Un axioma, en matemáticas, se concibe como cada uno de los principios fundamentales e indemostrables sobre los que se construye una teoría, y dentro de Teoría de las catástrofes encontramos la descripción de los seis […]

Un axioma, en matemáticas, se concibe como cada uno de los principios fundamentales e indemostrables sobre los que se construye una teoría, y dentro de Teoría de las catástrofes encontramos la descripción de los seis […]
Texto de Edgar Adrián Mora Para Juan Pablo, que quiere ser escritor. 1. Viene alguien y me invita a escribir sobre cómo me convertí en escritor. Cada vez que alguien me propone algo similar, las […]
Si nos sumergieramos en la mente de un director como Roman Polanski seguramente sus ideas estarían divididas en pisos de departamentos. A la entrada estaría un conserje que pudiera ser el mismo Polanski, vestido con […]
Traición es un colectivo de cultura queer que nació en la CDMX en junio del 2015, convirtiéndose en un referente para la comunidad artística local como una plataforma promotora de música, performance e ilustración de talento […]
Encontrar el tema de un texto suele ser muy complicado por la cantidad de narraciones subordinadas que se encuentran introducidas y que, la mayoría de las veces, fungen como una de las mayores riquezas que posee. En ocasiones los elementos con fines anecdóticos de la obra son los que gustan más y, cuando descubrimos que el tema central no es precisamente ese, nos desencantamos, quedándonos con el deseo de que aquello que se quedó tan fijo en nuestra memoria sea el centro y no la periferia de la narración: no sólo queremos que todos descubran aquel elemento que nos estremeció tanto, sino que también lo disfruten tanto como nosotros.
Texto de Martín García López y pintura de Mauricio García Vega
Todo inició con el memorable capítulo 21 de Digimon: “Koromon llega a Tokio”. Ese es un quiebre en la serie, no sólo porque Tai, el protagonista, regresa a su hogar, sino por la dirección. Mamoru Hosoda, quien años después haría películas tan emblemáticas como Summer Wars y The Wolf Children, se propuso en ese pequeño escenario, dentro de un hogar japonés, retratar a un niño de once años que volvía con su hermana seudo-autista. El capítulo concluye cuando el cielo absorbe a Agumon, y Tai, que está dispuesto a seguirlo, es detenido por su hermana. La elección: seguir a su monstruo digital o cuidar de su hermana. Ese también es el quiebre de mi niñez. Si bien siempre he presumido haber llorado más que ningún otro niño con la muerte de Mufasa, y que esa primera ida al cine me volvió un cinéfilo a los cuatro años, supe que tenía que crear historias en el momento en que concluyó Digimon y sonó I wish. La razón: quería contar grandes historias, tan mágicas y profundas como ese capítulo 21; es decir, quería tener mi propio cúmulo de capítulos 21.
No es poco que Alfred Hitchcock sea considerado como el cineasta más influyente de la historia del cine.
De nacionalidad británica pero nacionalizado americano tiempo después, el director de Psicosis (1960) no sólo demostró ser uno de los directores más innovadores de la industria cinematográfica, también dio muestra de la capacidad que tenía para crear campañas de publicidad generando expectativas y curiosidad en el público al cual quería llegar con sus películas.
Leer un reporte de persona desaparecida es distinto a leer un obituario.
Cuando nos detenemos a leer un obituario (si es que alguna vez lo hacemos), sólo nos encontramos con unas cuantas líneas que nos indican que alguien acaba de fallecer, lo que, en términos reales, no suele causar mayor tristeza. Los reportes de persona desaparecida son completamente distintos por un factor particular: la incertidumbre de no saber si la persona sigue viva o no. Dialogas con una fotografía, imaginas dónde fue tomada, por qué aquella persona luce tan feliz y sientes que la conoces, que no hay nada más que podrías saber de ella fuera de lo que se presenta en esa imagen y la descripción que la acompaña (color de ojos y piel; complexión, estatura, señas particulares), hasta que bajas un poco la vista y descubres las dolorosas palabras que se encuentran debajo de todo esto: «fue vista por última vez…» Entonces cierras y aprietas los ojos, finges que no viste nada, que no pasa nada y pretendes seguir con tu vida, la vida despreocupada que te fue arrebatada hace apenas unos pocos segundos.
Es para mí un misterio por dónde merodea el corazón cuando uno se enamora. El cuerpo se va por su camino, continúa la rutina; pero el corazón, nos lleva de la mano por un sinfín de paisajes, cada uno más hermoso que el anterior. Playas, en las que admiramos la inmensidad, bosques y jardines donde nos dejamos llevar por la tenue danza de vivir que las flores nos recuerdan. A veces y con suerte, uno habrá sido guiado por su corazón al río, donde sentado se encontrará con un bastón de eucalipto y un amplio sombrero de palma; sin embargo, al mirar al río no saldrá un viejo, sino un niño, o al menos eso le dirán los ojos rodeados de pobladas cejas canosas: un pequeño niño que salió de su casa. Si uno se aventura, en este merodear del corazón, a caminar al lado de este niño en cuerpo de viejo, Harry Partch, escuchará con su voz grave y permanentemente melodiosa, una música sincera en su compasión por el que ama.
Se empieza a escribir por muchas razones. Quizás, la principal, es el deseo de perdurar. Escribir literatura te vincula con la preservación de la memoria. Por esta razón, los motivos para escribir de alguien que pertenece al siglo XXI no son muy diferentes a los de aquellos que iniciaron la escritura. A pesar de los avances tecnológicos de la actualidad, seguimos siendo seres finitos, partes de un engranaje generacional que aún no termina. La necesidad de afirmarnos, decir que existimos, que no somos un sueño, hace que algunos busquemos en la escritura la manera de dejar una huella para que otros tropiecen con nosotros y nos escuchen a pesar del tiempo transcurrido.