Un perdedor sin futuro, libro de cuentos de Raúl Solís, encarna la materialización de uno de los grandes tópicos de la literatura: la violencia. Los dieciséis cuentos que conforman esta obra buscan retratar el cinismo, el descaro y la crueldad desde su óptica más explícita. Adulterio, violación, sexualidad infantil, prostitución, asesinato son algunos de los derroteros que el autor recorre para generar un discurso que ronda la estética de lo abyecto.
Sin embargo, más allá de una aproximación apreciativa con respecto a cierta propuesta estética, el hecho mismo de enfrentarse a una obra de este corte presenta un cuestionamiento ético complejo de esclarecer. Está claro que una obra literaria, desde su carácter ficcional, se manifiesta como una representación incapaz de suponer un daño físico directo sobre aquello que representa. Sin embargo, ¿cuál es la frontera que distingue una propuesta discursiva que cuestiona, evidencia y critica actos violentos de una que sólo logra reproducirlos?
Un perdedor sin futuro no es la primera obra en abordar temáticas tan recrudecedoras como las planteadas en este libro y, sin lugar a duda, no será la última en hacerlo. Por ello, ¿cómo nos aproximamos nosotros, lectores, a una obra como esta?
La Ética de la crueldad
José Ovejero, escritor español, propone toda una categoría de análisis en torno a las implicaciones que existen alrededor de lo que bautizó como “la ética de la crueldad”. Dentro de ella, la categoría de crueldad hace referencia a la violencia gratuita, innecesaria, y al efecto de emoción que produce en el espectador la sensación de riesgo y el fervor de presenciar un acto irremediable e intenso como el sufrimiento, la tortura o la muerte.
La óptica de Ovejero admite que lo humano encarna cierto gusto por la crueldad, manifestado de manera más o menos explícita en cualquier cultura, sociedad y momento histórico. Esta afinidad por lo cruento se hace tangible en las guerras, los genocidios, las torturas, pero también se manifiesta en la esfera de lo cotidiano, en la afición por los slashers en el cine de terror o por las contiendas pugilísticas, en el morbo que causa una pelea de perros, en la ritualidad de eventos como la representación del viacrucis en Semana Santa e incluso en la producción artística que consumimos.
Desde las pinturas de Goya hasta Tosca de Puccini, pasando por la filmografía de Hitchcock, Tarantino y los cuentos de E. A. Poe, innumerables son las obras artísticas que hacen tangible ese placer estético que la crueldad es capaz de generar en el espectador. Por ello, el cuestionamiento ético sobre la crueldad es un tema largo y añejo.
¿Postura ética o estética?
En el libro de cuentos de Raúl Solís, la crueldad se presenta como un elemento cotidiano, propio de una generación joven y cínica para la cual la violencia y el sexo son dos caras de la misma moneda. Personajes obsesivos y decadentes son los que se entretejen en relatos donde la narración de lo explícito es el motivo central más allá de un cuestionamiento acerca de la crueldad en sí misma.
Al retomar la formulación de Ovejero, podemos observar dos categorizaciones mayores para tipificar la crueldad.
La crueldad conformista, como toda aquella búsqueda violenta en torno a una función pedagógica —como en el caso de la violencia presente en las fábulas—, o bien, la materialización de la crueldad convertida en un espectáculo inofensivo, de entretenimiento, que se queda en el propio plano ficticio —como en el caso de los asesinatos en los slashers.
Por otro lado, la crueldad ética se entiende como toda aquella que se opone a las expectativas del lector y busca desengañarlo para incluso confrontarlo a ellas. Este tipo de obras busca poner en tela de juicio sistemas de valores propios de lo hegemónico. La ética radica en negar la posibilidad de entretenimiento y arrojar al lector a confrontar su propia humanidad decadente y violenta.
La propuesta de lo subversivo
El carácter subversivo manifestado por la ética de la crueldad puede extrapolarse a cualquier otro mecanismo que proponga la destrucción del sistema de valores hegemónico, como puede ser la sexualidad explícita que roza con los límites de la pornografía.
En el caso de Un perdedor sin futuro vemos esa intención por rozar los límites, tanto en la violencia como en la sexualidad explícita, sin embargo, en ninguno de los dos casos la propia lectura de los relatos cuestiona o confronta al lector consigo mismo. Lo subversivo se formula como una propuesta estética más que como una postura ética, la crueldad funge como una válvula de escape más que como una denuncia.
Desde esta misma perspectiva, la obra del Marqués de Sade puede entenderse como subversiva no por su carácter explícito, sino por atentar contra la moral dominante y postular un nuevo modelo de valores como alternativa. Desde este ángulo, el carácter ético de la crueldad se hará tangible a través del atrevimiento de generar un discurso propio que adquiera cierta capacidad transformadora con respecto a lo hegemónico.
La necesidad del posicionamiento
Por ello al aproximarnos a obras como Un perdedor sin futuro, la lectura debe volcarse a cuestionar lo disruptivo o lo utilitario de sus elementos: ¿Qué propósito existe al narrar escenas de violencia explícita? ¿La intención es contraponerse al propio sistema sociocultural desde el cuestionar la violencia cotidiana? ¿O el intento se queda en un ejercicio de muestra exhibicionista? Representar el cinismo machista y la cosificación sexual de la mujer ¿logra generar en el lector sentimientos contradictorios que lo saquen de un puntapié de la comodidad pasiva? ¿O el relato de episodios sexuales representa una intención casi pornográfica que llena las expectativas del lector? ¿Qué intención subyace al acto de narrar la violación de una menor de edad?
La complejidad de materializar la subversión es que la vigencia de los recursos es corta y lo que generaba dicho rompimiento con lo hegemónico rápidamente deja de impactar de la misma manera: la pugna en contra de la moralidad sexual tuvo su carácter disruptivo en la Francia del siglo XVIII; la tradición hispánica del tremendismo y la violencia recrudecida estuvo en boga a mediados del siglo pasado.
Cada obra tiene su propia propuesta estética y, dado su carácter ficcional, es válida. Sin embargo, completar el significado y efecto de la obra radica en cada lectura que se haga a partir de ella. Por esto, al enfrentarnos con obras como ésta el cuestionamiento abandona lo estético y le exige a cada lector una postura ética: ¿Realmente qué intención subyace a la violencia?