Bailar con

Collage de EpicAris

A María Ayala, Ana Aguilar, Manyanga y Yaceli

Para George Balanchine, el baile es la música hecha visible. Agregaría, también, que hay variaciones de esa visibilización de la música, puesto que en una canción puramente melódica puedes darle distintos grados de intensidad a los movimientos sin una clave que los implique necesariamente, o cuando hay varias bases de percusiones, puedes decidir atender a una o a otra con el cuerpo. El baile es lo más parecido y accesible a volar, en esa conjunción, ya que el patinaje artístico, el lanzamiento de paracaídas, el clavadismo o la gimnasia, son mágicos a los ojos del espectador, pero restrictivos para un gran número de personas que no pueden participar de esas actividades.

El baile permite, individualmente, una libertad de las correcciones y las formas inusitadas, y la posibilidad de despojar a nuestros cuerpos de su anquilosamiento. Causa felicidad si logramos superar la vergüenza al qué dirán y no priorizamos la auto-sexualización en las fiestas, que termina cancelando la posibilidad de salirse de aquellos pasos considerados provocativos. Es un festejo con una misma. Sin embargo, y he aquí lo que más me interesa decir, si baile es goce y levitación, el baile con es magia. La promesa del andrógino está más en interpretar una canción con alguien y sentir una unión que en enamorarse e incluso concretar ese enamoramiento. Como prueba, basta mirar nuestras relaciones pasadas, enumerar encuentros sexuales mediocres o revisar nuestras conversaciones por WhatsApp con nuestras amigas sobre sus novios, para darnos cuenta de que en tres minutos cabe el universo y no en meses y años de desdichas.

El término bailar con no lo inventé yo. En mi clase de Español III, mi maestra, quien cambió para siempre mi relación con el lenguaje, estaba enseñándonos qué eran los verbos de régimen preposicional. Son aquellos que forzosamente necesitan una preposición para comunicar su significado, porque si no, se sienten “incompletos” en la lengua. Es decir, puedo usar la oración «Yo pienso» pero casi siempre, al utilizar el verbo «pensar» se sigue un «en». Pensar en. Par indisoluble. Otros ejemplos: confiar en, adaptarse a, caracterizarse por. En un momento, mi profesora dijo que, en el caso de bailar, había un problema, y ella proponía un nuevo verbo: bailar con. Ella decía: una cosa es el verbo con el régimen preposicional, como en «yo bailo con mis amigas en la fiesta» y otra cosa muy diferente es «yo bailé con Carlos una cumbia». No es semánticamente lo mismo bailar al lado de alguien que estar bailando con alguien. No se siente igual. Bailar con, podría significar la opción uno (verbo con régimen proposicional) y la opción dos, un verbo novedoso, que siempre debe llevar «con», y se refiere a lo que sucede cuando dos parejas se aferran mientras se mueven al ritmo de la música.

Porque evidentemente no es lo mismo pasar al centro de la pista por obligación a sacar un paso gracioso u original que bailar tango. Para este género dancístico, tienes, en primer lugar, que ponerte enfrente de alguien, inclinarte hacia adelante como si te fueras a caer de bruces y fundirte en un abrazo con tu pareja. Comienza el juego de confianza, conozcas a la persona que estás tocando con tu cuerpo, o no. Estás fuera de tu centro. Tú eres la teja de una casa inclinada, y tu pareja es la otra. Juntos, forman el punto de equilibrio para comenzar a bailar. Sin el otro, la construcción se cae.

Tampoco es igual, de ninguna forma, mover la cabeza y los pies al ritmo de una canción de música electrónica al lado de la chica que te gusta con tu vaso rojo que bailar semba o kizomba. En este caso, si eres quien es guiadx (en la mayoría de los casos, mujer) debes acomodar tu frente en la mejilla de quien te guía (presumiblemente, un hombre). Todo varía dependiendo de las estaturas: a veces puede darse el caso inverso, o simplemente, dar una oreja por otra. El contacto se vuelve inmediatamente íntimo. No hay ojos que se cruzan, pero sí pulsos que se sienten y sudores mezclados.

Entonces queda claro que no puede compararse ni siquiera la víbora de la mar, donde hay contacto físico, con bailar salsa o bachata. El encuentro con el cuerpo del otro, si trasciende el deseo individual de quererse lucir frente a un público abstracto, tiene que ver con el cuidado y la ternura. Se cuenta una historia con el cuerpo en la que ambos narradores crean una voz polifónica, a ratos en armonía, por momentos en conflicto, de pronto juguetona. Incluso si dos cuerpos llegan a separarse para improvisar cada uno, hay una completa atención a lo que el otro hace, como un gesto de reto combinado de acompañamiento. Desciframos al otro sin palabras.

En todo eso pensaba durante la explicación de los verbos y el régimen preposicional. Lo que decía mi maestra me hablaba a un nivel personal porque todos los viernes, antes de esa clase, escapaba para cruzar el campus de Ciudad Universitaria e ir a los «sociales» que se organizaban cerca de la Facultad de Ingeniería. Decidía cambiar de nombre e identidad, porque contrario a lo que probablemente pensaba Aristófanes, no importa mucho quién eres en esta versión del mito del andrógino. El estereotipo es cierto: la profesión que más relaciono con los bailes populares en pareja es la de ingeniero. Lo que no es tan cierto es que todos sean gente desagradable con las mujeres, o por lo menos no lo son en ciertos espacios. Los sociales, a diferencia de una fiesta, tienen por prioridad bailar lo más posible con una amplia diversidad de personas. No niego el componente erótico tan presente en esta actividad, pero justamente tiene que ver con el baile en sí, no con una intención de buscar otro tipo de intercambio posterior. Sin embargo, hay un compromiso con el baile, y por eso puede darse una unión, que no tiene que ver con hacer figuras complejas, sino con sentir la música. Creé muchos andróginos con ingenieros, aunque fuera momentáneamente.

Cuando bailé con Alberto por primera vez, fue como si un amigo nos obligara a asistir a una cita a ciegas. Tomó mi brazo y el suyo y nos pidió que bailáramos, porque éramos las dos personas que conocía que más les gustaba hacerlo. Reacia, porque Beto acababa de llegar y no había podido analizar si era cauteloso con sus parejas como lo hacía en cualquier espacio con música y baile, me preparé para bailar. Ya para cuando escuché los primeros versos “Querida mujer (dos puntos) / no me hagas sufrir”, estaba convencida de que todo estaba perfectamente calculado y el destino me había llevado hasta él para bailar «Carta de amor» de Juan Luis Guerra. Pensé durante toda la noche que podría dejar mis pretensiones aburridas de estudiante de letras, tomar clases de danza, profesionalizarme, pedirle a Beto que fuera mi socio y que participaráramos en concursos de congresos de salsa y bachata por todo el mundo. Seríamos los nuevos Ataca y la Alemana. Me veía ganando trofeos con tacones de diez centímetros y un vestido con escote pronunciado, lentejuelas y de un gusto cuestionable. Sin embargo, el tiempo me presentó dos “peros” que no había contemplado en el plan inicial: yo era absurdamente tímida para tal empresa y me enamoré profundamente. Realmente no lo calculé, porque casi nada nos unía a él y a mí. Él era, es correcto, ingeniero. Jugador de fútbol americano, deporte que nunca he podido observar más de dos minutos. Él odiaba leer, y, aun así, el problema se volvió mutuo cuando me regaló un libro de Historia de la danza en Cuba y escribió en la dedicatoria que lo hacía porque el tema nos había enlazado y era algo que le llenaba. La última frase que he releído más de lo que quisiera admitir, es «me gusta pensar que bailo simplemente porque no lo puedo evitar».

Reconozco con humildad que los mitos pueden confundirse, y el andrógino puro, el del baile, puede derivar en el andrógino apócrifo, el de El banquete. El episodio anterior se refiere con la intención de mostrar las fallas de un sistema que en su versión más acabada dura tres minutos (siete si se baila «Pedro Navaja») y en su interpretación defectuosa, un año y medio de desencuentros y sí, no es lugar para negarlo, afectos memorables. No obstante, la unión momentánea de dos personas prevalece: realmente no sé si exista algo así como el-amor-de-la-vida-de-alguien, pero Beto y yo, separados, sin ningún sentimiento romántico ya entre los dos, afirmamos que somos la pareja de baile del otro. La más importante.


Artista: EpicAris (María Vidali). Es psicóloga egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana. Fue finalista del concurso 25 and Under Art Contest (2019) del Museo de Arte Contemporáneo de San Diego donde su obra fue expuesta. Sus ilustraciones han sido publicadas en diversos fanzines y revistas autogestivas de la CDMX y Madrid. Entre sus técnicas predilectas se encuentran el collage, fotografía análoga, dibujo, cerámica y poesía.