Aroma
El aroma a bruja es siempre reconocible entre brujas. Una siempre sabe si hay otras en la cercanía, ya sea por el aroma o por la energía que cargan. El aroma a bruja consiste en el humo que desprenden los inciensos o los sahumerios, hierbas, especias y, a veces, comida. Aunque la combinación de todos estos aspectos parezca común y ordinaria, la verdad es que hay otro algo detrás de todos estos olores. Debajo del incienso y las hierbas, está presente el aroma crujiente y eléctrico de la brujería. Entiéndase “brujería” como el conocimiento del balance de la energía, una forma de espiritualidad y el conjunto de las raíces ancestrales que han trabajado con estos poderes durante décadas, entre muchas otras cosas que engloba.
Cuando hay muchas brujas reunidas, la energía se calienta, se estira, se transforma y se convierte en un grito hacia el cielo que el universo devuelve después de tres semanas. Esta energía pura permanece como un manto blando que susurra palabras de amor acaneladas y chocolate caliente. Permea el lugar y toda superficie de donde se encuentren las brujas, fijándose en los cabellos, en la ropa, debajo de las uñas y en los sueños. Esta energía, este aroma, se puede describir entre tonos terracota y olivas que sabe a miel con salvia y se siente como el humo, pero que se respira ligero como brisa.
Recuerdo la primera vez que identifiqué conscientemente el aroma a bruja. Me encontraba regresando a la casa del lobo por enésima vez, subiendo hacia donde se encontraba el altar y pensando: “Así huele mi altar: a hogar y a brujería”. Semanas después, cuando caminaba por una de las calles aledañas al centro de Coyoacán, me percaté de ese mismo aroma y me lo repetí: “Huele a bruja”. Después, en una de mis salidas con el antiguo aquelarre, volví a encontrarme con ese aroma y me di cuenta de cómo todas respiramos al unísono, haciendo consciente la cercanía de otra bruja fuera de nuestra burbuja. “Huele a bruja”, todas dijimos.
El aroma a bruja es siempre reconocible entre brujas. Una siempre sabe que hay otras en la cercanía, ya sea por el aroma o por la energía que carga. En octubre, por ejemplo, se respira más fuerte ese cúmulo de energía. A veces se respira igual a lo largo de la rueda del año en los sabbaths más importantes. El aroma a bruja viaja y se envuelve entre nuestras fibras más profundas. Si lo conocen, tal vez jamás lo olviden. Si no lo conocen, espero que lo encuentren.
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Mabon
Reacomodaron a ciegas la sala naranja, en plena oscuridad de la noche, para albergar a todos sus cuerpos danzantes. Era el día de la segunda cosecha más grande del año y se encontraban celebrando todo lo que el universo les había brindado a lo largo de la rueda en una ceremonia de agradecimiento y amor. Del 21 al 23 de septiembre las brujas elaboran postres de manzana, miel y canela; desempolvan los vinos, las telas rojas y las latas de cerveza para comenzar los festines y los rituales. Esa noche, en aquella sala alfombrada, todos los pies descalzos y las sonrisas repletas de alcohol se entrelazaban como culminación del festín. La energía vibraba y les unía más que nunca.
Si la bruja cerraba los ojos mientras bailaba tomada de sus manos, podía sentir los hilos dorados que la conectaban a cada persona presente de su aquelarre y bohemia. Desde que se conectaron en el reencuentro unos meses atrás, se tomó como verdad absoluta la sintonía existente entre corazones que se sentía tangible en ese momento. Fuera de las celebraciones, esa sintonía era reconocida con abrazos de muégano y risas. A veces, entre susurros, a las cuatro de la mañana como si fuera un secreto y, a veces, con ojos llorosos. Ese día se compartió en el círculo que se formó alrededor de la mesa del festín cuando con una lata de cerveza en mano, cada participante agradeció el espacio, momento y lugar que permitió crear un lazo así.
Las preparaciones del festín habían agotado a la bruja; sin embargo, cuando la música comenzó, no dejó de bailar en ningún momento, ni siquiera cuando el lobo se le acercó con una botella de mezcal gigante y entre tragos largos se la acabaron. Tampoco cuando quienes ya se habían agotado, decidieron guardar las velas de las mesas y comer el postre. No quería ni podía dejar de dar vueltas. Vueltas, vueltas como las que dieron sus gritos hacia el cielo después de los agradecimientos; gritos que regresarían con mejores noticias; vueltas como las que dio el humo de las hojas que quemaron —con trabajos— en el jardín con los deseos escritos de su corazón para el nuevo año; vueltas como las que tiene que dar el incienso una vez que se enciende. Vueltas, vueltas, vueltas.
Llegó un punto en el que todas las manos, todos los torsos y todas las risas se confundían en el torbellino danzante que se había formado. Ya nadie sabía con seguridad qué extremidad pertenecía a quién; había quienes ni siquiera sabían dónde se encontraban sus manos entre tantas personas. La bruja admite ahora que ella era una de las personas que no sabían dónde se encontraban sus extremidades en ese rompecabezas de brujos, brujas y personas amantes de la música. En plena oscuridad conectaban todas estas personas tan importantes las unas para las otras. En plena oscuridad, después de tanto naranja, sus energías se alineaban otra vez.
Después del canto, del abrazo y del ritual; después de las manzanas, la canela y las cervezas; después de las guitarras, los pies descalzos y las anécdotas, el segundo día de la cosecha terminaba. La bruja, cansada y con el corazón repleto se acostó en una cama para dos en donde cabían cuatro, y apretujada, tarareaba la música del baile que acababa de terminar. En plena oscuridad tranquila, su cuerpo danzante descansaba esperando la próxima festividad.
Autora: Celeste Orozco (Ciudad de México, 1998). Estudiante de Letras Inglesas Modernas. Publicó el cuento “Naranja” en Primera Página. Políglota, cuentista y poeta, versada en gastronomía y amante de los gatos, las plantas y el café.