Con manos temblorosas, tomó la pequeña maceta, y la contempló un instante. Sus ojos se humedecieron. El endeble tallo de la planta se erguía desde un poco de tierra arenosa, que parecía apenas sostenerlo. Tres hojas, verdes y aterciopeladas, surgían a los costados y, en el extremo, un blanco botón anunciaba el inminente advenimiento del primer pimpollo.
Dos lágrimas brillantes corrieron por sus mejillas, y el temblor emocionado de sus manos se fue contagiando al resto de su cuerpo.
Avanzó hacia la ventana, conteniendo la respiración, llevando el cuenco entre sus manos, como si se tratara de un tesoro muy frágil. La abrió, y colocó la maceta en el alféizar, haciendo una mueca de desagrado, ante la ráfaga de aire ardiente y viciado que penetró en la habitación.
Afuera, nada había cambiado. Hasta donde alcanzaba la vista, todo era desolación. Edificios y calles destruidas, columnas y cables por el suelo, vehículos abandonados, muchos de ellos incendiados. La permanente bruma que formaban los gases y las partículas, apenas permitía vislumbrar la luz del sol. No se escuchaba ningún sonido. No se distinguía presencia humana, ni siquiera de algún animal o insecto.
La mujer apartó la mirada de aquel tétrico escenario, y volvió a posarla en la planta, cuya verde silueta se recortaba en la ventana, contrastando escandalosamente con el gris ceniciento del exterior.
Sus manos, ya sin temblores, fueron a juntarse sobre la curva pronunciada de su vientre, y en sus labios asomó, muy levemente, la promesa de una sonrisa.
Autor: Hugo Jesús Mion (Uruguay, 1967). Crecí en la ciudad de Florida, Uruguay. Tengo una pequeña empresa de construcción. La literatura ha formado parte de mi vida desde que tengo memoria. Tengo cuatro hijos. Leo y escribo en los breves momentos que me permiten mis ocupaciones. He participado en talleres literarios y mis textos han formado parte de publicaciones colectivas. Mantengo con dificultad un blog, donde comparto algunas de mis letras.