La espera y la memoria (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022), de Adriana Dorantes (México, 1985), poeta y narradora, es una superficie cristalina, un vórtice de remembranzas, un contenedor de arrebatos. Esta recopilación de veintiséis poemas en verso libre condensa una suerte de revisión personal de los afectos, las prioridades, las ausencias, la falta, la espera y la memoria. Anunciados desde el título están dos estadios de la voluntad humana, que al mismo tiempo motivan cada uno de los textos. La maestría de Adriana Dorantes es la exactitud de las palabras para no soltarnos en cada poema, tejer con nosotrxs la narrativa de cada verso, acompañarnos de reojo durante la lectura.
Dividido en cuatro raíces o secciones, este libro propone una lectura similar a una radiografía de las voces poéticas que lo componen. Esas voces, que mutan de texto a texto, están cuidadosamente seleccionadas: la autora disecciona los tiempos verbales para hablarnos en pasado, presente y futuro, pero también en un tiempo que no se descifra, el tiempo de la memoria.
No considero que estas raíces sean cronológicas, ni sugiero que se hayan pensado desde la edición como una estructura lineal para la lectura, más bien imagino que se encuentran entre sí y combinan diversas maneras de enunciar desde la configuración poética del ritmo y el verso libre, desde la versificación y la mutabilidad de estilos. Adriana Dorantes se vuelve en este libro un paisaje de abecedarios para nombrar lo imposible.
Por esto, lo siguiente es sólo una taxidermia en aras de sacar un hilo del entramado que la autora propone con La espera y la memoria, no con la intención de buscarle formas concretas, sí con la inquietud de leer entre líneas.
Raíz 1: “El cristal profundo del silencio”
La autora tira una semilla, la tierra abunda, se enraízan “Elegía”, “Sagrado misterio”, “Reconocimientos”, “El racimo de tu sangre”, “Cómplices” y “1984”. Estos seis poemas construyen un primer entramado textual y visual. Adriana Dorantes convoca en estos primeros textos una gran variedad de imágenes poéticas sobre el silencio y sus márgenes a partir de un personaje clave y recurrente. En otro momento diría “la figura del padre”, pero en el caso de Adriana Dorantes, no es la “figura”, sino la “silueta”; no es “el” padre, sino “un” padre. Éste es uno de los aciertos principales de la autora: las formas con las que representa lxs personajes que habitan el libro son tan concretas y potentes que delinean lo únicos y genuinos que son, por lo que ese padre, esa madre, esa abuela y lxs no nombradxs presentes son esenciales para seguir la trama poética de las cuatro raíces del libro.
Pareciera que algunos de los poemas de esta sección se disocian de los demás por temática; sin embargo, en estructura se encuentran y fusionan para tensar las líneas narrativas. Estas últimas tienen la particularidad de romperse, sostenerse, hibridarse y mutar durante todo el libro, por lo cual la lectura se vuelve ágil y voraz desde el inicio.
Raíz 2: “Imperiosas geografías”
La autora tira una semilla, la tierra golpetea, se enraízan “El tálamo del milagro”, “Iluminado recuerdo”, “Permanecer”, “Ausencia de otoño”, “El mundo en su lugar” y “La noche en el alma”. Otros seis textos le dan cuerpo a la segunda raíz del libro. En ellos, encontramos cartografías de pieles ajenas y de modos de actuar de los personajes anteriormente presentados y de algunos más: la autora nos presenta otra ausencia con ecos del padre. ¿Quién es? ¿Importa acaso saberlo? ¿O importan las coincidencias? Estos textos se caracterizan por una estructura más críptica que el resto, por lo cual resulta más intuitiva la interpretación desde los afectos que desde las certezas.
El abandono es clave, así como la permanencia, el quedarse y la espera. En varios de estos poemas se articulan gestos, y es desde lo visual que vale la pena acercarse este corpus de líneas poéticas. La invitación se abre también a otros versos, canciones o referencias para terminar, completar o tensionar el poema mismo. Es así como Girondo o Morrissey aparecen como cómplices de lo dicho.
Formalmente, Adriana Dorantes complejiza el rizoma, y se vuelve intencionalmente juguetona. Los versos se comprimen, los saltos visuales entre palabras se evidencian, se anudan distinto y la cadencia se vuelve más rítmica. La edición muestra su vínculo con la autora, la raíz termina justo a tiempo para dar paso al siguiente arraigo:
Raíz 3: “El tiempo presente y el tiempo pasado”
La autora tira una semilla, la tierra rompe, se enraízan “Las perlas”, “Afterlife”, “Horas de sueño impenetrable”, “La casa”, “Cumpleaños”, “Las simulaciones”, “Irse”, “Querida madre buena” y “La náusea”. En este páramo más extenso, nueve poemas cargan una energía más femenina, vital, arrebatadora. Abuela y madre son referencias latentes, a veces nombradas literalmente, otras esbozadas en metáforas, pero siempre entre líneas para hablar de similitudes, acuerdos generacionales, rupturas y maneras de nombrar.
La intimidad ya enunciada desde antes se vuelve la vértebra principal de estos textos, mientras que surgen temas como la muerte, el anhelo y la familia. Adriana Dorantes nos regala con esta raíz una carta de síntomas para tratar de darle otro significado a las palabras comunes, para insistir en reconocerse vulnerable y a su vez vulnerar los diccionarios.
Las herramientas utilizadas por la autora durante estas primeras tres secciones son cuidadosamente articuladas desde el inicio, de manera que al terminar “La náusea”, pareciera que inicia un libro distinto, no por falta de consistencia, sino por una propuesta clara: pasar de lo personal a lo universal y de regreso. Esta capacidad narrativa tensa formalmente y da pie a una cuarta y última raíz, más fortalecida en recursos poéticos.
Raíz 4: “La espera y la memoria”
La autora tira una semilla, la tierra sostiene, se enraízan “Principios”, “Azar y designio”, “Lo inmarcesible”, “Reinado de incendio” y “Un frasco de cristal”. Estos cinco poemas anudan el entramado, presentan otra variedad de voces poéticas que aluden a lo ontológico para cuestionarlo desde la imagen textual. Estas líneas son también contenedores: recipientes ligeros en donde caben los renglones anteriores, en donde se mezclan todas las posibilidades.
La universalidad de los temas abordados pareciera acotar las formas; sin embargo, Adriana Dorantes resuelve con estrategias poéticas que vuelven personal cada enunciado, y lo alejan de la cotidianidad discursiva. La autora nos propone una lectura símil a un ritmo de latidos cardiacos.
Lo que pudo haber parecido una autobiografía del yo lírico se contiene para dar paso a un poema enraizado en la duda sobre sí mismx, sobre qué se es y para qué o quién se es. El último texto de este libro revela y pregunta al mismo tiempo. De ahí que este cuerpo de poemas se sume a la relevancia de la poesía contemporánea.
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Contradictoria en su mejor definición, pantomímica en cuanto a las referencias —todas insistentes y propositivas—, coqueta con la cadencia, aglutinante en imágenes poéticas y desmesurada en contenidos no sólo temáticos sino sensibles, la voz de Adriana Dorantes en La espera y la memoria es mutante. Estas cualidades vuelven a cada poema una propuesta genuina por sí misma. La espera y la memoria son acaso dos palabras, pero Adriana Dorantes las vuelve resistentes al significado popular, y las acoge en su libro para rodearlas con posibles y nuevas etimologías de lo sensible: cuatro raíces sólidas son este libro, ¿no es el fin máximo de las raíces comprometer la tierra?
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