No hay reproducción técnica que hasta ahora haya podido superar el espejo y los sueños.
Elena Ferrante
No es que crea que Los días del abandono (Lumen, 2002) sea el mejor libro de Elena Ferrante, ni tampoco el que más expone sus recursos literarios. Más bien mi gusto por esa obra recae en algo más personal: fue el primer libro que leí de ella, y me llevaría después a conocer toda su trayectoria literaria. El impacto en mí luego de haber leído Los días del abandono cruzando las incertidumbres de la pre-pubertad fue al parecer reformador. Entre mi esclavitud por las letras y la curiosidad por el proceso de mi feminidad, Ferrante es una de las escritoras que siempre encamina mi gusto hacia una literatura marcada por el empoderamiento del divino femenino. Leerla me incita a una búsqueda de la intimidad, marcando una clara inclinación por ser una mujer más real que bella; asimismo, me provoca una constante discusión con toda la normatividad estética que socialmente se nos impone a las mujeres, empezando por entender que Olga (personaje principal en Los días del abandono) “pensaba en la belleza como en un esfuerzo constante de eliminación de la corporalidad. Quería que amase mi cuerpo, pero olvidándose de lo que se sabe de los cuerpos. La belleza, pensaba angustiada, es ese olvido. O quizá no”.
Entre los muchos temas en la obra de Ferrante, se encuentra el ser mujer. Los días del abandono se concentra en él, empezando por nuestro propio abandono. Olga (escritora, hija, madre, esposa, amante, soltera, amiga, vecina, etc.) nos lleva por la historia de sus pensamientos. Su sentido de soledad no es más que la percepción que tiene sobre ella misma, de ahí que lo más interesante del libro sea la extrema consciencia psicológica de Olga respecto a su despersonalización y su cuerpo. El abandono para Olga resulta ser algo tan natural como madurar, el sobrante de los días que al juntarse se inmiscuyen en el cansancio, llegando al punto donde envejecer es lo más digno.
Aunque para Olga no hay abandono sin deseo, sus “certezas insensatas” la llevan a vivir en una extraña atmosfera nostálgica, una especie de contradicción donde el placer se teoriza en “verdades parciales” (citando a Freud). A traves del deseo negado, a Olga no sólo se le arrastra la normativa de una neurosis, sino también ciertas culpas y delirios que acaban por constelar muy bien el circulo de su perfecta locura: “Temía que el esfuerzo que había realizado para no perder la razón me hubiera envejecido”, piensa la protagonista.
Sobra decir que, si le damos una lectura feminista al libro, nos encontramos en Olga una mujer real, insisto; tensiones sexuales desbordadas en deseos, manifestaciones sobre el significado de una maternidad sin autocensura: “Amamantar es desagradable”. Sobre todo, es posible hallar un sentido consciente de la existencia respecto a no tener que cumplir socialmente con lo que significa ser mujer.
Pensar en una autonomía sexual (“dicen que no hay dos sin tres, pero yo digo que hay una sin dos”) recae en el goce del sexo sin la necesidad de entablar una relación comprometida, o simplemente en la reconfiguración de los conceptos que tenemos con nuestras propias relaciones sexoafectivas. Esto es un gran paso para empezar a entender el mundo de Ferrante.
Cuando Olga decide separarse de su pareja de muchos años, reflexiona sobre su condición en la sociedad, la cual analiza y se piensa como alguien “marcada por la condición de mujer a la espera de rehacer su vida. Estar en las manos de otras mujeres, infelizmente casadas, que se afanan por ofrecerte hombres que ellas consideran fascinantes”. Si hay algo convincente en el imaginario de Olga es la receptividad hacia un mundo social conservador que ella no habita. Enfrentar a una sociedad empeñada en establecer como amor la casi obligación de tener pareja no sólo es antinatural, sino que va en contra de la misma sexualidad. Olga lo concibe muy bien en su dialogo interno al momento de aceptar una ruptura amorosa.
La aceptación de abandono, vejez y cansancio, además de ser una condición inherente en la madurez de Olga, también es un modo de regenerarse a sí misma, de entender que su belleza sólo se transforma, no se acaba. Tener una pareja no tiene nada que ver con llenar vacíos. Olga busca en Carranco (su vecino) no sólo un amante, sino una nueva aura protectora. Menciona Olga lo siguiente: “Pensé con gratitud que en aquellos meses se había dedicado con toda discreción a tejer un mundo seguro a mi alrededor. Solidez de los lazos que unen espacios y tiempos. Podía fortalecer el sentido e inventar un sentimiento de plenitud y felicidad. Fingí que le creía, hacer el amor sin prisa”. Buscar el sentido de nuestra existencia a traves del placer, tanto al darlo como al recibirlo, no es un acto de hedonismo, más bien de heroísmo. Olga habla de unir espacios y tiempos, y no hay mayor magia que hacer de nuestra vida un acto de amor.
El soporte que mantiene a Olga entre cordura y locura, entre vida y escritura, no es más que una fuerza vital, la misma que la lleva a pensarse fuera de sí misma, a ser la observadora de su propia consciencia, a trazar los mapas mentales que la mantienen ubicada o no: “No tengo el don de la ubicuidad. Estaba demasiado cansada para mantener el mundo dentro de su orden habitual”.
Lo más preocupante para una escritora lejos de perder el sentido es no volverlo a encontrar. Perder el orden mental incluso para Olga es una oportunidad de reacomodar los tiempos. Cito otra de mis frases favoritas del libro: “Me daba cuenta [de] que no me salían correctamente los tiempos verbales por culpa de ese despertar desordenado. El futuro, a partir de cierto punto es sólo una necesidad de vivir en el pasado”. “Debo rehacer inmediatamente los tiempos verbales”. La actitud esperanzadora de Olga no sólo le da fuerza a la novela, sino que es una pieza fundamental para entender la mayoría de los personajes femeninos de Ferrante. Pienso en Elena, la escritora que se reivindica a través de sus novelas en el tercer libro de Las deudas del cuerpo de la saga “Dos amigas”, o incluso en la misma Giovanna de La vida mentirosa de los adultos, una adolescente que madura disipando todas las culpas que no le pertenecen de su genealogía familiar.
Si algo me conmueve de las obras de Ferrante, es precisamente la profunda carga poética de sus personajes en relación con su vida ligada a la escritura. Olga no es la única mujer escritora que lleva su vida intima a la par de su pluma (a mi parecer, resulta imposible separar una de la otra cuando se está consciente de que lo único que se quiere hacer en la vida es escribir, o porque más bien no se halla otro medio que logre explicarse a una misma). El proceso de la escritura es algo tan vital que se encapsula. Todo lo que nos contiene (cuerpo, mente y espíritu) busca ser expresado, y por ello cuando una no está leyendo o escribiendo, está viviendo.
Ser escritora requiere de suficiente coraje para transgredir no sólo la propia intimidad. También se necesita ir a lo más profundo y a la raíz de todas las razones que nos hacen pensar y sentir como lo hacemos: “Para escribir bien, para ir al fondo de cada pregunta, necesito un lugar más pequeño, más seguro. Eliminar lo superfluo, limitar el campo. En realidad, escribir es hablar desde el fondo del claustro materno”, escribe Olga al intentar volver a retomar la escritura como método de sanación. Se puede constatar que para Ferrante la carga de convenciones aprendidas sobre ser femenina es un tema que se libera mediante el lenguaje, ya sea con la escritura, o con el mismo carácter transparente y franco de sus personajes.
La transformación de Olga se expone hasta cierto punto como un autocuidado ante la feminidad, pero no esa feminidad íntima y personal que cada una se crea por gusto y placer, sino aquélla que la sociedad ha sembrado hasta en lo más profundo de nuestro inconsciente, ésa que no nos deja ser libres y nos encierra en identidades, personajes y etiquetas; en cautiverios, como diría Marcela Lagarde. Para Olga pasar de un lenguaje cuidadoso al sarcasmo, no sólo es una forma de transgredir la realidad y el entorno de la cotidianidad, sino un resultado por encasillarse mentalmente en ser alguien que no es.
Olga observa en las otras mujeres y en las historias de sus antepasadas etiquetas como “la pobrecilla”, la mujer que no sabe como retener a los hombres y es abandonada, un estereotipo catastrófico que asume a la mujer como objeto de deseo y no como sujeto capaz de asumir su libertad (como si nada más valiéramos por el hecho de estar con alguien).
Para Olga, dudar de su cuerpo en tanto posesión de un hombre es algo que la desalentó a continuar una relación. Ésta es una reflexión tan profunda como interesante. Cabe cuestionarse: ¿cuál es nuestro mayor deseo como mujeres: ser amadas, ser deseadas, amar, o no amar? Freud diría que la situación de la mujer no podrá ser más de lo que es: en los años jóvenes una amante adorada, y en la madurez una mujer amada. Yo todavía tengo mis dudas.
Autora: Pamela Muñoz (México, 1991). Historiadora del Arte, escritora, cinéfila y amante de la filosofía y las letras. Ha escrito ensayos sobre cine en revistas como Tierra Adentro; sobre feminismo y arte en espacios de investigación como la Cátedra de Teología Feminista de la Universidad Iberoamericana; y recientemente sobre música para el Centro de Cultura Digital. Actualmente, espera incursionar más en la poesía, el cine y la crítica literaria.