El ser del mexicano -contradictorio y paradójico por naturaleza- busca constantemente la empatía con los demás. Mi reconocimiento con el otro no sólo explica lo que yo no soy, sino que rescata caracteres que yo, como mexicano, me apropio para formarme ante los demás. La respuesta resulta tan compleja, que el laconismo no podría conceder en su máximo o mínimo bagaje semántico una noción convincente.
¿Qué es, pues, ser mexicano? Evidentemente, el pasado, los rasgos sociales, la cultura, la geografía y todo aquello que «conocemos» permite una categorización del ente mexicano. Somos historia. Los antecedentes nos conforman y nos relacionan con costumbres: festejar el 15 de septiembre como recuerdo del acto independizante del yugo español o la celebración del 12 de diciembre -día de la Virgen de Guadalupe- como el legado mismo de aquel otro festejo en el que se repudia.
Al ser historia, también somos discurso. Por ello, la noción del mito -discurso que da verdad de la existencia y de la creación misma- aún se relaciona con el contexto actual; éste pervive en la cosmovisión precolombina (América antes de las colonias). Las personas del repudio -que aún conviven con nosotros y parecieran fantasmas sociales- son aquellas que representan injustamente por sus nombres, sus rasgos físicos o su lenguaje, la discriminación, el despectivo o eufemismo de indio.
La instauración de esta «dualidad» europea y americana es, entonces, paradójica. Lo anterior refiere a términos banales, ya que las conexiones interculturales -por ejemplo, entre árabes, celtas, africanos, romanos, además de todas las referencias mesoamericanas- forman una cadena infinita que conforma la plasticidad del mexicano directa o indirectamente.
La geografía podría ser otra esencialidad del ser mexicano. Para esto, me gustaría cuestionar la «conmemoración» del descubrimiento -o invención, según O’Gorman- de América. Como lo defiende Rosa Beltrán, la concepción de América se forma a partir de los referentes europeos de los cronistas: Colón, Cortés, Sahagún, Muñoz Camargo, Tezozómoc, entre muchos otros. De este modo, la idea que tenemos acerca de América -y de México como microcosmos de la totalidad- existe gracias a estas referencias idealizadas.
Poblamos otros sitios para habitar, vivir, ser. La sangre o el territorio, ambas forman parte de una configuración del mexicano que bien puede ser también estadounidense, cubano o panameño, por ejemplo Carlos Fuentes. El hombre en general es cosmopolita y es por ello que el mexicano también; sin embargo, México, como Latinoamérica, tiende hacia el rechazo de la expansión como la de los E. U. Por eso el ser del sujeto se arraiga a México como a una madre: por sus fantasías, su bondad, su capacidad de adaptación.
«Por eso el ser del sujeto se arraiga a México como a una madre: por sus fantasías, su bondad, su capacidad de adaptación.»
Existen autores -como Octavio Paz, Samuel Ramos, José Gorostiza, Sor Juana Inés de la Cruz o Ramón López Velarde, por ejemplo- que desde distintos ámbitos intentaron esencializar al mexicano y demuestran su irremediable confusión ante las referencias que sí brindan otras culturas incorporadas. El mexicano, menciona Gonzalo Celorio, si bien no sabe intervenir en el momento adecuado, sabe callar perfectamente. Actualmente, existe una necesidad de ahondar en una épica o un mito fundacional de la raíz mexicana, pues el rechazo a las cosmovisiones puramente prehispánicas existe.
La formulación de una respuesta sobre qué es la literatura al igual que saber cuál es el ser del mexicano, parece tener elementos similares, mas no definitivos, ya que las respuestas profundizan en propiedades, no en elementos invariables. El ser, como pregunta filosófica, responde a conjeturas que cambian a partir de los sistemas analíticos, así pues, el mexicano ofrece peculiaridades que sobrepasan los métodos científicos o técnicos para definirlo.
La identidad, como dije al inicio, corresponde a una empatía directa con la otredad -a veces marginada, a veces exclusora- de un ambiente egocéntrico en el que el ser del hombre colectivo aún no comprende su fuerza de unión. Esta es, quizá, una singularidad más de todo el cúmulo de representaciones que conlleva actualmente ser mexicano.