Si bien sabemos que la moda es cíclica y las tendencias se repiten cada veinte años, últimamente la situación parece haber cambiado. Con la popularidad de redes sociales como TikTok, donde todo es breve, directo e inmediato, las llamadas microtendencias han empezado a ganar terreno. Éstas no duran más de un par de meses, hasta tal punto que es imposible seguirlas todas. El ejemplo más reciente es la estética succubus-chic, caracterizada por mejillas hundidas, muchas veces conseguidas con una bichectomía (buccal fat removal), ojos grandes y separados, cejas apenas definidas y expresión seria. Lo primero que nos puede pasar por la cabeza es que, en vez de aspirar a la feminidad, esta tendencia busca la extrañeza. En su video ensayo La feificación de la mujer moderna (The uglification of modern women), Madisyn Brown dice que las mujeres que abrazan esta estética buscan intencionadamente alejarse de lo considerado femenino y atractivo para huir de la mirada masculina. Ahora bien, para reflexionar sobre este tema debemos preguntarnos primero, ¿qué es siquiera la feminidad?
Los orígenes de la “feminidad”
Antes que nada, cabe destacar que en inglés (lengua en la que conviven estas microtendencias) la palabra feminidad (femininity o womanhood) no existió hasta el siglo XIV. Como explica Tara Williams, fue Chaucer quien inventó el término al no encontrar palabra para referirse a aquello femenino. Hasta entonces, en Inglaterra una mujer no era definida por sus cualidades, sino por su rol social: doncella (maiden), esposa (wife) o viuda (widow). La moral femenina se reducía a la dualidad Virgen María-Eva, idea persistente incluso en el cine y la cultura actuales. La palabra hombría (manhood) se había acuñado un par de siglos antes, en un principio íntimamente ligada con la figura de Dios padre.
Por eso, cuando hacia 1348 un grupo de mujeres inglesas empezaron a participar en torneos de caballeros vestidas de hombres era difícil expresar, al menos desde un punto de vista lingüístico, en qué consistía su subversión. Evidentemente, su comportamiento iba en contra del rol que la sociedad les había asignado, pero al mismo tiempo daba un paso más: se perfilaba contra la naturaleza femenina.
El ideal femenino victoriano
Pasemos a la Inglaterra victoriana, época durante la cual feminidad era sinónimo de piedad, pureza, sumisión y domesticidad. La mujer debía ser la protectora de los valores del hogar y superior moralmente al hombre, como dice Barbara Welter. La feminidad de una mujer era importante porque era un espejo de la riqueza y dignidad de su marido.
Ahora bien, varios literatos e intelectuales, entre los cuales figuraban muchas autoras, se encargaron de desafiar este ideal en su obra. Anteriormente, Jane Austen había puesto en cuestión qué debe ser una señorita con protagonistas como Elizabeth Bennet, y Charlotte Brontë criticó abiertamente la idea de la moderación y la moral femeninas mediante su heroína Jane Eyre:
Se da por supuesto que las mujeres son más tranquilas en general, pero ellas sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar y poner a prueba sus facultades, en un campo de acción tan preciso para ellas como para sus hermanos. No pueden soportar represiones demasiado severas ni un estancamiento absoluto, igual que les pasa a ellos. Y supone una gran estrechez de miras por parte de algún ilustre congénere del sexo masculino opinar que la mujer debe limitarse a hacer repostería, tejer calcetines, tocar el piano y bordar bolsos.
Charlotte Brontë, Jane Eyre (trad. de Carmen Martín Gaite), Alba
La “New Woman”
Estas disrupciones cristalizaron en un nuevo arquetipo femenino de finales del siglo XIX: la New Woman, término atribuído a las escritoras Sarah Grand y Ouida. Esta nueva mujer, aunque desde un punto de vista actual nos parecería convencionalmente femenina, renunciaba a su rol tradicional como mujer y dejaba de considerar el matrimonio como el único camino para conseguir la plenitud. Retomando la idea medieval, no se dejaba encasillar en los roles de doncella, esposa o viuda.
La rebeldía de la New Woman, aunque alabada por autores como Henrik Ibsen, Aleksandra Kolontai, Carmen de Burgos o Henry James, cuyas heroínas encajan en este arquetipo, no fue bien recibida por todo el mundo. Dicha idea se repitió con las sufragistas, representadas como poco atractivas en caricaturas de la época, e incluso pervive hoy en día al hablar del feminismo. En 2019, Jordi Buxadé, del partido político español de extrema derecha Vox, habló de “esas feministas feas que dicen a las mujeres españolas lo que tienen que hacer”.
Normalizando la disrupción
Sin embargo, a medida que la idea de la emancipación femenina caló entre la sociedad del momento y más mujeres se sintieron reflejadas en él, dejó de ser una amenaza para convertirse en parte del día a día. Las marcas de ropa y cosméticos se dieron cuenta de que debían hablar a su público objetivo en términos que les resultaran atractivos. Por eso, lo que en un principio había sido subversivo pronto se convirtió en un reclamo publicitario más.
Buen ejemplo de ello es la bicicleta. En poco más de una década, pasó de ser considerada nociva para la salud femenina (los médicos llegaron a inventarse el término cara de bicicleta) a equipararse con la elegancia de la mujer joven. Hoy en día, varias marcas han intentado adueñarse de símbolos y movimientos sociales que pretenden precisamente escapar del statu quo: fenómenos como el pinkwashing o greenwashing no nos son ajenos.
La feminidad en el cine
En los inicios del cine, muchas películas recuperaron argumentos de novelas victorianas, por lo que encontramos en las protagonistas femeninas la dicotomía Virgen María-Eva reproducida en los arquetipos de la ingénue y la vamp. Aunque las vamp, precursoras de las femme fatale, eran independientes y suponían una amenaza para el orden establecido, lo hacían siempre desde una feminidad exagerada.
No fue hasta los años veinte, con la llegada de las flapper, que se presentó una alternativa lejos de la feminidad tradicional; el comportamiento de estas mujeres se inscribía en la idea de lo masculino llevaban pantalón, fumaban o conducían. Su peinado, apodado bob porque era tan corto como el de un chico, o el apodo garçonne en Europa (chicarrona) nos dan pistas de cómo se percibía a estas mujeres en el momento.
Sin embargo, con el paso de los años, la estética de flappers y garçonnes se convirtió en parte del imaginario popular. Durante varios años consecutivos, el bob ha sido considerado el peinado del año, y no han sido pocas las revistas de moda que han dado consejos sobre cómo conseguirlo. Cuando en los años ochenta proliferaron las protagonistas con una carrera profesional consolidada, aparecían normalmente con trajes de chaqueta. Esta pieza de ropa, anteriormente reservada a los hombres, ahora empoderaba a la protagonista. El elemento disruptivo ya no estaba allí.
¿Quién puede permitirse renunciar a la feminidad?
¿Qué se considera siquiera femenino? ¿Quién determina las ideas de feminidad? En el mundo del cine y el espectáculo, ha habido artistas que han desafiado las normas de género y transgredido la dualidad masculino-femenino. Ahora bien, tan pronto como esta supuesta disrupción se normaliza, ¿tiene significado más allá de lo estético?
Otras preguntas surgen. ¿Qué ocurre en el mundo alejado de los focos? ¿Quién puede verdaderamente permitirse ser fea o poco femenina cuando está en juego su trabajo del cual depende para vivir? ¿Cómo afecta esto a colectivos marginalizados? La escritora afroamericana Jackie Adeji reflexiona sobre cómo esta fealdad intencionada de la que hablamos al principio le resulta lejana, puesto que la comunidad negra en Estados Unidos siempre ha sido vista como sucia y vaga. Para ella, la posibilidad de huir de esta feminidad, siempre cercana al canon blanco, no existe.
¿Quién puede permitirse huir de la mirada masculina? ¿Logrará esta tendencia cambiar algo a largo plazo como la New Woman y las flappers en su momento? ¿O se quedará en una tendencia que consumir en la pantalla del celular?