¿Por qué sí pop, quiero, quiero yo?

Collage por I. A. Bosco

Collage de I. A. Bosco

El pop es a la música lo que el Don Quijote a la literatura; aun más, lo que el Ulises de Joyce es a las letras: el chiste mejor contado en la historia de su propia disciplina. El pop oscila entre los dos terrenos presentes en estas obras: la súper-parodia que, consciente de su condición como una pieza específica de arte que peligrosamente, flirtea con anularse a sí misma bajo su propia absurdidad; al final logra reconfigurar y avanzar la forma de su propia disciplina gracias a un diestro manejo de los rudimentos de composición, narración y clichés generales propios a su medio como sucede en el Don Quijote y algo mucho más cósmico, escandaloso y limítrofe como el espíritu del Ulises; una revuelta de lo macro a lo micro, anarquía del más alto orden.

En su Apariencia desnuda, Octavio Paz ofrece el siguiente comentario sobre el arte duchampiano: “Para Duchamp el arte, todas las artes, obedecen a la misma ley: la meta-ironía es inherente al espíritu mismo. Es una ironía que destruye su propia negación y, así, se vuelve afirmativa”. Esto es lo que la música pop le es a la música, su siempre auto-reconocida überpastiche-delirium-machine. Implosión cultural: la música de la tribu global, la música del mundo después de la bomba atómica. ¡Pop! ¡Pop! ¡Pop! Onomatopeya, medio artístico, delirio cósmico; la historia de todo lo que fue, es y será en canciones de tres minutos.

Otra cita de Paz en el mismo libro: “El humor pop carece de agresividad y sus profanaciones no están inspiradas en la negación o el sacrilegio sino en algo que Nicolás Calas define como el ¿y por qué no? (why not?). Tampoco es una revuelta metafísica; en el fondo, es pasivo y conformista”.

Dos comentarios sobre estas líneas: la orden de pop-art a la que refiere es ésa que va de un Rauschenberg a un Jasper Johns a un Warhol a un Lichtenstein; figuras que, aunque bastante distintas entre sí, pertenecen a las primeras manifestaciones del pop-art en el mundo de postguerra americana. Son arte “retiniano”. Esta cita e idea son importantes, pero ciertamente cuando hablo de pop hablo de algo mucho más misterioso, mucho más erótico, mucho más “allá afuera” que un momento en la cultura del siglo XX; hablo de una verdad musical tan real como la de un Cage, un Messiaen, un Coltrane, un Gershwin, una Daphne Oram. En otras palabras, hablo de una revuelta metafísica.

El pop es otra corriente artística como lo fue el dada. Es LA corriente artística de nuestros tiempos, la última de las corrientes, la corriente del “core-core”, es esa literatura menor que Deleuze y Guattari le atribuyen a Kafka, que fácilmente podemos atribuirle a un Borges. Precisamente: el pop está más cerca de Borges que Borges de Cervantes, que el pop de Beethoven.

El pop es la música que, queriendo o no, busca (y encuentra) lo absoluto. Absoluto viene del latín absolutus, que es el participio perfecto del verbo absolvere; está formado por el prefijo ab- (privación, separación) y el verbo solvere (soltar). Por tanto, significa “liberar a alguien de algo”, “declarar inocente o perdonado”. Tout comprende, c’est tout pardonner. La ambición de conocer todo filosóficamente es la ambición de perdonarlo todo. Lo que el pop hace es esto: absolver a la música de su historia y teoría, crear música que sólo sea música por la mera necesidad de experimentarse a sí misma como un fenómeno sin intenciones, libre del peso de tener que ser “música clásica barroca del siglo XVII” o “heavy metal inglés de los 70’s” o “lo-fi chiptune” o “indie rock”. Libre de ser útil, libre de tener un valor cultural. ¡Al fin podemos empezar!

El conocimiento no se desarrolla en un espacio bidimensional como lo es la hoja de papel con teoría escrita en ella, más bien se desenvuelve en el espacio tridimensional donde cuerpo y mente se despliegan y habitan. Precisamente ahí el pop triunfa, en la movilización de un lenguaje universal; aunque en este caso sea en su mayoría musical, su influencia vive en el ambiente donde todo humano se desarrollará, un elemento con una presencia tan certera como la del lenguaje y el internet. Uno no tarda en descubrir que quien habla a través de la música es, precisamente, la música a través de una red invisible y en apariencia infinita de las cuales su inicio y su fin son ilocalizables. Las contradicciones inherentes a la música pop son una de las principales causas que motivan su constante avance y vitalidad, en ellas se esconde su verdad. Lo que en otro contexto sería calificado de ignorancia, el pop subvierte con inocencia. Demasiada gente ha intentado e insistido en sacar a la música pop de su “concha” irónica, de su estado cómico en comparación a otros sistemas musicales, de su insensatez cultural. Sin duda ello iría en contra de su existencia y de todo aquello de lo que es capaz como un medio artístico, volviéndole meramente un fin, tomándole en serio después de haberle neutralizado.

La implosión pop no ha dejado un rincón en el mundo sin ser alterado. Este último tiende al corto circuito, al collage, a conexiones que no hubiesen sucedido de otra forma, gracias a su anarquía e inocencia, a su fluorescencia y su flor-esencia. Su no-productividad cultural le ha salvado de la penosa tarea de representar a la contracultura, apoteosis que ha pasado al orden de la producción cultural, la cual, lejos de producir significado, tiene el efecto adverso de su disolución. Precisamente, se trata de significar, no de no significar nada; la cuestión es continuar significando, favorecer la multiplicidad de significados. ¿Por qué no?

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