Recuerdos sin disfraz
Para Liz
Un día el tiempo nos hace un resumen
donde regresa aquel recuerdo
que se fue, pero alguien pide que lo exhumen.
Creación literaria. Narrativa, poesía, minificción y otros híbridos.
Para Liz
Un día el tiempo nos hace un resumen
donde regresa aquel recuerdo
que se fue, pero alguien pide que lo exhumen.
La piedra es una montaña reducida a su origen
inerte,
hasta que la gota erosiona su quietud,
y renombra los siglos que la construyeron
La esfera de la muerte se hincha con cada respiración
y somos jóvenes todavía
aquello
no me preocupa al estar contigo
ya
no quiero saber nada del mundo
estoy muriendo
tomando tu mano
Yo las vi, pero no debí haberlas visto, porque ese día no debía estar allí, pero allí estuve, y yo vi lo que pasó, que no fue todo lo que dijeron que pasó, ni debió pasar como pasó, pero sí pasó.
Soy un pequeño cielo tras la ventana del cuarto.
Un cielo azul para mis huesos. Los árboles viven
días sin palmas. Sujeta el cabello
de mi casa, la muerte. Ese sentido me
nació enraizado como piel
al rostro.
Su himno de tierra, bajo la planta,
conduce el aire palabras
hacia el sol.
Mi padre vio morir a su padre
y cantó un par de canciones
el día en que se despidió del mundo.
Una voz que se calla
se doblega ante el silencio.
Una voz que dice una palabra
se rebela ante la muerte.
Santa María de las Lagunas, viernes 8 de noviembre. Cae el sol y alguien apunta a contraluz a donde pasta la vaca, en lo alto de la colina.
Allá arriba, en la línea del horizonte, se pierden el cielo gris y el sol en segundo tercio, y enfrente del sol hay unos árboles que yacen en silencio junto a unas espigas y una vaca. Cuando el fotógrafo mueve el lente hacia la derecha, se le aparecen de súbito tres siluetas que no tendría que estar viendo: la de alguien arrodillado, la de alguien de pie y la del arma con la que le está apuntando a la cabeza de aquél. Hace frío y se alcanza a ver la respiración del sentenciado.
Como siempre tengo mala suerte, no vi el cartel de «cuidado hay un pozo». No es mi culpa, encima lo escriben con rojo, el rojo no sirve para un comino, no te pone alerta, tampoco te despierta, menos si caminas dormida. Pude sentir como las costillas se aplanaron, el golpe contundente en mis caderas, caí y el universo cayó junto a mí, desvanecida la bicicleta nueva, postergado el acto escolar de mi hermanito, y el rosario que traía en el cuello no sirvió de mucho, por contrario, se introdujo en el iris, ¡pinchándolo!, lo quité furtiva, y así en un abrir y cerrar de ojos me convertí en pluma, frágil, ¡pequeña!, acorralada en una sociedad donde la gente vive usando taladros y soplándolas, no es metafórico, perdí cincuenta kilos sin hacer dieta ni esperarlo, el pelo suave, la piel como seda, nada de tratamientos, ¡nada de esfuerzo!