Donde antes existía una canción desesperada o una furtiva lágrima, hoy imperan el silencio, la ausencia y el eco de los pasos que alguna vez retumbaron en el escenario. Marzo del 2020 no sólo quedará marcado como el mes en el que bajamos nuestras cortinas; también lo recordaremos por el momento en el que los auditorios cerraron el telón, y el público se perdió entre un montón de sillas vacías. El arte escénico, con sus miles de formas para inducir catarsis, desapareció cuando más lo necesitábamos.
En Nueva Jersey, Estados Unidos, una decena de recintos languideció frente a la ausencia de público, el mismo que cada año hacía fila para entrar a las actividades del Festival de Princeton. Celebrado por primera vez en 2004, el evento ha ganado un lugar destacado en el mapa cultural de América por coronar la primavera con presentaciones de música, danza, jazz, teatro e, incluso, competencias de piano. Tal ha sido el reconocimiento de los espectadores que el festival ha sido galardonado en cinco ocasiones con el People’s Choice Award, debido a su intachable organización y a su labor como promotor de la ópera.
Sin embargo, la llegada de la pandemia obligó a todos los eventos artísticos del mundo a cerrar sus puertas o, para algunos afortunados, trasladarse a la modalidad de streaming. Los públicos del arte resolvieron acercarse a la música, cine y teatro mediante el filtro de la pantalla. ¿Y la poesía? La ausencia de recitales y slams dentro de esta oferta cultural permitió a Princeton idear una forma completamente nueva de aproximarnos a este arte. Así, en International Poetry Readings, su segundo ejercicio virtual, el festival conjuntó voces poéticas distribuidas a lo largo del globo para versar sobre los dos temas que han marcado el ánimo de estos catorce meses: el amor y la pérdida. Cuando la segunda aparece, el primero se esconde, pero después fulgura.
A través de diez poemas, estrenados por pares cada semana desde el siete de abril, Princeton nos reveló las múltiples facetas del ansiado reencuentro con el otro, que esperamos fervientemente hacia el final de la pandemia. Su forma primaria, que tal vez permanecía desconocida para muchos, ocurre al atrevernos a mirar a la persona frente al espejo una vez más. Ésta refleja nuestras virtudes y, sin piedad alguna, también nos planta en la cara nuestros defectos. Así lo narra el poeta chino Peihang “Marshall” Lee en “Signals”.
Pero es al momento de encontrarnos con alguien más cuando verdaderamente entendemos las múltiples significaciones de una corporalidad interrumpida por la distancia. Mariela Cordero, quien orgullosamente representa a Latinoamérica desde Venezuela, alumbra el recuerdo de la sensualidad con la lectura de su poema “Tu cuerpo o un país lejano”. Ella retrata la exploración del cuerpo ajeno, vedada por las precauciones de la cuarentena, como una travesía de linderos difusos, en un camino que desciende por la espiral antigua del deseo [que] sigue devorando pulsaciones hacia el centro de la guerra ungida del amor.
El amor, lamentablemente, no siempre encuentra un abrazo ni un consuelo, pues más de una persona lo ha depositado en un par de ojos cerrados por siempre (Đặng Thân en “Mắt ai?”, Vietnam) y un ser querido que nunca volverá a casa. Estos poemas también reflejan la aflicción de aquellos quienes, tras sufrir pérdidas durante la pandemia, esconden el duelo en un par de lágrimas, aunque en su interior el cielo y la lluvia sean más pequeños que su tristeza (Iskra Peneva en “Rastanak”, Serbia).
Por ello, la poeta italiana Sabrina de Cano hace bien en recordarnos que la vida es como una pieza de pan que se desmorona en cada mordida, de la cual desearíamos conservar todas las piezas juntas y no perder años, amigos ni queridos amantes. En estos versos también encontramos la expresión de nuestro deseo por volver a entregar nuestros sentidos a la contemplación del mar, la lluvia y la sonrisa de un amigo, para tomar conciencia de cada instante vivido. Como una colonia de mariposas que abrazan cariñosamente el verano que aún no está aquí (Mari Kashiwagi en “Butterfly/No More”, Japón).
De esta forma, los diez poemas de International Poetry Readings recorren nuestras más profundas reflexiones de cuarentena, aquellas que han marcado el vaivén emocional provocado por el encierro y por la voluntad de llegar a una mejor versión de nuestra normalidad. Estos versos nos ayudan a recuperar un poco de la sensibilidad que, tras más de un año de distanciamiento, no hemos evitado contener.
Además, el encuentro entre poetas de nueve nacionalidades nos permite diluir una vez más las barreras entre la localidad y la globalidad. Esto resulta particularmente esperanzador en los meses que reciben al festival, pues el mundo parece encontrarse en una guerra invisible por la obtención de fármacos y vacunas donde los países menos favorecidos desaparecen del mapa. Mientras las cúpulas globales no reconozcan la importancia de la solidaridad, a los ciudadanos nos queda el poder del arte para soñar con un futuro de unificación y reconocimiento del otro como un ser humano, y no como un mero agente político.
El Festival de Princeton ya se alista para volver a recibir público en su edición de 2021. Pronto, el telón volverá a abrirse. Mientras tanto, vale la pena asomarnos un poco a lo que está detrás.
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En el sitio web de Princeton se encuentran disponibles los diez poemas de International Poetry Readings subtitulados al inglés. La transmisión estará abierta hasta el 30 de junio. Más información sobre la edición de 2021 y otras actividades del festival en sus redes sociales.