Violencia, víctimas y victimarios en “Norte negro”, de Gerardo García Muñoz

Vivir en la frontera es como vivir en tierra de infieles, en un lugar condenado. Somos la versión moderna de Sodoma y Gomorra.

Gabriel Trujillo Muñoz, Círculo de fuego

La guerra contra el narcotráfico, iniciada a finales de 2006 durante el sexenio de Felipe Calderón, produjo un recrudecimiento de la violencia en México. Cerca de dos décadas después, el crimen organizado ostenta cada vez más poder en numerosos territorios del país. Las víctimas se multiplican, sus rostros van borrándose de los volantes de personas desaparecidas, sus nombres son condenados a un olvido institucional en expedientes archivados o inexistentes. Mientras, los narcotraficantes permanecen tranquilos, aliados con políticos poderosos; el Narcoestado se consolida. Una realidad tan cruenta, marcada por la violencia cotidiana, no puede escapar de la representación —favorable o desfavorable, crítica o ingenua— en los productos culturales.

Norte negro: catorce miradas a una narrativa criminal mexicana, de Gerardo García Muñoz, coeditada este año por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y la Universidad Iberoamericana Torreón (IBERO), ofrece, a lo largo de catorce capítulos, un avistamiento de la reacción literaria ante un panorama mexicano tan sanguinario. García Muñoz emprende un recorrido por los textos de catorce autorxs que han residido buena parte de sus vidas en los territorios del norte que comparten frontera con Estados Unidos, una zona que, previo a la guerra contra el narco, ya concentraba mucha violencia debido a los conflictos de intereses sociopolíticos y económicos. Norte negro abarca un periodo muy vasto, pues el corpus seleccionado contiene obras escritas y publicadas desde finales del siglo XX a la actualidad, la mayoría concentrados en la década del 2010 y pertenecientes a diversos géneros: policial, neopolicial, post-policial y narconarrativas.

Un aspecto central que subyace en las anotaciones de García Muñoz es la degradación moral de la figura detectivesca, a menudo encarnada por policías. Aunque ciertos miembros del cuerpo policial no ceden ante las prácticas corruptas y tienen la firme intención de que las víctimas reciban justicia —como el caso de Rangel en Los minutos negros (2006), de Martín Solares—, la gran mayoría son moralmente cuestionables y no hacen su trabajo, favoreciendo así la realización de crímenes o inclusive colaborando en ellos. Matan con indiferencia, disfrutan de ejercer tortura, venden su silencio a cambio de dinero o favores sexuales y resolver los casos les importa un carajo.

Arnulfo Lizárraga —Hotel de arraigo (2015), de Imanol Caneyada— y Teniente Morgan —Leyenda Morgan (2008), de Jaime Muñoz Vargas— representan el extremo de la corrupción y criminalidad dentro del aparato policial. El primero trabaja en la unidad antisecuestros a la vez que colabora con grupos especializados en este delito; cometer crímenes le permitió salir de la pobreza y la marginalidad, lo cual representa una situación frecuente en las comunidades más carentes de oportunidades y expuestas a la violencia, donde el crimen es a menudo la única puerta de salida de la pobreza. Teniente Morgan, por su parte, accede a que compren su silencio y reconoce que entró a la policía únicamente para poder delinquir sin correr riesgos, gracias a la impunidad del sistema.

Los hilos de la justicia son manipulados por fuerzas que controlan, a su albedrío, la existencia de una sociedad inerme frente a la violencia ejecutada por el Estado mexicano.

Gerardo García Muñoz, Norte negro, UANL, p. 33

Como una suerte de reacción ante la figura literaria del policía corrupto, surge la del justiciero: sujetos que no pertenecen a las estructuras policiales, ya degradadas, y actúan en favor de la justicia social, guiados por una brújula moral clara. Tal es el caso de Miguel Ángel Morgado, abogado defensor de los derechos humanos en Círculo de fuego (2014), de Gabriel Trujillo Muñoz; e incluso más interesante el personaje de Rebeca Alcalá —La balada de los arcos dorados (2014), de César Silva Márquez—, una mujer que castiga a hombres con un historial delictivo, la mayoría violadores que nunca se enfrentaron al aparato judicial. Estos personajes portan un mensaje claro: cuando el sistema no responde ante las atrocidades cometidas diariamente, las personas toman la justicia y la reparten con sus propias manos.

En Norte negro también se advierte la aparición de personajes femeninos ultraviolentos, partícipes de los círculos criminales. Un ejemplo paradigmático es la protagonista de Perra brava (2010), de Orfa Alarcón, quien relata en primera persona cómo pasó de ser una joven víctima del maltrato de su padre a incorporarse a las filas del crimen organizado, para perpetrar la violencia criminal. O el caso más extremo de la protagonista del cuento “El laurel del sol”, de Ricardo Vigueras: Otilia, una mesera que se involucra con el mundo criminal por medio de su novio Aníbal. Aprende a contrabandear droga, a descuartizar cuerpos, a cercenar cabezas, a liberar sus instintos depredadores, consciente de que el aparato legal no le puede hacer nada. Estos personajes femeninos, junto con los justicieros, evidencian que los límites entre víctimas y victimarios son cada vez menos claros, así como los conceptos de bien y mal: se han convertido en una fábula que ya no se sostiene.

El único elemento que sobrevive en las narrativas mexicanas actuales del relato clásico policial es el enigma, porque los mecanismos institucionales y los agentes de la policía han perdido por completo la credibilidad y confianza de las personas. Por ello, no sorprende que, en la inmensa mayoría de los textos analizados por García Muñoz, los casos no obtengan un cierre. A veces la obstaculización de las investigaciones por parte de la policía y políticos poderosos vuelven imposible dar con el o los responsables del crimen; otras veces no se puede apresar a los culpables por las conexiones y el poder que ostentan. Los finales anticlimáticos resaltan la imposibilidad de hacer justicia en un sistema completamente corrompido.

La gran tragedia de este país es que todas las pistas están a la vista, sólo que nadie pretende encontrarlas.

Martín Solares, citado por Gerardo García Muñoz, en Norte negro, UANL, pp. 36-37

Por lo anterior, García Muñoz se interesa por reflexionar acerca de las conexiones que la novela negra mexicana de la frontera guarda con la situación política y social actual, ya que “todos los creadores y creadoras han escrito sobre una realidad que conocen de primera mano”. Algunos incluso han basado sus trabajos en hechos y crímenes reales, como las novelas de Hugo Valdés o la obra Laberinto (2019), de Eduardo Antonio Parra.

La corrupción estructural constituye un eje central en las producciones literarias. La policía representa el primer eslabón de la desvergüenza: alteran las escenas del crimen y se llevan los relojes, las carteras y los objetos de valor de las víctimas mortales. Las autoridades buscan cerrar los casos lo más rápidamente posible, con tal de no investigar o porque de antemano conocen a los culpables. Así, detienen a individuos inocentes de manera ilegal y, mediante prefabricación de delito y tortura, consiguen las confesiones de los crímenes. Los medios de difusión, especialmente la nota roja del periódico, colaboran en la condena de los falsos criminales, convenciendo a la población de una mentira cuidadosamente tejida desde la corrupción y la ilegalidad. De este modo, García Muñoz explica la articulación de un complejo sistema que vuelve prácticamente imposible la aplicación de la justicia.

El periodismo se convierte en aliado de la mentira, exacerba los instintos violentos de la sociedad y contribuye a preservar la impunidad.

Gerardo García Muñoz, Norte negro, UANL, p. 112

Para mantener la impunidad, el poder político trabaja de la mano con el eclesiástico y el criminal, concentrado en el narcotráfico, el otro gran tema que comparten las obras analizadas en Norte negro. El acoplamiento de los cárteles al Estado mexicano, lo cual ha desembocado en la creación de un Estado criminal (Narcoestado), ha tenido consecuencias muy visibles en las obras de Norte negro. Las comunidades pasan de la tranquilidad a ser asediadas por conflictos armados que dejan un enorme saldo de muertos, como ocurre con los pueblos La Eternidad — No manden flores (2015), Martín Solares— y El Edén —Laberinto—, nombres con una carga evidentemente simbólica. Las personas viven aterrorizadas; una vez que el narco se establece en sus hogares las opciones son limitadas: unirse al crimen organizado o irse para nunca volver. El Estado es incapaz de detener el ímpetu de la violencia criminal y de castigarla. La frecuencia de las manifestaciones de violencia extrema desensibiliza a la población y deshumaniza a las víctimas, convertidas en un cuerpo más, un número más.

La repetición de cuerpos sometidos a la mutilación despoja a las víctimas de toda su individualidad, de su categoría de ser humano.

Gerardo García Muñoz, Norte negro, UANL, p. 97

Sin embargo, el horror acompaña a las víctimas a pesar de la distancia y el tiempo, como se aprecia en Laberinto: no pueden olvidar la devastación de la violencia, se adhiere a ellos como una carga, “un pretérito doloroso que se resiste a ser sepultado en el olvido”. En cuanto a las víctimas mortales del crimen organizado, muchas de ellas niñas, adolescentes y mujeres obreras, son condenadas al anonimato y al olvido. Las noticias de balaceras, secuestros, asesinatos y feminicidios pronto se dejan de lado, opacadas por otras más recientes.

Los muertos en Juárez no tienen rostro, porque tampoco tienen nombre ni historia. Todos los muertos son el mismo muerto. Todos los días mueren los mismos muertos. Son los muertos habituales. Muertos sin importancia.

Ricardo Vigueras, citado por Gerardo García Muñoz, en Norte negro, UANL, pp. 203-204

Norte negro es un libro provechoso para lxs lectorxs interesadxs en historias de intriga, violencia y sus mecanismos literarios. Pero el trabajo de Gerardo García Muñoz es también un estudio necesario en el panorama mexicano actual, en el cual la corrupción, la violencia y la impunidad conforman una amalgama letal que sigue cobrándose víctimas y victimarios. Si te interesa seguir el recorrido de problemáticas sociopolíticas y géneros literarios que traza García Muñoz, Norte negro está a la venta en la tienda en línea de la UANL.