Amateurismo profesional: el tercer ludismo, ¡¡¡quijotismo universal!!! (Parte II)

Collage de I. A. Bosco

Las grandes aventuras artístico-culturales de nuestros tiempos se disputan, desde ya hace algunos años, en el epicentro del campo de batalla social, cultural y político de la juventud: la habitación con conexión a internet. 

Las décadas pasadas y sus tendencias culturales bajo las que se gestaron la popularidad de ciertos sonidos y estéticas son, hoy por hoy, estudiables y, aún más, superables; en este actual contexto socio-digital, las barreras de los clásicos ciclos culturales populares del siglo XX han sido y continuarán siendo rebasadas, alteradas y retrazadas. Escapar de un ciclo cultural predecible no es nada fácil, pero las condiciones para ello nos parecen más que presentes en la actualidad. Ciertamente, el panorama cultural bajo el que nos desarrollamos en occidente, al que muchas veces se le evalúa de decadente en sus valores morales y artísticos resultará terrorífico al ojo conservador y emocionante al artista: al fin podemos empezar. 

Aun contando con este panorama posmoderno de nerviosa energía e inciertos horizontes (del cual estamos convencidos que este principio del siglo XXI eventualmente parecerá meramente un hangar dominguero, una sala de espera para la forma venidera de sus artes y filosofías), sigue habiendo bastante trabajo por hacer y habilidades por pulir. El arte exige mentes adultas capaces de crearse a sí mismas, no vamos a esperar a que nadie nos salve, menos aún en nuestro caso específico de la creación musical desde lo independiente y bajo presupuesto

Si la música es el medio artístico donde nos desempeñamos, la producción musical es el medio que permitirá a nuestra música existir y, así, propagarse en este mundo socio-digital. Una consciencia de las posibilidades creativas de la producción musical, donde siempre lo elástico y plástico de esta labor esté presente, resultará de gran provecho para nosotros: el prosumidor bricolagista, el superviviente artístico digital musical, precisamente; el productor musical independiente, a quien el ejercicio de una profunda conceptualidad artística y un fuerte pero sensible criterio para la elección y resolución de problemas resultarán edificantes y expansivos a nuestra labor.

La actividad conocida como producción es, hasta ahora, el último gran artificio musical, el lugar donde sonido, tecnología, edición, sensaciones, gusto y cultura combaten; es un escenario invisible, el teatro lúcido de la fantasía musical. El artificio y oficio de la producción musical es una tarea altamente sensible que exige atención, dedicación, atenta confección y necesaria inocencia. Se trata de una tarea mecánico-sensitiva donde buscamos que la ingeniería musical y la composición se encuentren. Aquí se favorece y muchas veces se exige una inclinación por lo barroco, por el artificio, por la fantasía y el uso de la imaginación, incluso en sus manifestaciones más minimalistas. 

Si algo es alentado por esta convivencia mecánico-sensitiva con el sonido es el empezar a pensar en la música en una manera que combine lo temporal-espacial, poético, artificioso y artístico-conceptual; ni lo sublime, ni lo bello, ni lo terrorífico, ni lo ridículo, ni lo magnífico, ni lo sensual pueden sostenerse indefinidamente para lograr sus efectos sin el soporte de escenarios antagonistas, cotidianos, contradictorios y complementarios a ellos. Dentro de las habilidades sensitivas que buscamos tener como productores musicales, no sólo se encuentran las de un buen narrador y un audaz bricolagista, sino igual las de un atento curador, un frívolo diseñador, un buen anfitrión, un mecánico trabajador. Uno busca permitir a la música expresarse a sí misma, hay que aprender a rendirse ante el proceso, despertarlo a través de remover obstáculos, de volverse canalizador de ciertos sonidos, escenarios y situaciones musicales. 

Precisamente, algo que la producción musical pone en evidencia es que el proceso mental de la interacción con el sonido (esta constante preproducción musical) puede llevarse a ser ensamblado a través de la convivencia con la tecnología de grabación que volverá la sustancia musical mental (todas esas viñetas de colores y sonidos, escenarios, texturas, melodías que flotan por ahí) en una grabación con un principio y un fin. En ello, lo que clásicamente se trabaja y evalúa por separado, primero como composición, luego producción, luego ensamblaje (paquete, títulos de piezas, portada, orden, etc., la parte conceptual más presente) pasa a ser un mismo proceso al que llamamos: producción-composición-ensamblaje musical, donde no puede ignorarse ni trabajarse por separado la relación fenomenológica-mecánica y erótica de la música, sus cuestiones artístico-conceptuales, así como lo caótico y siempre cambiante de este circular proceso. 

El buen productor sabe leer el ambiente, el mood general, el flow de una pieza, sabe decir si funciona o no funciona, sabe mantener la conversación despierta, sabe cómo se ve una canción y cómo se escucha una imagen; sabe cuándo es conveniente arriesgar un error que terminará por alzar la pieza y sabe cuándo la técnica y la pulcritud resultan indeseables y de mal gusto. Sabe hacer que las contradicciones musicales hagan sentido. Tiene una mente como antena y un par de oídos delirantes. Es crítico, escultor, músico y mecánico, no sabrá a dónde ir todo el tiempo, pero sabe familiarizarse con el proceso y arriesgarse hacia lo desconocido; reconoce, justamente, el proceso de la poética producción-composición-ensamblaje musical siempre dando vueltas, siempre produciéndose, siempre revoloteando, siempre retomándose y formándose en una gigantesca danza que incluye lo vivido, lo imaginado, lo actuado, lo planeado, lo improvisado, lo escrito y lo aún por ser descrito y descubierto.

Si algo pone en evidencia tanto el arte como la relación entre música y producción musical es que, como toda actividad humana, la toma de decisiones y la resolución de problemas son dos de sus características principales, las cuales siempre serán alimentadas por una fuerte e informada convicción creativa. A nuestro favor tenemos el hecho de que la música siempre permite cantidad de ángulos y perspectivas desde los cuales acercarse a los problemas, situaciones e interrogantes que emergen en nuestro proceso artístico. Nuestra labor se encuentra en expansión constante. 

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