Ilustración de Mariana Chávez
Los poemas que mejor escribo comienzan a gestarse en las notas de mi celular. Digo poemas porque es lo que más produzco, casi siempre en el mismo espacio —ColorNote es el nombre específico de la aplicación—; sin embargo, he advertido que hay una correspondencia general con los textos creativos, incluso académicos. Si parto de mi aplicación de notas, me cuesta menos dar el jalón inicial que requiere la escritura. Un Word o un Google Docs muchas veces resultan demasiado formales para mí y tardo una hora en tener listo el primer párrafo, así como preparar conceptualmente el segundo. Tal vez mi cerebro asume que está por realizar una actividad seria, que le requerirá bastante tiempo y compromiso, y ese estrés dificulta la concentración y el flujo libre de ideas. Incluso este mismo texto comencé a redactarlo en las dichosas notas.
Soportes de la escritura
Como parte de esa oleada de amor por lo vintage que ya decreció, una vez probé con una máquina de escribir, pero no hubo suerte: presionar con fuerza y decisión cada tecla demandaba más intención y seriedad de la que yo podía ofrecer. Así que lo dejé. Y ni qué decir del papel, cuando es bien conocida la intimidación que puede provocar una hoja en blanco. Pienso que para escribir un buen texto resulta fundamental tener intencionalidad, incluso una visión más o menos clara —de preferencia más clara que menos—. Pero para mí, particularmente, muchas veces el truco reside en no darme cuenta de que la tengo.
Ésa es la razón principal por la que el bloc de notas digital funciona: ¿qué es menos formal que teclear en un celular? Necesito no terminar de procesar que estoy haciendo algo en serio, sólo continuar acomodando las palabras. La eficacia de este arranque creativo podría relacionarse también con las ideas que atraviesan, supongo que colectivamente, la figura del celular. Con esto me refiero a la rapidez, al automatismo, a la inmediatez. Veloz y automática, así me siento muchas veces cuando escribo en las notas del bloc. Que la conciencia sea imposible de ignorar hasta que la mayor parte del trabajo ya esté hecho. También debe influir el que un teclado virtual sea más rápido que mi mano equipada con un lápiz, al igual que viajar frecuentemente con el celular metido en el bolsillo; es ventajoso que las palabras se materialicen cercanas al flujo de las ideas.
Cuando escribo en papel me siento con menos confianza: dudo de las palabras que se siguen unas a otras, parecen inexactas; reviso bastante más lo que ya llevo escrito, en parte para redondear las ideas, en parte porque la inspiración y las mismas ideas se me agotan con mayor rapidez. Soy menos tolerante con los detalles que se pueden corregir después. Necesito que todo quede lo mejor posible desde el primer borrador. Supongo que la duda y el escepticismo —¿y la sospecha?— perpetuos al momento de escribir pueden verse fácilmente como una virtud. Creo que es bueno cuestionarse constantemente el lenguaje y procurar ser pulcra, pero también sé lo tediosa que se vuelve esa preocupación para terminar las estrofas y los párrafos. Sé que constriñe mi pensamiento, ¿y cómo voy a poder sacar algo bueno si la libertad de mis ideas se ve coaccionada por mi rigidez?
Genealogías al escribir
De vez en cuando, por supuesto, también me gusta sentirme como las escritoras de mediados del siglo XX, con sus poemas a medias escritos en servilletas y partes de novelas en hojas sueltas, y vuelvo al papel. Pero no me sale, la verdad. A veces obtengo un par de versos o líneas de provecho, aunque es más bien raro. Quizás aquellas escritoras utilizaban las servilletas y hojas sueltas como yo uso ahora la aplicación de las notas: para quitarle tanta seriedad, ese peso monumental e histórico, a la escritura. Para desacralizar el acto de escribir.
Mi familia se burla de mí porque escribo en la computadora sólo con los dedos índices y los otros prácticamente no los utilizo. No sé bien por qué no lo hago, simplemente nunca me acostumbré a escribir en un teclado como se debe, ¿o es que todas las personan tienen vicios curiosos como el mío? Quizás utilizar dos dedos en vez de diez también desacraliza, muy en el inconsciente, mi proceso escritural en una herramienta tan moderna como lo es una laptop, que ya supone una desconexión con la idea más tradicional de escritura.
Intuyo que todas las escritoras, tanto las antiguas como las contemporáneas, han contado con su arsenal de recursos y trucos personalizados para facilitarse la labor, tal como yo. El filósofo esloveno Slavoj Žižek, por ejemplo, tiene un proceso escritural que me resulta interesante. Ante todo, Žižek evita la escritura en sí. Para lograrlo, lo primero que lleva a cabo es un vaciado de ideas que, sin que él lo note, terminan por construir el texto completo; lo segundo, la corrección de esas ideas. Así, yendo directamente de lo que parecería apenas el esqueleto de un texto a su edición, sortea con éxito lo que suele entenderse como el núcleo del proceso escritural: el desarrollo de las ideas que solitas parece que no alcanzan. La de Žižek es una excelente forma de engañar al cerebro.
Erika Leonard James, autora de Cincuenta sombras de Grey, empezó a escribir la polémica trilogía en su BlackBerry durante sus trayectos libres, noticia que en su momento me pareció muy curiosa, incluso inverosímil, pero que ahora creo comprender un poco más. ¿Cómo diablos escribes una novela en un celular? La palabra clave es “empezar”, es tener ese arranque inicial, siempre tan importante y difícil de ejecutar de manera satisfactoria.
Después de todo, si rastreo el origen de ciertas partes de la literatura que he escrito —pedazos de versos, bosquejos de párrafos, hileras de imágenes—, muchas veces me encuentro con una nota chiquita en ColorNote, apenas desarrollada. Acaso unas cuantas líneas. No demasiadas palabras. La intención necesaria. Una noción de comienzo.
Ilustradora: Mariana Chávez (Ciudad de México, 1999). Egresada de la carrera de Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde cursó talleres de pintura, dibujo, litografía y huecograbado. Sus principales intereses rondan el dibujo y sus posibles expresiones en libros, cuadernos, historias. Le interesa buscar vías alternas para exhibir, publicar y compartir mi obra, como fanzines, redes sociales o libros de artista.