Introducción
Recuerdo una ocasión en clase de arte novohispano, durante la carrera de Historia del Arte, en la que se sugirió como trabajo final desarrollar un guion curatorial para una exposición simulada. Un juego, pues. Las reglas eran que debíamos utilizar piezas de la colección del Museo Franz Mayer (CDMX) y buscar un hilo curatorial que resultara “relevante”. En su momento, yo planteé la idea de una exposición que reuniera piezas cuyas técnicas se vincularan con el maltrato animal. Asimismo, presentaba al final del recorrido información sobre la relación que actualmente los humanos tenemos con las especies afectadas para la creación de las piezas expuestas. La propuesta, pues, giraba en torno a qué tanto son prácticas aún vigentes.
La exposición ficticia, titulada «Lo exótico en la modernidad: arte suntuoso de la Nueva España», contaba con tres ejes correspondientes a tres materiales muy preciados durante el Virreinato: carey, marfil y plumas coloridas. Para este primer texto, fijémonos en el primero de estos tres materiales.
Si bien volver a este trabajo me produce un tipo de cringe particular, característico de experiencias en las que toca releerse, el planteamiento central de reflexionar en torno a los conceptos de lo “suntuoso” y lo “exótico” me parece…, digamos, suficientemente buen tema para escribir cuando no se encuentra uno mejor. Además, nunca es mal momento para investigar y fabular sobre otros animales.
Capítulo 1. La tortuga carey
La tortuga carey es una especie de tortuga marina que se distingue de otras por su pico puntiagudo y curvo, parecido al de los pericos, y por los bordes en forma de sierra de su caparazón. Debido a los siglos de prácticas de pesca humana, las comunidades de tortuga carey son desde 1996 clasificadas en peligro crítico de extinción; su captura y comercio es ilegal en muchos países. Además de por su carne —considerada un manjar—, la tortuga carey ha sido cazada para emplear el material de su caparazón en objetos decorativos. En diferentes momentos y latitudes, el carey, con su especial textura, ha sido tan apreciado y demandado en el mercado como el marfil o el oro.
Actualmente se producen diferentes artículos que recrean en plástico o resina la apariencia del carey que es, en mi opinión, escurridiza al buscar describirla con palabras. Sin embargo, rápidamente se evoca la imagen cuando pensamos en aquellas pinzas de pelo o monturas de lentes en tonos anaranjados y cafés moteados aleatoriamente.
De vuelta a las tortugas carey. Guiadas por el reflejo de la luz de la luna sobre el agua, las crías de tortuga carey, cuyo caparazón al nacer es oscuro y tiene forma de corazón, se dirigen al mar. Se cree que las que logran llegar al agua antes del amanecer inician una etapa de vida denominada pelágica, que en pocas palabras quiere decir que exploran el mar de maneras poco perceptibles para los humanos. Se sabe poco sobre las vidas que llevan las tortugas carey antes de alcanzar la madurez sexual, pero se supone que andan solitarias y sin muchas preocupaciones. Debido a sus fuertes caparazones, no tienen grandes predadores (además de los humanos) porque existen pocas criaturas que sean capaces de penetrar su concha protectora.
¿Quién no ha deseado tener un caparazón? ¿Quién no ha construido caparazones alegóricos para proteger su carne? ¿Quién no quiere certeza de que el propio cuerpo le resguarda del peligro? ¿Quién no sueña con ser una tortuga marina? ¿Quién no goza del misterio de la vida pelágica de la tortuga carey? ¿Quién no anhela corazas?
En una publicación de Facebook del Museo Franz Mayer, aparece la imagen de esta cajita con incrustaciones de carey y concha nácar, acompañada de un texto que dice que este tipo de objetos fueron diseñados “en respuesta a la pretensión de resguardo y atesoramiento de distintos tipos de bienes”. Las cajas de carey fungieron como caparazones transportables y contenedores de los objetos preciados. Los humanos buscamos caparazones para todo lo que somos, no nos limitamos a nuestro cuerpo. Cubrimos a diestra y siniestra lo que nos parece importante y en el proceso despojamos a otros de sus cortezas esenciales.
La reflexión que busco tejer aquí quiere identificar un límite entre el potente acto de atesorar, guardar y proteger, que es el anhelo de ser tortuga carey, y la crueldad de cazar un animal e imitar violentamente su ethos.
Considerar a la tortuga carey, reconocer lo majestuoso de las cajas y baúles novohispanos que llevan carey, honrar a las tortugas carey asesinadas. Sólo se me ocurre arrojar el material de vuelta al mar y eso es, muy seguramente, una pésima idea si la miramos desde el impacto ambiental que produciría.