Ya no puedo comer mango sin pensar inmediatamente en la narrativa de Inés Arredondo. La primera vez que la leí, cursaba el octavo semestre de la licenciatura en Letras Hispánicas. Fueron tres cuentos los que me asignaron y, desde ahí, no he parado de considerarla una de mis escritoras favoritas. No soy la única: posiblemente esta autora sea uno de los mejores cuentistas mexicanos del siglo pasado; sin embargo, fuera de las academias y la crítica literaria, su nombre no figura de la misma forma que Salvador Elizondo o Juan García Ponce. Esto se debe a los sesgos del pasado que ahora reconocemos en la difusión de obras escritas por mujeres y a los mecanismos de configuración de un canon. Perteneciente a la generación de la Casa del Lago, su obra se presenta como un registro de los claroscuros de la humanidad y del uso de un lenguaje narrativo cuya finalidad es explorar las regiones de lo innombrable y proscrito.
Para fortuna de sus seguidores y futuro público, la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha publicado recientemente dos de sus cuentos más célebres en la Colección Relato Licenciado Vidriera: “Estío” y “Las mariposas nocturnas”. La selección y texto introductorio realizados por Ana Clavel pretenden ser una invitación a acercarse a una “escritora excepcional por su abordaje de lo perverso, lo siniestro, lo grotesco, lo monstruoso de la mano de una escritura sugerente y certera, urdida con perfección”. Las puertas están abiertas para toda persona que desee leer relatos en donde el tabú y el deseo por las prohibiciones se tambalean, y la pulsión de vida y muerte vienen acompañadas de las ansias de transgresión.
El primer cuento, “Estío”, se narra en primera persona. Una mujer viuda, cuyo nombre no llegaremos a conocer, rememora un verano paradisiaco en el que convivió con Román, su hijo adolescente, y Julio, amigo y compañero universitario de Román. Hasta aquí, la anécdota podría sonar inocente o ligera. Sin embargo, desde el inicio del relato nos encontramos con una ambientación sensual por el uso constante de un léxico que construye un doble sentido: cuando la narradora menciona que “el aire estaba húmedo” y “el calor se metía al cuerpo por cada poro” para después acompañar dichas afirmaciones con escenarios como la playa, el río y la huerta de la casa, sólo podemos sentirnos parte de un locus amenus erótico. Allí, la naturaleza parece dictar los deseos y los instintos de los personajes de la historia.
Desde el primer diálogo de Julio, todo indica que el joven siente una atracción por la madre de su mejor amigo. Durante la narración, se sugiere que ese deseo es correspondido y, por lo mismo, incorrecto, pues parte de la figura adulta a cargo. A través de la exterioridad y comportamientos de la naturaleza, los sentimientos de la madre son representados; de esta forma, se da continuidad a la tradición romántica de relacionar los cambios en el entorno con el mundo interior de un personaje. Por eso, uno de los más grandes aciertos de “Estío” es la exploración de la sexualidad de una mujer madura mediante descripciones, en apariencia simples, que poseen una fuerte connotación erótica. Acciones como nadar en una playa desierta, acostarse bocabajo en una huerta o recorrer “la línea esbelta, voluptuosa y fina, y el áspero ardor de la corteza” de un árbol en la noche encarnan una concupiscencia latente. Quizás el pasaje más emblemático de todo el cuento sea la narración de cómo, en soledad y con una bata corta, la protagonista se come “tres mangos gordos, duros” con impaciencia mientras la pulpa recorre su cuerpo. La imagen es mucho más elocuente de lo que he descrito aquí, pero en vez de citarla completa, invito a quien lee estas líneas a interpretar el fragmento al adquirir su ejemplar en este enlace.
Inés Arredondo nos ha dado más que suficiente a lo largo del cuento para sentir cierta satisfacción, sin embargo, hay un último giro de tuerca. Sugiero que, quien prefiera averiguar el final de esta historia, no lea este párrafo y se salte al siguiente. En una de las escenas finales, se da el instante de revelación: el erotismo incorrecto deriva en un erotismo retorcido, puesto que el objeto de deseo de la madre nunca fue Julio sino Román. Este afecto enfermo se devela mientras la madre besa y acaricia el torso de Julio en la oscuridad pensando que es su propio hijo. Lo que resulta increíble es la capacidad de Arredondo de esbozar sin tener que decir nada explícito. Cuando, en medio del beso, la madre confiesa “pronuncié el nombre sagrado”, caemos en cuenta de todo lo que está sucediendo subrepticiamente. La tesis sobre el cuento de Ricardo Piglia, en la cual un relato siempre cuenta dos historias, la que se narra y la que se intuye, queda aquí ejemplificada de manera magistral.
En el caso de “Las mariposas nocturnas” también hay una ambientación exuberante y la narración parte de los vínculos entre tres personas. A diferencia de “Estío”, este relato tiene un mayor número de páginas y por lo mismo hay más espacio para la distensión y el desarrollo de ciertos símbolos; no obstante, hay un halo de ambigüedad que recubre los motores y actitudes de cada personaje.
“Cuando lo vi rozarle la mejilla con el fuete, supe lo que yo tenía que hacer”. Con esta frase se da apertura al relato, y resulta perfecta para sentar el tono de la narración. Sin saber en un principio a quiénes se está refiriendo ni el contexto, entenderemos pronto la situación: don Hernán, un hacendado rico de modos extravagantes y con una presencia fantasmagórica y elusiva, paga con frecuencia por tener relaciones sexuales con mujeres vírgenes. Lótar, su sirviente y amante, es quien negocia con las candidatas. Lía es una profesora de primaria de dieciocho años que decide entrar en el juego de don Hernán, pero no acepta nada de su dinero: ella sólo quiere ver los libros y cuadros de su inmensa biblioteca.
Esta vez la situación es atípica: después de haberle ordenado a Lía que se pusiera una bata blanca, inmaculada, y llevarla a los aposentos de don Hernán, el intercambio dura más de lo esperado. A la mañana siguiente, Lía comienza a vivir en la hacienda, junto con el dueño y todos sus sirvientes, a fin de tomar clases de cultura, equitación, porte e idiomas y poder ser “presentada en sociedad”. Posteriormente, la narración alude a un viaje de dos años por el mundo realizado por los personajes principales y otros trabajadores de don Hernán.
Lo que podría ser una situación de completo abuso que genere escozor, se convierte en un juego de poder intrigante, ya que, por momentos, es Lía quien impone el ritmo dentro de la casa y en ningún momento se considera una víctima de su situación; al contrario, parece gozarla. Temas como los celos, la dominación y el sometimiento, el homoerotismo y los vínculos no monógamos son puestos en tela de juicio a través de rituales nocturnos y de todo aquello que no se dice. En el momento en que Lía decide dejar de ser una estatua y poner fin a los fetiches de don Hernán con un golpe, firma su contrato de salida. No lleva nada en las manos. Nada de joyas, ropajes finos, ni libros. Sólo su experiencia y aprendizajes.
Vale la pena explorar los resquicios de la naturaleza humana a través de los relatos de Inés Arredondo, sobre todo porque, al encontrarnos en una época en la que lo políticamente correcto ha inundado el discurso hegemónico y ha atravesado nuestra subjetividad, a veces nos sentimos juzgados por pensar en posibilidades oscuras del ser. No se trata de sacarlas a plena luz de día, sino de adentrarnos un rato en la profundidad de lo terrible para salir a flote de una forma más honesta con lo que nos habita. Inés Arredondo se propuso ser “la guardiana de lo prohibido, de lo que no se explica, de lo que da vergüenza” y decidió quedarse hasta el último momento “para guardarlo, para que no salga, pero también para que exista”.
Una vez más, si deseas adentrarte en la narrativa erótica y transgresora de Inés Arredondo, puedes adquirir un ejemplar en la tienda digital de Libros UNAM o en la Red de Librerías de la Universidad (mi favorita es la que está al lado de la Facultad de Arquitectura).