Fotogramas obtenidos de Imgur: The magic of the Internet
Estrenada en 2003, Lost in Translation, la segunda película dirigida por Sofia Coppola, recibió un notable reconocimiento por parte tanto de la crítica como del público. A veinte años de distancia de su estreno, sigue siendo un filme reconocible y con una gran trascendencia —todxs hemos visto el fotograma de Scarlett Johansson con una peluca rosa de corte bob, recargada en el hombro de Bill Murray—.
El desarrollo de la relación entre Bob (Bill Murray) y Charlotte (Scarlett Johansson), en definitiva, conforma el hilo que conduce el largometraje. Sin embargo, los escenarios de Tokio ocupan el lugar central en el lenguaje visual y refuerzan los distintos estadios de la amistad y el romance entre los protagonistas.
De edificios grises…
Al inicio de la película, la capital japonesa aparece en los fotogramas como una ciudad moderna, a la vanguardia del nuevo siglo, llena de anuncios eléctricos y estrambóticos en calles que nunca duermen. Es, a todas luces, un paisaje urbano que Bob observa impasible desde la ventanilla de un coche, y apenas una retahíla de edificios altísimos entre calles muy concurridas que Charlotte mira rutinariamente desde la ventana de su habitación de hotel. Así, Lost in Translation retrata a Tokio como una ciudad distante. Sus edificios, a lo lejos, aparecen teñidos por una luz fría, casi grisácea, que acompaña las soledades de Bob y Charlotte, un par de huéspedes ajenos a esa gran urbe, separados del resto por una diferencia de lengua y cultura, pero también alejados de los suyos por una suerte de desconexión emocional.
Incluso en el bar del hotel, un entorno concurrido, Bob permanece solo en la barra, y en las llamadas telefónicas que realiza a casa no le va mucho mejor: su esposa y él ya no se entienden y apenas habla con sus hijos pequeños. Además, se enfrenta a una crisis vocacional en la que ya no hace lo que le gusta, sino lo que le deja dinero: “recibo dos millones de dólares por promocionar un whisky cuando podría estar haciendo una obra de teatro en algún lado”.
A Charlotte, por su parte, le resulta difícil relacionarse de manera genuina con su esposo y los amigos de éste, además de encontrarse en una encrucijada respecto a su carrera profesional y su matrimonio. Así, Bob Y Charlotte pasan las horas en sus habitaciones de hotel, espacios amplios y ajenos en los que permea su soledad y su insomnio persiste, en los que resulta evidente su desorientación —acrecentada por los canales de televisión japoneses— en un mundo que les resulta anómalo.
…a espacios habitables
Las tomas de la gran urbe se intercalan con otras que presentan lugares apartados, naturales y espirituales, tales como los santuarios budistas de Kioto que visita Charlotte. Son paisajes que contrastan con la enorme concurrencia de Tokio, pero en donde Charlotte sigue encontrándose sola; es la única visitante en los templos, recorre grandes distancias sin encontrarse con nadie. Así, en Lost in Translation los escenarios desempeñan una función importante en el estado anímico de los protagonistas: son una suerte de espejo, una contraparte y correspondencia. Dejan de ser simples espacios para convertirse en elementos sólidos de la trama y de la construcción de los personajes.
No sé qué se supone que debo ser, ¿entiendes? Intenté ser escritora, pero odio lo que escribo. Intenté tomar fotografías, pero son muy mediocres.
Charlotte (Scarlett Johansson)
A medida que la película avanza, Bob y Charlotte van tramando una amistad cada vez más fuerte y se adentran juntos en las calles de Tokio, que comienza a cobrar vida. La ciudad es en este punto un personaje más que se descubre y abre sus puertas para que esta solitaria dupla pertenezca —temporalmente, ya sea en el transcurso de una madrugada o a la hora de la comida— a ella. La ventana alta del hotel que conduce al paisaje urbano hostil se queda atrás. Los barrios nocturnos tokiotas, los arcades, karaokes, restaurantes y pelucas rosadas ocupan ahora su lugar.
Desconectados del resto de las personas en el hotel, al recorrer Tokio, Bob y Charlotte comienzan a tejer un lazo mutuo y significativo. El ensimismamiento que los retenía en sus habitaciones pierde su peso, la desorientación que sentían cede y, aunque de manera fugaz, les permite hallar cierto consuelo. Tokio y sus diversos espacios dejan de ser una amenaza para volverse habitables.
De este modo, en la cinta de Sofia Coppola los escenarios construyen también la historia de los protagonistas. Conforman, de manera novedosa para la época, un recorrido arquitectónico y paisajístico que mantiene su correspondencia con las emociones fluctuantes de Bob y Charlotte. Tokio funciona entonces como una puesta en crisis y quizás el comienzo de una resolución, una megalópolis que los enfrenta a preguntas difíciles que ya no pueden ser postergadas, pero que, en compañía del otro, también les permite respirar de sus encrucijadas personales.