¿Qué haré con los besos que se me deshojan,
que se me desgarran,
que se me caen?
Como hojarasca reseca pululan
y se amontonan
y se reproducen
y se agrandan
en la comisura de mis labios,
en la vertiente de mi alma,
en todos los latidos
que no doy, en cada palma
que se añeja.
Porque los segundos pasan
impertérritos, asfixian
al punto de la locura y escapan.
Se van
como tú que no tienes destino,
que huyes sin saber camino
Y aún así te persigue el desatino.
Se desmoronan
mis besos, de pirámides que colisionan,
de bombas que estallan,
de tierra y agua que en una se funden.
Sí, tal vez desvarío.
Tal vez la culpa es del río
Por mecerte cual balsa
perdida y solitaria
y yo aquí esperando(te) en la orilla.
Categoría: Corporalidades
Los cuerpos, no sólo los humanos, permiten nuestra existencia y convivencia en los distintos mundos que habitamos. Nos permiten compartir la tierra y los espacios; sentir el calor del sol y el frío de las mañanas. Nuestros cuerpos escalan montañas y atraviesan océanos. La física dice que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo, ¿acaso el arte ha retado este principio?
«Memory is hunger», reflexiones sobre el hambre y la memoria || Ensayo de Gustavo Robles Cruz
La faim, c’est vouloir. C’est un désir plus large que le désir. Ce n’est pas la volonté, qui est force. Ce n’est pas non plus une faiblesse, car la faim ne connaît pas la passivité. L’affamé est quelqu’un qui cherche. [1]
Tres de las actividades predilectas de mi cuarentena fueron leer, cocinar y recordar todo tipo de situaciones, emociones y sensaciones que me remitiesen a la vida en el exterior. Hago especial énfasis en ésta última porque vivir en el encierro es difícil cuando la realidad en la casa materna no es mejor que las circunstancias de afuera: una pandemia que acaba con la vida de millones de personas o una inminente crisis económica que nos deja varados en medio de la incertidumbre. Leer, cocinar y recordar me ayudaron a sobrellevar la situación de la mejor manera posible. Perfeccioné mi técnica para hacer pastel de cumpleaños, revisité lecturas que ocupan un lugar importante en mi corazón y recordé hasta el aroma de una mandarina que se pela con cautela en un salón de clases. No obstante, el desencanto y la desesperanza estuvieron presentes todos los días condicionando mis acciones y las otras emociones que surgían con el transcurso del tiempo. Salí bastante afectado, perdí planes, oportunidades y hasta llegué a creer que mi hambre había desaparecido.
Akira: Cuerpo y actualidad || Ensayo de Héctor Justino Hernández
El Japón que Katsuhiro Otomo construye en Akira (1988) es el de una sociedad que ha dejado de confiar en sus gobiernos, que vive disturbios debido a inconformidades, que se encuentra en un estado de alerta y que influye en el cuerpo para modificarlo: características todas que acercan la obra a la realidad que habitamos en el presente. Por tanto, vale la pena revisar algunos elementos que se configuran para hacer que la película dialogue con la situación actual.
Paisaje, el cuerpo que elegí || Poema y fotografías de Giovanna Enríquez
Cuerpo agua, que es porcentaje, 80.
Cuerpo aire, que se sostiene en el aliento de la otra.
Cuerpo mentira, cuyo interlocutor nunca entendió.
Cuerpo él y ella, que somos todas.
Las obsesiones de la carne || Ilustraciones de Mauricio Jiménez
Como si fuéramos indivisibles, creemos movernos en las memorias. Nos sabemos ahora como «dividuos», multitudes de sensaciones que mueven y transforman la memoria. Aquellas partes, las vulnerables, el sagrado erotismo, las pasiones y las obsesiones se extraen, se mordisquea, se distorsiona, se destruye, y se erige un ello torturado, escondido, inmiscuido en su materia, a punto de estallar en sus pasiones, desgarrado por la animalidad que las carnes le provocan.
Tus espejos velados || Cuento de Palacio Rojo
¿Os acordáis del momento en el que os decidisteis a escribir historias? Yo sí. Fue cuando me hice mujer, mi primera regla y eso, ¿no? Creía que no me iba a llegar nunca, todas mis […]
Cuerpos: Genealogías de libertad || Fotografías de Raquel Cortez
Las seis imágenes no forman parte de una misma serie, fueron tomadas en momentos distintos. Sin embargo, cada una de ellas es un intento de retratar aquello que se pone en juego al momento de actuar, de decir, de ser: el retrato de los cuerpos y sus experiencias.
Bradicus o el cuerpo hecho objeto: tecnología y patriarcado
Ilustración de Carlos Gaytán
Un hombre australiano fue denunciado en México por usar fotos y videos de mujeres sin su consentimiento para promocionar sus productos y servicios de seducción. Brad Hunter o Bradicus se dedica a viajar por el mundo y ligar con mujeres locales que utilizan aplicaciones de citas, registrar el contenido a través de videos y luego incluir el material en un curso que vende como la guía definitiva para la seducción online. En su canal de YouTube algunos videos muestran elaborados mecanismos que incluyen una fila de teléfonos celulares y un brazo robótico con una punta que conduce la electricidad suficiente como para que la pantalla deslice hacia la derecha y haga match automáticamente con la mayor cantidad de mujeres posibles. Otra de sus técnicas era la programación del envío de mensajes en WhatsApp a través de una cuenta de negocios y un software automático.
Lamentaciones (de mi novio el íncubo) || Ilustraciones de Iván Méndez
No sé en qué momento de la historia decidimos negarnos a nosotros mismos, nuestros cuerpos y nuestra animalidad. Tal vez fue por culpa de la soberbia que nos hizo pensar superiores a otros animales. Tiempo después, llegó el dios cristiano y, por medio de la culpa y la vergüenza hacia nuestros cuerpos, maldijo a nuestros dioses sodomitas. Largo tiempo nos persiguieron y quemaron; así, la animalidad fue sepultada, negada e ignorada. Esta sagrada triada: cuerpo, animalidad y placer fue tachada de “monstruosa”.
Un vestido azul o dorado
Ilustración de Aimeé Cervantes
Desde que descubrí las ilusiones ópticas aprendí a desconfiar de mis ojos. La primera que vi fue el dibujo de una joven con sombrero de plumas y vestido victoriano, de quien sólo se observaba el ángulo de la mandíbula, la oreja y las pestañas de un ojo. Tenía la leyenda: “¿Y tú qué ves? ¿Una muchacha que mira hacia otro lado o una señora de nariz grande?” Mi madre veía a la anciana, pero yo no podía dejar de observar a aquella muchacha que desdeñaba mirarme. Hasta que, por la gracia del insistente, la vi. Las vi a ambas. Ese pequeño engaño me produjo una especie de vértigo, como el que buscaba al girar en las tazas locas de la feria. Aquel viejo “ver para creer” perdió su dogmatismo. Había germinado la semilla de la sospecha.