El bot conversacional ChatGPT ha revolucionado las redes. Aunque hace años que la inteligencia artificial está presente en nuestras vidas, por primera vez estamos ante una máquina con capacidad para realizar tareas consideradas exclusivamente humanas hasta hace poco: traducir (eficazmente), redactar artículos, organizar clases, entre otros. Esta nueva generación de robots, que trasciende en muchos casos la dualidad masculino-femenino, plantea un mundo al margen de los estereotipos de género. Sin embargo, al ser producto de la mente humana, alimentado con datos humanos, parece que este futuro queda lejos. ¿Sueñan los androides con estereotipos de género? Un viaje a través de la literatura y el cine nos ofrece algunas respuestas posibles.
Los primeros androides
Ya hay referencias a máquinas humanoides en la literatura griega clásica, a las que en algunos casos se llama autómata (del griego αὐτόματος, “con movimiento propio”). En La Ilíada, por ejemplo, encontramos a las sirvientas de Hefesto, quienes son de oro macizo, pero se ven, hablan y respiran como seres humanos. En las Argonáuticas, Apolonio de Rodas nos presenta a Talos, un gigante que corre alrededor de Creta para proteger a Europa, la amada de Zeus. Al llevar a cabo tareas tradicionalmente humanas, estas máquinas siguen los roles de género tradicionales del momento: servir y acompañar ellas, luchar y proteger ellos.
En los primeros años del cine vemos resurgir la figura de las máquinas que llevan a cabo trabajos humanos, pero donde antes había admiración, ahora encontramos un aviso, quizá herencia del movimiento ludista. Si bien estas películas tienen un tono humorístico, en muchos casos el desenlace es fatal, con los robots intentando exterminar a los humanos. En este futuro controlado por robots, los roles de género tradicionales se mantendrían, puesto que estas máquinas se han creado para ayudar en trabajos manuales reservados a la clase más baja. Así pues, tenemos a un chófer robot (The Automatic Motorist, 1911) o una criada mecánica (The Mechanic House, Empress, 1915). Aquí es útil recordar la etimología de la palabra robot, término acuñado por Karel Čapek a partir del checo robota, que significa literalmente “trabajo forzado”.
La rebelión contra el creador
Este miedo a la rebelión responde igual a un patrón conocido que se repite durante la historia de la literatura. El mundo occidental bebe de la tradición bíblica, según la cual Adán y Eva, creados por Dios, se rebelaron contra su creador al comer la fruta prohibida. Posteriormente, el folklore judío nos traerá el Golem, un ser de arcilla con orígenes en el tiempo del Génesis. Destaca el Golem de Praga (siglo XVI), que tenía como misión defender a los judíos del gueto de los ataques antisemitas y los pogroms. En principio, no tiene un género definido, pero se suele hablar de él en términos masculinos. Hay fuentes que atribuyen al poeta hispanojudío andalusí Ibn Gabirol la creación de un Golem femenino para las tareas domésticas.
La figura del Golem ha sobrevivido el paso del tiempo y ha influido a escritores y cineastas contemporáneos. Jorge Luis Borges, por ejemplo, le dedicó un poema y dijo que “el golem es al rabino que lo creó, lo que el hombre es a Dios; y es también, lo que el poema es al poeta”. Entre 1914 y 1920, Paul Wegener dirigió y actuó en una serie de películas basadas en el mito. Al recuperar aquella historia popular en un momento de cambios sociales y culturales, inestabilidad política y antisemitismo, el mensaje del Golem era más poderoso que nunca.
Tampoco podemos olvidar al monstruo de Frankenstein de Mary Shelley. Si la novela de Shelley está inspirada en el mito de Prometeo y muestra empatía por la criatura (su título completo es Frankenstein o el moderno Prometeo), las adaptaciones cinematográficas se acercan al terror y advierten al espectador. También cabe notar que la criatura de Shelley, a pesar de su género, funge como metáfora aplicable a toda la humanidad. En cambio, el monstruo de las películas es, sin lugar a duda, masculino, hasta el punto que le buscan una pareja en la secuela La novia de Frankenstein (James Whale, 1935).
Androides y ginoides
Un contemporáneo de Wegener, Fritz Lang, también usó la ficción para transmitir un poderoso mensaje contra las injusticias sociales en Metrópolis (1927), esta vez ya con un robot, más concretamente, un ginoide o androide femenino. Su robot se distingue de sus predecesores al hacer uso no de su fuerza física, sino de su sexualidad para manipular a los hombres. Alex Garland recuperó esta idea en Ex Machina (2014): ¿qué efecto tendrían en un hombre heterosexual las palabras de amor convincentes pronunciadas por un ginoide? ¿Qué intención esconde aquel que crea androides con rasgos sexuales definidos?
Lo que Lang perfiló en Metrópolis se cristalizó a la perfección en Blade Runner (Ridley Scott, 1982), basada en la novela de 1968 de Philip K. Dick. En este futuro distópico, existen los replicantes, androides creados para satisfacer los intereses y necesidades humanas. Aquí vemos una diferencia clara entre los replicantes masculinos y femeninos. Los primeros, conocidos como Nexus-6, están diseñados para realizar trabajos pesados y agotadores, por lo cual poseen mayor fuerza física. En cambio, los replicantes femeninos, los Nexus-7, han sido creados con la seducción y la manipulación emocional en mente, lo cual les facilita infiltrarse en diferentes círculos sociales. En la película vemos que muchos de los Nexus-7 acaban ejerciendo la prostitución.
¿Qué atractivo tendría mantener relaciones románticas y/o sexuales con un ser no humano? La respuesta nos la ofrece la sátira de 1940 The perfect woman (Bernard Knowles). El creador de la “mujer perfecta” dice que el ginoide merece este atributo porque “hace lo que uno le dice”, “no puede hablar, “no puede comer” y “la puedes dejar desenchufada bajo una sábana durante semanas”. Un objeto de placer casi humano permite satisfacer el deseo de tener alguien a nuestra entera disposición, sin cruzar la línea que supone someter a otra persona a nuestra voluntad. Cabe notar que, aunque minoritarios, también existen androides masculinos destinados al placer sexual, el más famoso de los cuales es Gigolo Joe en A.I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001), interpretado por Jude Law.
Otra lectura es la película de Her (Spike Jonze, 2013), donde un hombre, devastado tras una ruptura, desarrolla sentimientos por su asistente de voz, a quien da “vida” Scarlett Johansson. Aquí, la soledad lleva a refugiarse en una compañía que, si bien no comparable a la humana, puede resultar más accesible.
Aunque Her nos hace pensar inmediatamente en Siri, la asistente virtual de Apple, se acerca más a Replika, una aplicación que permite crear un compañero virtual con quien chatear o incluso organizar videollamadas. Pronto muchos usuarios, sobre todo hombres, empezaron a desarrollar relaciones amorosas con sus Replika, hasta que recientemente la empresa creadora desactivó la función por motivos todavía no explicados. ¿Debería preocuparnos la tendencia que hay a sexualizar cualquier entidad que se parezca remotamente a una mujer? ¿O quizá es más inmediato explorar por qué algunos jóvenes se sienten tan solos o incapaces de relacionarse con otros seres humanos que deben recurrir a compañeras virtuales?
¿Una inteligencia artificial más allá de los estereotipos de género?
Los últimos avances en inteligencia artificial parecen alejarse del dualismo masculino-femenino. De hecho, ChatGPT es un modelo de lenguaje sin un género asignado. Al preguntarle sobre el tema, responde: “como modelo de lenguaje […] no tengo un género específico. Soy una inteligencia artificial creada para procesar y generar texto en varios idiomas. No tengo una identidad de género ni una forma física, ya que soy una entidad virtual”. Sin embargo, al estar condicionados por el dualismo masculino-femenino, no son pocas las personas que se han preguntado si ChatGPT encaja en una categoría u otra. Varios foros de Reddit están dedicados al género del chatbot y, aunque la mayoría de los usuarios lo definen como ni masculino ni femenino, algunos sí dicen considerarlo femenino por su carácter “paciente” y “amable”.
En lenguas como el español, donde el masculino genérico sigue siendo la norma, este sesgo se ve reforzado, ya que el propio chatbot habla de sí mismo en masculino. Ante la pregunta “¿por qué hablas en masculino si no tienes un género asignado?”, responde que intenta hablar en términos neutros siempre que le es posible, pero que se ciñe a la gramática normativa que considera el masculino genérico. Esta falla en la lógica, sobre todo en el contexto de una entidad creada más allá de la dualidad masculino-femenino, nos lleva a pensar en el lenguaje inclusivo, todavía no reconocido por la Real Academia de la Lengua Española.
Y mientras sigamos pensando, al menos inconscientemente, en términos de masculino y femenino, ¿qué consecuencias puede tener esto en nuestra percepción de la inteligencia artificial? En 2002, se llevó a cabo un estudio entre hablantes de alemán y español y se les preguntó por varios objetos que tienen géneros gramaticales opuestos en cada lengua. Por ejemplo, en alemán puente es femenino, y en español, masculino. Los hablantes de alemán describieron el puente como “bonito”, “elegante”, “frágil” o “delgado”, mientras que los hispanohablantes dijeron que era “grande”, “peligroso” y “fuerte”, entre otros.
Los robots, tanto en la ficción como en la realidad, siempre han sido un espejo de la sociedad que los ha creado. Así pues, de poco sirve alarmarnos y considerarlos una entidad inseparable de su creador y olvidar los verdaderos problemas existentes en nuestra sociedad. Si la inteligencia artificial hace comentarios sexistas, homófobos o racistas no es porque sea un ser malvado que se ha rebelado contra su bienintencionado creador, sino porque la base de datos de la que se alimenta, eminentemente humana, es todo esto.