Memoria
La memoria es una piedra,
guarda pero se desgasta,
resiste al sol
resiste al viento
resiste al agua
hasta que el río con fuerza la atraviesa.
En cada espacio se cuela
la somete
la raspa
la reduce.
Y sólo quedan las sobras.
Lisa es la memoria, compacta.
Reúne el tiempo que la formó,
la resistencia a las risas,
a los adioses,
a los silencios.
Es la zozobra, testigo de lo efímero.
Es una piedra —memoria—
para guardarla en el bolsillo.
*
Testimonio
Diré que me paré frente a un altar,
me arrodillé esperando un milagro.
Diré que me senté ante un barranco,
con la espera de la primera luz en mi nariz.
Diré que abrí las manos,
toqué el agua con los dedos,
que comí un higo,
mientras mis pies tocaron el sol.
Diré que sentí el hormigueo,
en cada uno de mis vellos,
y que fue amor
aquello que escondí en mis bolsillos.
Que la voz siempre fue infinita
y que la mirada atravesó
cada minúsculo espacio,
que con ella logré ver,
las arrugas de mis palmas,
lo húmedo del pasto,
cada gota con su brillo.
Diré que fue todo en un segundo,
un largo salto,
caída.
Que toqué madera,
toqué su tierra
y ahí aprendí el movimiento.
Diré que fueron las nubes y su sombra
en las puntas de mis nudillos
cerquita de mis oídos,
los que me dijeron despacio y en bajito
los secretos nunca dichos.
Y que fueron las piedras,
en cada gesto marcado,
las que tocaron mis párpados
y me enseñaron,
que las uñas aguardan lo eterno
y que sí es el ombligo,
el centro de mi universo.
*
Reminiscencia
Nunca nos faltaron las palabras
para nombrar aquello que nos atraviesa,
juntamos sílabas al azar
y con dados en las manos
hicimos verbos y adjetivos,
que fuimos transformando en sentidos:
a veces tres, a veces seis, otras cinco
cada tiro nuestro astro.
Entre los espacios vacíos
metimos poco a poco nuestro aliento,
otras veces nuestro llanto;
los recuerdos pequeñitos,
atados entre los nudillos,
se hicieron juramentos:
promesas que dejamos en las piedras,
con la espera de su eterna permanencia.
Hicimos nuestra propia lengua,
la saliva y el grito fue nuestro nombre.
Y en la flor de nuestros pactos,
en la tierra seca que murmura,
nació del susurro nuestra habla.
Jugamos con la luz colada
nuestros dedos rozaron la pared,
hicimos sombras que crearon lunares,
y con cada rastro de nuestras manos,
entre cada huella de nuestros dedos,
cosimos las letras que juramos sostener.
Autora: Diana Álvarez Mejía (Toluca, México, 1990). Licenciada en Psicología por la UAEMEX y en Historia del Arte por la Universidad Iberoamericana. Egresada de la maestría en “Saberes sobre Subjetividad y Violencia” y de la especialidad en Práctica Psicoanalítica, ambas en el Colegio de Saberes. Co-tradujo del portugués al español con Marco Antonio Bojórquez de la poeta Hilda Hilst: “Ejercicios para una Idea” en Revista Altazor (2020), “Siete cantos del poeta para el Ángel” en la revista Mallarmagens Revista de poesia e arte contemporânea (2021) y “Me mataría en marzo” en la editorial Librería Escandalar. Ha publicado una serie de poemas: “De fuego y espacio” (2019) y “Acontecimientos” (2020) en Revista Primera Página. Publicó el capítulo “Otro, tiempo y muerte: un diálogo entre Hilda Hilst y Emmanuel Lévinas” (2021) en el libro Letras latinoamericanas inadvertidas de la colección Lecturas de Sileno editado por la Universidad Iberoamericana y “La traducción como metáfora” (2022) en Figuras Revista Académica de Investigación editada por la FES Acatlán.