La famosa grieta

There is a crack, a crack in everything
That’s how the light gets in.

Leonard Cohen

Muchas veces he descrito el sentirme enamorada como estar dividida. Amar ha significado para mí la experiencia de una fractura o una bifurcación de mí misma entre el adentro y el afuera. En el acto amoroso algo definitivamente se abre —una puerta, los poros, la boca— para dejar entrar a otro y para volcarse hacia el exterior. Pero, pensándolo bien, el amor no hace nada más que mostrarnos una grieta. Es decir, que nos encara irreverentemente con la «incompletud», la propia y la de todo lo demás. Es a través de estas fisuras que se posibilitan actos como la expansión, el dolor y la transfiguración. Me imagino que esta apertura puede ser la famosa grieta, aquella de la que habló Leonard Cohen y, probablemente, todos los poetas del mundo. 

Demos un brinco hacia la Baja Edad Media. Los libros devocionales destinados a la nobleza tenían la entonces lujosa característica de utilizar texto e imagen en conjunto para producir potentes experiencias espirituales en sus lectores. Dentro de estos manuscritos, hay una imagen que me resulta particularmente enérgica y que sé que ha confrontado a lectores a lo largo de los años. Ésta se encuentra en las páginas de un libro creado para Bona de Luxemburgo, duquesa de Normandía. 

Atribuido a Jean le Noir, «La herida de Cristo» del Libro de Oraciones de Bona de Luxemburgo, Duquesa de Normandía, ≈1349

La imagen presenta al centro una enorme herida abierta e incorpórea, enmarcada por un anillo de carne blanca en forma de almendra. Los tonos rojos anaranjados y brillosos se profundizan y oscurecen hacia el centro donde se encuentra la rajadura en un color marrón casi negro, sugiriendo un espacio más allá. A los lados aparecen las herramientas utilizadas para torturar a Jesús durante la Pasión. 

Se trata, precisamente, de la representación de la herida de lanza infligida en el costado del cuerpo de Jesús tras haber muerto en la cruz. Sin embargo, aparece de manera aislada, colocada en vertical y del tamaño que se estimaba debía haber medido la lesión original. El propósito de presentar de esta manera la herida, acompañada de una oración que describe el sufrimiento de Cristo, era crear una conexión emocional intensa con el dolor e inspirar el amor y la compasión hacia Jesús. 

El parecido de esta representación con la imagen de una vulva o una apertura vaginal no parece ser ninguna coincidencia. Esta asociación se ha venido tejiendo desde escritos místicos antiguos en donde se erotiza y feminiza el cuerpo de Cristo para enfatizar en su cualidad creadora y nutritiva. Otras imágenes en manuscritos medievales dan cuenta de ello. Estas relaciones han sido abordadas por estudios cuirs, cuestionando los supuestos de normatividad heterosexual y cisgénero en otros tiempos y latitudes. 

Más de un par de siglos después, en 1602, Caravaggio pintó para la familia Giustiniani La incredulidad de santo Tomás. Este es un óleo que mide más de un metro de alto y más de metro y medio de largo, que presenta a Cristo resucitado frente a sus conmocionados discípulos. Ante la sospecha de Tomás, Jesús le invita a introducir su dedo en la herida de lanza para comprobar la viveza de su ser. El erotismo de la imagen es, a mi parecer, más que evidente. 

The Incredulity of Saint Thomas by Caravaggio.jpg
Caravaggio, La Incredulidad de santo Tomás, 1602, óleo sobre lienzo, 107 cm x 146 cm, Palacio de Sanssouci, Potsdam, Alemania

La penetración del dedo de Tomás en la herida de Jesús nuevamente sugiere el carácter feminizado del cuerpo de Cristo. Un cuerpo expansivo. 

Emil Nolde, Red Poppies, siglo XX, acuarela, 33 cm x 45 cm, colección privada, San Francisco, Estados Unidos

El espacio que hay en mi interior aumenta de tamaño. Ese rectángulo de luz y de aire que hay en mi interior, donde el pensamiento se esclarece, el lenguaje brota y la respuesta se vuelve inteligente, ese famoso espacio rodeado de soledad, ansiedad y autocompasión se abre de par en par mientras contemplo las flores de Nolde. 

Vivian Gornick

Tomé estas palabras de la novela/memorias Apegos Feroces de Vivian Gornick. En este fragmento la escritora se encuentra paseando por las calles de Manhattan y, tras percatarse de que tiene tiempo de sobra antes de reunirse con su madre, decide entrar al Museo Whitney. Ahí, se acerca a una pared que exhibe dibujos del expresionismo alemán y contempla con mucha concentración las acuarelas de flores de Emil Nolde. Esta experiencia conecta a la autora con una sensación de plenitud y expansión que reconoce en su historia de vida como la posibilidad de elocuencia, creatividad y liberación. Entre más amplio se siente este espacio, más paz y emoción le genera a Gornick. Esta apertura, lejos de crear vulnerabilidad, la protege. Nada puede tocarme. Estoy a salvo. Soy libre. Pienso. 

Habiendo hecho este breve recuento de lo que puede ser la famosa grieta, vuelvo a mi relato personal sobre el amor. Hace un par de semanas aconteció en mi cuerpo algo a lo que llamo la voz-llanto. La voz-llanto es aquella forma de expresión que no es únicamente palabra, sino que es muchos otros sonidos y reacciones físicas, una mezcla de gritos y mocos. La voz-llanto es manifestación pura y considero que mostrarla a alguien más, así como recibirla, es un acto de amor muy poderoso. Es un despliegue del interior hacia el exterior, cuya vía no me imagino que pueda ser ninguna otra más que la famosa grieta. Nada puede tocarme. Estoy a salvo. Soy libre. Pienso. El amor, entonces, más que estar dividida, hoy lo entiendo como estar abierta.

Gracias a todas las personas que contuvieron mi voz-llanto <3.