Astrid, veintiocho años, fan de Patti Smith, cinco fotos cuidadosamente seleccionadas. Luego, dar izquierda, dar derecha, el desfile de rostros y nombres por la pantalla. A las pocas horas algunas conexiones, a los pocos días varias conversaciones pendientes. Al cabo de dos semanas, eliminar aplicación. Perdida en el supermercado sin poder seguir comprando alegremente, sólo fui por esa oferta especial, personalidad garantizada. The Clash sonando en el fondo.
Ésta es la era de la mercantilización de los afectos y la búsqueda de compañía express. La promesa de la vida moderna, el amor comodificado al alcance de las manos, casi como hacer las compras por Rappi y esperar a que llegue el delivery. La fugacidad con que desfilan las personas delante de nosotros y la incertidumbre que rodea cada interacción son el precio a pagar por el contacto humano en la sociedad del consumo.
La precariedad no sólo gobierna el mundo del trabajo, sino que ocupa todos los espacios de la vida. La inestabilidad, las condiciones materiales que no permiten el acceso a una vivienda digna y la imposibilidad de vivir el presente sin estar constantemente expuestos a la excesiva carga de un futuro sin certezas tienen un impacto en la manera como nos relacionamos con los demás. Estamos hechos para el consumo y vivimos esclavos de la inmediatez, buscando mitigar la sensación de encontrarnos solos sin poder atravesar el umbral hacia el otro. El amor en ese escenario se convierte en una mercancía, viene empaquetada y se sirve fría.
Sin embargo, aunque se muestra un supuesto desapego por los otros, debajo se esconde la fragilidad de saberse desechable. Somos un archivo temporal en el ordenador y podemos pasar, en cualquier momento, a la papelera de reciclaje. La posibilidad de encontrar un camino hacia el otro queda fuera de la mesa y buscamos la satisfacción instantánea, lo que sea que nos permita tocar otra piel sin las complicaciones de saber la historia familiar de esa persona, el nombre completo o siquiera si se quedará a tomar el desayuno.
Es evidente que esta actitud evasiva frente a la posibilidad de acercarnos realmente al otro y la deliberada fugacidad de nuestras interacciones no son más que manifestaciones de las relaciones de producción capitalistas, en las que el valor de las personas se reduce a su utilidad y capacidad de consumo.
En este escenario, tenemos una tarea: ser capaces de abandonar la búsqueda de alivios instantáneos y relaciones superficiales, como mecanismos de supervivencia y adaptación a un sistema que nos aliena y nos despoja de nuestra humanidad. Podemos escapar de ciertos cánones y construir aquel amor humano y mundano que significa dejar abierta una puerta hacia el otro.
Autora: Astrid Arbildo (Arequipa, Perú, 1994). Bachiller en Derecho por la Universidad Nacional de San Agustín (2018), embajadora Joven seleccionada por el Departamento de Juventud del Consejo de Europa para el Foro Mundial de la Democracia en Estrasburgo, Francia (2016), profesional del Programa de Liderazgo de Enseña Perú (2018-2019). Primer Puesto en la categoría cuento del Concurso de Arte “Amor y Respeto” de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (2017). Finalista en el I Concurso de Poesía “Rosa Butler” convocado por el Ateneo Literario de Artes y Ciencias de Puerto Real de España (2021). Mención Honrosa en la I Convocatoria Internacional de Poesía de la Revista Vuela Palabra (2021). Ha publicado con El Laboratorio el poemario Mamá decía que enero era el mes más largo (2022). Militante de las causas perdidas y apologista de Patti Smith.