No-organización. Trabajo, productividad y nuevas sensibilidades

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Ilustraciones de Carlos Gaytán

Soy desorganizado, lo reconozco. Aun así, estoy suscrito a varios canales de organización de tareas en YouTube, al famoso Newsletter 3-2-1 de James Clear y constantemente estoy en busca de nuevas técnicas para gestionar mis proyectos y pendientes. Sigo algunos consejos e implemento lo que me parece mejor para mis propios procesos, pero no dejo de sentir cierto cringe cuando algunas personas dicen tener la clave para convertirse en un ninja de la productividad o en un gurú de la organización. Pienso que esos títulos, igual de inventados que los de cualquier nobleza europea, en realidad son una forma discreta de convencer a nuestra generación de que trabajar 24/7 es algo super, cool e inn.

El método que mejor ha funcionado para mí es el popular GTD (Get Things Done), de David Allen, el cual consiste en liberar a la mente de todas las tareas pendientes al vaciarlas en una bandeja de entrada o inbox, que para el caso podría ser desde una hoja de papel hasta un gestor de tareas como Todoist. Después, cada cierto tiempo, se vuelve a esa lista para organizarla y categorizarla según lo realizables que puedan ser las tareas. Si toma menos de dos minutos, se recomienda hacerla en ese momento, y si no, se busca descomponerla en tareas cada vez más pequeñas para hacerlas operativas.

Es cierto que ese método libera de la continua y tortuosa tarea de afrontar mentalmente las actividades a realizar, y a veces resulta en una buena manera para poner un poco de resistencia a la constante demanda de productividad que viene del exterior. Al capitalismo no sólo le basta con ver las tareas de producción realizadas, quiere que el tormento del trabajo se prologue a la casa, a la habitación, a la cama, espacios acaso igualados al de la oficina con el reciente auge del home office. GTD podría ser útil para esquivar y posponer la agonía, pero el verdadero problema seguirá ahí, incluso cuando demos check a esos pendientes.

La constante exigencia por producir tiene en el fondo un reclamo de organización, y creo que esa perspectiva impide ver el trabajo de otra forma. Todo en el mundo occidental funciona a través de una configuración organizativa, que la mayoría de las veces no es ni eficaz ni provechosa. Basta con voltear a ver los trámites burocráticos necesarios para casi cualquier diligencia, por sencillo que parezca, para convencerse de que habría formas para optimizar su eficiencia. La lógica de la organización empapa literalmente todo. La única razón por la que usted, queridx lector/x, pueda darle sentido a este texto es que el mismo sigue una continuidad más o menos coherente.

Creer que el mundo posee un sentido organizativo de manera natural sería ignorar la extendida entropía que dirige lo que podemos percibir. Sucede que la razón, los conceptos, las reglas, el trabajo, el modo de producción y las condiciones materiales determinan un sentido unívoco del mundo. Por eso una persona desorganizada no tiene cabida en el microcosmos de lo laboral. Por eso un autogobierno no tiene cabida en el marco del Estado nación. Por eso la organización de las abejas, de los árboles, y otras formas de vida no tienen cabida en el imaginario de lo humano.

Si la lógica productiva se basa en la organización, entonces un arma para combatirlo, y no para resistirlo, podría ser la desorganización, o mejor: la no-organización. Hace falta ignorar el proceso productivo que gobierna nuestra vida material para comenzar a encontrar nuevas salidas al trabajo diario. Si el mundo es entropía, entonces tal vez existan pistas dentro de esos escenarios.

Peter Wohlleben, guardia forestal, encontró habilidades de no-comunicación y no-transmisión de los árboles; las plasmó en La vida secreta de los árboles (2016). Craig Foster, documentalista, creó un vínculo afectivo con un pulpo y aprendió formas no-inteligibles de concebir el entorno para dejar el testimonio en My Octopus Teacher (2020). Deleuze y Guattari, filósofos, buscaron en los tallos subterráneos de algunas plantas ejemplos de no-organización y encontraron la potencia del rizoma y la no jerarquización de sus elementos. Los árboles, los pulpos y las raíces cumplen con su función sin pasar por un esquema occidental de producción. Ellos se escapan de esa lógica, se fugan, se derraman.

Para encontrar nuevas no-organizaciones para trabajar, producir y satisfacer nuestras necesidades materiales es necesario explorar otras sensibilidades, subjetividades y afectos que permitan establecer vínculos más sanos con nuestras tareas pendientes. Hace falta hacer caso a la intuición, vigilar los quiebres y discontinuidades de nuestra productividad, y tener la posibilidad de ser plantas en vez de ninjas, y pulpos en vez de gurús.


Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.

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