El Japón que Katsuhiro Otomo construye en Akira (1988) es el de una sociedad que ha dejado de confiar en sus gobiernos, que vive disturbios debido a inconformidades, que se encuentra en un estado de alerta y que influye en el cuerpo para modificarlo: características todas que acercan la obra a la realidad que habitamos en el presente. Por tanto, vale la pena revisar algunos elementos que se configuran para hacer que la película dialogue con la situación actual.
La historia relata la transformación de Tetsuo (un pandillero motociclista) después de su encuentro con un personaje que aparenta ser un anciano, y la lucha de su amigo Kaneda, por salvarlo, primero de una organización gubernamental, después de sí mismo. La batalla de Tetsuo por entender lo que ocurre con su cuerpo y la paulatina alteración que este sufre son dos temas que se alimentan del Ukiyo-e, en la medida en que esta corriente artística buscaba representar lo efímero del mundo, tópico que, por cierto, en occidente tiene un parangón en el llamado Memento mori, y al mismo tiempo, dichos temas son el resultado de un miedo presente ante el acelerado cambio tecnológico y la sociedad hipermoderna que ya se perfilaba a finales de los ochenta.
Desde sus orígenes el arte japonés ha representado de manera recurrente al cuerpo humano en posturas y expresiones de gran vivacidad. El Ukiyo-e (un tipo de grabado que se practicó durante siglos) da un fehaciente testimonio de ello. Más allá de La gran ola de Kanagawa de Hokusai, los artistas de esta corriente imprimían en los personajes de sus grabados una fuerza que se manifestaba en los rostros contraídos y los cuerpos desbordados. Este rasgo observable con tan solo hacer una búsqueda en internet, trasciende y parece afectar también a las historietas y la animación que se produce en su país de origen.
En Akira (y en este ensayo me refiero con especial énfasis a la película) el cuerpo de Tetsuo sufre una serie de cambios que desfiguran su cuerpo y lo convierten en una mezcla de tejidos. Las células desbordan su contorno y llenan el espacio con sustancia orgánica. A un nivel biológico esta modificación corporal podría explicarse desde la morfogénesis: la distribución de las células en el espacio de acuerdo a su función y a su objetivo en el cuerpo. Dicho mecanismo está presente en organismos multicelulares, desde insectos hasta cetáceos, y tiene como agente activador al morfógeno, el cual determina la función y el lugar que la célula va a ocupar.
¿Qué pasaría si por medio de la tecnología se anularan estos mecanismos en el ser humano?, ¿si el cuerpo creciera descontroladamente y se volviera un amasijo de células que intentan formar tejido?, ¿qué sucedería si el cuerpo absorbe del medio todo a su alrededor y lo convierte en parte de sí mismo?
El desarrollo del ser humano lo ha llevado a transformarse a través de la tecnología. El cuerpo es afectado por los cambios del medio y, a su vez, éste transforma ese medio para adaptarlo a su propio aspecto. Akira, el personaje que lleva ese nombre, es la subversión de dicho mecanismo, posee la capacidad para trascender la consciencia individual y alterar la materia. En cambio, Tetsuo, quien posee las mismas habilidades, no puede controlarlos y en consecuencia su cuerpo se convierte en un lugar aberrante, que se deforma convirtiéndose en un ser monstruoso. Al respecto, la transformación de Tetsuo es tal vez una de las degradaciones más violentas del cine de animación. Su cuerpo sufre una serie de cambios descontrolados, que en un principio lo ayudan a ser lo que nunca había podido, alguien fuerte que puede defenderse contra las amenazas del medio, y no una persona débil y dependiente, pero, en un segundo momento, se corrompe y cae en un desorden abyecto.
La ilusión tecnológica que provoca el experimento recuerda en parte la estrategia agresiva de publicidad neoliberal que vende panaceas y crea la fantasía de una falsa necesidad que es cubierta. La necesidad de poder en Tetsuo lo hace sobrepasar sus límites y ese poder se vuelve en su contra; lo desfigura y lo deshumaniza. Esa es también la necesidad del ser humano por la fantasía del progreso. Hay, por tanto, un paralelismo entre la metamorfosis de Tetsuo y los mecanismos que afectan al individuo posmoderno. Entendido este último, siguiendo las ideas de Lyotard, como el sujeto que ha dejado de creer en los grandes discursos y por lo tanto vive en un constante relativismo. Es decir, tanto Tetsuo, como el individuo posmoderno vivencian una ilusión tecnológica que modifica sus cuerpos, pero que, a la vez, amenaza con salirse de control.
Es necesario también mencionar, como último elemento que confluye en la configuración corporal en Akira, que los cambios ocurridos en Tetsuo obedecen a una tradición estética antigua que no solo se limita al Ukiyo-e. El grotesco tiene un papel importante en su configuración y en los elementos que emparentan la película con el body horror de raigambre carpenteriana y con el romanticismo del siglo XIX. Wolfgang Kayser, investigador alemán, en su estudio Lo grotesco. Su realización en literatura y pintura (1957), que aquí retomamos aplicado a los elementos visuales de Akira, da una serie de características que definen el grotesco como un rasgo estético diferente, y en consecuencia divergente, del definido por Bajtín. Kayser sitúa el grotesco a partir de la tradición romántica (Bajtín lo hace desde la tradición medieval) y le otorga características como la utilización de piezas mecánicas, la deformidad monstruosa de los cuerpos, el contraste de claroscuros o las transformaciones animales. Rasgos todos que están presentes en Akira y con especial énfasis en el proceso de transformación de Tetsuo.
Me parece importante mencionar este rasgo estético, porque representa un elemento que se repite en el imaginario ciberpunk. El grotesco pareciera funcionar como una exteriorización a nivel ambiente de los miedos y cambios internos del individuo. La identidad se encuentra siempre en peligro de ser disgregada por medio de la tecnología excesiva y las megalópolis que parecen tragarse todo en su seno. A partir de dichos elementos, no solo hay un cuestionamiento en torno a lo frágil de la identidad, sino también en torno al progreso como un arma de doble filo. Deleuze habla del capitalismo como un Cuerpo Sin Órganos, como una entidad esquizoide cuya raíz es colonial e inhumana. Dentro de la sociedad ciberpunk, el individuo, casi víctima de un proceso que lo supera, transita hacia una monstruosidad, hacia la deformación de su ser, en suma, hacia lo grotesco. Tetsuo vivencia esto y es devorado por el descontrol de su cuerpo, por los mecanismos que lo han llevado hasta la posición en la que se encuentra hacia el final de la película, cuando su fuerza lo supera y él entra en un estado de crisis que amenaza a la ciudad.
Ante los peligros de una globalización cada vez más veloz, cada vez más digital, revisitar en el pasado las historias que advierten sobre el presente, permite adentrarse en posibilidades en torno a las situaciones que vivimos como sociedad. La ciencia ficción abunda en señales de alarma, en soluciones y explicaciones para escenarios posibles. En Akira dichas advertencias están potenciadas por la animación cuidadosamente manufacturada (incluso para nuestros tiempos de cine 3D y películas digitales) y por una libertad creativa en la que se advierten, no solo las tradiciones del grotesco y el Ukiyo-e, sino también una visión adelantada a su tiempo de un mundo que habitamos en el presente.
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Autor: Héctor Justino Hernández (Córdoba Veracruz, 1993). Es narrador, ensayista y psicólogo. Ha publicado Dimorfismo (2019) y aparecido en revistas como Punto de partida, La Palabra y el Hombre y Ágora, entre otras.