Queer, verbo transitivo

Queer

Ilustración de Carlos Gaytan

Parece no haber consenso en una traducción exacta al español de la palabra queer. Los sustantivos que más se acercan son “maricón”, “marica”, “puto”. Es un insulto con una carga histórico-cultural en contra de la diversidad sexual que se ha resignificado para ser un estandarte. Queer califica a la mujer que ha decidido no actuar de manera femenina, al hombre que mantiene relaciones sexuales con otros hombres, a una persona que combina en su vestir prendas de ambos sexos, a una mujer trans con una novia en el extranjero, a un hombre trans en una relación poliamorosa, a un Drag King en el escenario, a una lesbiana en una relación monógama. Cuánta heterogeneidad en un concepto tan homogéneo. Lo común de todas estas expresiones es la marginalidad a las que han sido condenadas.

Recuerdo los “te veías normal”, “no tienes la pinta”, “te ves muy machito”. ¿Qué es ser normal? ¿Cómo se mide la normalidad? En un capítulo de The Office en el que Jim manda un paquete a Dwight con un detector de metales adaptado para que de un extremo indicara heterosexualidad, en el medio bisexualidad y en el otro extremo homosexualidad. Si un artículo así existiera, fuera del surreal mundo de Dwight Schrute, tendría que ser mucho más preciso. Idealmente, sería para medir la heterosexualidad. No me espanta, tengo amigos heterosexuales, juegan Fifa y todo. Algunos hasta se han casado. Todo bien mientras lo hagan en privado.

Si tachamos de antinaturales los modos de vida que surgen de la intersección entre el placer y la identidad, debemos agradecerle al sistema sexo/género. Gayle Rubin, filósofa estadounidense, se pregunta por qué las mujeres han sido excluidas del sistema de producción capitalista a pesar de ser el punto de partida en la reproducción y mantenimiento de la fuerza de trabajo; su respuesta es el sistema sexo/género, que agrupa el conjunto de acciones por las cuales la sociedad transforma la sexualidad biológica en un producto cultural, es decir: El sexo biológico se transforma en un sinónimo del género, que en realidad está socialmente construido.

Se asoma una crítica: ¿Por qué ciertos rasgos biológicos del cuerpo humano son suficientes para establecer una directriz para guiar a la identidad y a la sexualidad? Sucede algo similar con las prácticas sexuales. También Gayle Rubin establece una propuesta para averiguar qué practicas sexuales son aceptadas. Llama círculo mágico a la figura geométrica que delimita las prácticas sexuales socialmente aceptadas: Sexo heterosexual, sexo vaginal, sexo marital, sexo monógamo, sexo procreador, sexo no comercial, sexo en pareja, sexo en una relación, sexo entre miembros de la misma generación, sexo en privado, sexo que no produce pornografía, sexo suave.

Pfff, qué aburrido el sexo del círculo mágico. ¿Ni siquiera una chupada? Por diversión. Nuestra sexualidad no se reduce a un sistema de opciones precisas, está dada por su carácter cambiante de reinvención y atrevimiento. Todo erotismo cabe en las personas sabiéndolo acomodar. Si reconocemos la dimensión erótica de la vida humana fuera del encantamiento mágico, no sólo excedemos la norma, sino que contribuimos a su desestabilización.

Los límites exteriores del círculo mágico representan todas aquellas prácticas asociadas con lo anormal y lo antinatural; los límites malditos de la sexualidad: Sexo homosexual, sexo sin matrimonio, sexo anal, sexo polígamo, sexo recreativo, sexo comercial, sexo solo, sexo casual, sexo en público, sexo intergeneracional, sexo que produce pornografía, sexo con dildos, sexo sadomasoquista, sexo divertido. Los límites apenas son visibles, y seguramente representan un deber ser. La realidad indica que es muy difícil mantenerse en el círculo mágico por mucho tiempo. Todxs, todes, todas y todos somos más o menos malditos. ¿Por qué no ser del todo malditos?

Imaginemos a la autoridad personalizada más poderosa que podamos cogiendo consigo mismx; tiene unos tacones y ninguna otra prenda. Suda, se excita. Las puntas de los tacones se convierten en dildos. Ambos lo penetran analmente. De pronto sus manos también son dildos, como en una parodia a Edward Scissorhands. Sigue la penetración. De pronto, unx domintatrix le somete la voluntad. “Los perros no usan tacones”. Se los quita. Poco a poco sus pies se convierten también en dildos. Imaginemos un color para la escena; fluorescente, por ejemplo. El ambiente se torna fluorescente tras la llegada. Poco a poco todo su cuerpo se transforma en un dildo. Es un hecho que un dildo no es un falo, sino una subversión paródica de la heteronorma.

Todo sería simple si el mundo se tratara de elecciones. Pero elegir salir del sistema sexo/género, elegir el círculo maldito no es una opción. Carajo, ahora qué. Monique Wittig propone que la heterosexualidad no es sólo una preferencia, de hecho, es un sistema político. La heterosexualidad es una obligación ontológica, y además un sistema de dominación que excluye toda diferencia.

Si la heterosexualidad no es obligatoria díganme, ¿por qué se espera una salida del closet? ¿Por qué en las entradas de los establecimientos dice “aquí no se discrimina por motivos de raza, religión, orientación sexual, condición física o socioeconómica ni por ningún otro motivo»? ¿Por qué los crímenes de odio van en aumento? ¿Por qué las personas trans no acceden a los mismos trabajos que las personas cis? ¿Por qué no ha habido ningún presidente queer en latinoamerica? ¿Por qué lo lgbt sigue asociándose a la marginalidad? ¿Por qué sólo se acepta la diversidad cuando está pensada para el consumo masculino?   Si la hererosexualidad no es obligatoria, no es un sistema político, díganme, ¿por qué estamos hablando de esto? Queer, hermanxs mixs, es verbo, no adjetivo.

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Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.