Ilustración de Carlos Gaytan
Escribo estas líneas con 100 mg de modafinilo encima. El modafinilo es un medicamento que se usa para tratar el déficit de atención y para promover el estado de alerta. No lo necesito, pero me animé a consumirlo para salir de una crisis de productividad profesional. Lo hubiera inhalado. Quizá parezca que no hay una diferencia evidente entre un texto sin la dosis y un texto con ella, pero ciertamente me siento distinto. No es que la mente vaya a mil por hora, como lo dicen algunas descripciones de este tipo de medicamentos en internet. No es Adderall, vaya. Pero mi capacidad de concentración ha aumentado considerablemente. He pasado unas cinco veces por este mismo párrafo intentando lograr una mejor organización de las palabras. La pastilla me hace sentir que quiero estar organizado y me da un empujón para cumplirlo, pero no me saca de las erratas; al contrario, cuando trabajo con modafinilo, aparecen más que nunca.
Mi relación con el fármaco empezó cuando vi un capítulo de la maravillosa producción conjunta de Netflix y Vox adaptada al español latinoamericano como En pocas palabras, una serie antológica y bien documentada sobre temas diversos. En la tercera temporada, estrenada el año pasado, hay un capítulo que trata sobre la concentración. En él, una exconsumidora de Adderall, combinación de varias sales de anfetaminas usada para tratar los síntomas del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad y la narcolepsia, cuenta su primera experiencia con el fármaco: una maravillosa y productiva noche universitaria de ponerse al corriente con los pendientes. Es un medicamento que facilita la concentración, reduce el cansancio y promueve las recompensas biológicas que ama el cerebro. Pausé el capítulo.
Investigué. Hay una gran cantidad de personas que usan este tipo de medicamentos para aumentar sus capacidades cognoscitivas. Se autodenominan biohackers y han bautizado a este tipo de mezclas químicas como “nootrópicos”, aunque no sea en lo absoluto útil para las ciencias biomédicas poner en el mismo saco a medicamentos, alimentos, drogas y suplementos cuya efectividad no ha podido ser comprobada. Pienso que designarlos como nootrópicos es una manera de amortizar su impacto. No nos engañemos, los efectos del Adderall, el Ritalin y el modafinilo están más cerca de las metanfetaminas que de los suplementos naturistas.
El modafinilo me ha hecho sentir una especie de confianza infundada no sólo en las cosas que produzco bajo su efecto, sino en las cosas que vienen a mi mente cuando lo tomo. Parece un dato insignificante, pero la meth tiene efectos similares sobre sus usuarios. A los soldados (alemanes y aliados) de la Segunda Guerra Mundial se les daban kits farmacológicos que contenían, sobre todo, metanfetaminas para aguantar las arduas jornadas de lucha contra los enemigos. El origen del Capitán América se basa en la misma premisa de usar la investigación farmacéutica para producir soldados incansables en la batalla. Es imposible ignorar que la industria militar quiera formar supersoldados, pero ¿qué quería formar en mí al usar modafinilo?
Me encontraba en una crisis de productividad profesional. Antes de recurrir a la visita a la farmacia, intenté ponerme al tanto de métodos y técnicas de gestión del tiempo. Leí Getting Things Done, de David Allen y How To Take Smart Notes de Sönke Ahrens; hasta me suscribí al famoso newsletter de James Clear, quien escribió Atomic Habits. Esos libros me dieron ideas muy precisas sobre cómo organizar el tiempo y las tareas por hacer, pero sólo me dieron pistas para concentrarme en la forma, no en el fondo. Pronto tenía esquemas de organización que dejaba vacíos por no tener motivación para llenarlos, o por perder más tiempo organizando que haciendo.
Hay una espeluznante cantidad de youtubers que hablan sobre productividad. Carajo, tienen escritorios preciosos y agendas llenas de checks. El discurso de todos se dirige a maximizar la cantidad de tareas que se pueden hacer en el menor tiempo posible. No hablan de multitasking, pero sí de tener más espacio para palomear un pendiente más. Sobra decir que esos youtubers rara vez tocan el tema de para qué producir. Los pocos que se atreven a hablar de eso, coinciden en que liberar la agenda brinda más tiempo para concentrarnos en lo que realmente es importante. Lo que deciden ignorar estos creadores de contenido es que en el marco de un sistema tecnocapitalista como el nuestro no hay cosa más importante que producir, no hay cosa más importante que el trabajo.
Los estándares profesionales no son amables con las capacidades y condiciones materiales particulares de las personas. El mito de la meritocracia ha envenenado nuestra empatía hasta hacernos pensar que quien no trabaje todo lo que pueda, no llegará a ser alguien en la vida. Si en tiempos de Marx el primer paso para que un proletario fuera explotado era convertirlo también en una mercancía, hoy el primer paso para aspirar a encajar en el mundo profesional es que la anteriormente llamada clase proletaria se convierta en clase autómata.
Compré modafinilo de 200 mg en la farmacia después de enterarme que era una alternativa barata al Adderall (que no se consigue en México) o al Ritalin y, supuestamente, más gentil con la resistencia, la dependencia y la adicción. Se puede comprar por poco dinero en prácticamente cualquier droguería. El doctor Simi tiene una buena oferta al respecto los lunes, aunque después me enteré en un grupo de Telegram sobre biohacking de que es la mezcla menos estable que se puede comprar. Nunca me diagnosticaron con TDAH; estoy al tanto de que las farmacéuticas son directamente responsables de promover el uso indiscriminado de sus productos con el fin de aumentar su beneficio. Por ejemplo, son increíblemente descuidados, por decir lo menos, para recomendar sus antidepresivos y promover su uso con profesionales de la salud como aliados. Es facilísimo acceder al modafinilo. Hasta pueden hacer el intento, queridxs lectorxs, de cotizar un Rappi.
La primera vez que lo tomé me sentí como cuando esperas el efecto de la mota. La sensación de que algo pasará aumenta la disposición del cuerpo para notar los cambios. Tras unos cuarenta minutos, mi atención aumentó y fui capaz de trabajar varias horas seguidas. En el clímax del efecto, el cuerpo comienza a dejar de sentir dolor. Se cumplen las ocho horas de la jornada productiva, pero uno quiere más. Los pensamientos parecen más profundos y una extraña sensación de seguridad y satisfacción provocan la necesidad de seguir el hilo de los hechos hasta sus últimas consecuencias. Sherlock Holmes era adicto a la coca. Esto, como puede sospecharse, es útil para los trabajos teóricos y las lecturas. Jamás Foucault había tenido tanto sentido para mí como bajo el efecto del modafinilo.
Tras las primeras maravillas del medicamento, decidí tomarlo tres veces a la semana. De esa experiencia puedo decir que resulta poco útil para las relaciones personales. Bajo el efecto, la irritabilidad por distracciones es muy común. Peleé con mi pareja con modafinilo y me confesó que nunca me había visto más clavado en un problema. El sexo no se siente igual mientras dura el efecto. Durante las aproximadamente doce horas que estás “high”, todo lo que pasa por la mente es volver a trabajar. Cuando termina el viaje, sólo quieres ir a dormir porque el cansancio que antes era por poco imperceptible se vuelve intolerable. Me volví un poco (más) obsesivo. Empecé a cronometrar y medir mis tiempos de trabajo para maximizar mi productividad.
En 2008, Paul B. Preciado anunció el advenimiento de la era farmacopornográfica, en la que ya no se necesita del encierro para gestionar los cuerpos y las mentes. Ahora, voluntariamente, ingerimos el panóptico, esa estructura de poder, y las demandas productivas de este tecnocapitalismo voraz se convierten en mandatos que asumimos como retos personales para nuestra propia realización. Las, como máximo, cuatro horas de trabajo efectivo que los cazadores recolectores realizaban para vivir cómodamente nunca volverán. El ocio dejará de existir para convertirse en una actividad productiva, porque “trabaja en lo que amas y nunca tendrás que trabajar”. Los fármacos para hackear el cuerpo no sólo verán un auge, sino que se manejarán como dulces o tarjetas de béisbol. Espero equivocarme y que este pesimismo sea producto del modafinilo. Me propongo dejarlo paulatinamente como quien deja el café (otra droga para mantenerse trabajando), como quien masca tabaco para evitar el síndrome de abstinencia, como quien se hace resistente a los antibióticos por comer carne.
Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.