hermosos y apantallantes, en los que disfrutaba correr. Pero, en ese momento, ya sólo podía mirarlo todo a través de una rendija, ya fuera de la oscura madera que me encerraba, o la de la memoria de mis primeros tiempos en esa mansión.