La maternidad es un eje vertebrador de nuestra sociedad: gracias a las madres y su capacidad para dar la vida, puede perpetuarse la especie y, así, el modelo de familia tradicional. Curiosamente, la concepción, gestión y parto ha sido tema tabú durante años, incluso en las películas; no fue hasta mediados del siglo XX que empezamos a ver las primeras representaciones honestas de la maternidad en el cine. Más adelante, con las revoluciones sexuales y sociales se cuestionó la idea convencional de madre, con su repercusión en la gran pantalla. Teníamos pues a madres solteras, embarazos no deseados o, simplemente, experiencias alejadas del idilio presentado hasta entonces. Uno de los géneros donde mejor se ve esta evolución es el terror. Desde la virginidad como salvación en Nosferatu, una sinfonía del terror (F.W. Murnau, 1922) hasta la deconstrucción del idilio materno en Babadook (Jennifer Kent, 2014) o Hereditary (Ari Aster, 2016) ha habido un largo recorrido. Vamos a descubrirlo.
Ya en tiempos victorianos, con la consolidación de la familia burguesa tradicional, se advertía a las jóvenes sin casar del peligro de mantener relaciones sexuales. Carl N. Degler cuenta cómo las mujeres que expresaban abiertamente sus instintos sexuales se consideraban trastornadas. En el terror, dichas consecuencias terribles se ven mediante simbologías. Drácula (Bram Stoker, 1897) nos presenta dos modelos de mujer, cada una con finales muy distintos: la casta Mina se salvará, Lucy es vampirizada y muere. En las primeras adaptaciones del clásico de Stoker también pervive dicha idea; en Nosferatu Ellen Hutter salva al pueblo del monstruo con la pureza de su sangre. Esta dicotomía se conservará hasta los slashers durante los setenta y su final girl, la única destinada a sobrevivir gracias a su superioridad moral.
Paralelamente a esta demonización de la sexualidad femenina y sus consecuencias inevitables, se admira y teme la capacidad procreadora de las mujeres. La bruja es quizás el mejor ejemplo, con Häxan: La brujería a través de los tiempos (Benjamin Christensen, 1922) como el máximo exponente en la primera mitad del siglo XX. Aquí, la magia de las brujas se asocia con la creación de vida. Algunas de ellas engañan a los hombres para tener sexo con ellos, otras recomiendan a las más jóvenes remedios para quedarse embarazadas. El mensaje es claro: el terreno de la fertilidad es únicamente femenino, y los hombres juegan un rol secundario en él. En la ciencia ficción de serie B en los cincuenta se repetirá esta misma idea, con antagonistas cuyo objetivo es utilizar a los hombres para perpetuar su especie. Éste es el caso de La diabla de Marte (David MacDonald, 1954), donde la misma llega a la Tierra para conseguir hombres con los que repoblar su planeta.
Una vez normalizadas la gestación y el parto, devienen parte central de algunas tramas. En ello se recreará especialmente el body horror, donde los protagonistas ven su cuerpo deformarse hasta límites escalofriantes. Ningún caso más adecuado para este género que el embarazo, que ya de por sí altera el cuerpo femenino. Alien (Ridley Scott, 1979) y sus secuelas han sido interpretadas como una metáfora del embarazo. No debe pues extrañarnos que muchas de estas películas traten el aborto con más naturalidad que otros géneros: ¿qué otra salida tiene la madre al estar gestando a un monstruo en su interior? It’s Alive (Larry Cohen, 1975) o La mosca (David Cronenberg, 1986) presentan el aborto como la alternativa más razonable para las protagonistas. El proceso del embarazo como algo horrible para la mujer, más allá de lo físico, también se ve en filmes de otra índole como El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), donde lo más terrorífico no es el hijo de la protagonista, apenas visto, sino el control al que es sometida una mujer embarazada.
Una vez nacido el hijo, se nos presentan varias posibilidades. Para empezar, la madre puede desaparecer del mapa tan pronto da a luz, ejemplo de la mujer como mero instrumento para perpetuar la familia. Contamos con numerosos ejemplos: desde las películas de la Universal sobre la prole de los monstruos más famosos sin mención a sus madres, como La hija de Drácula (Lambert Hillyer, 1936), hasta el tono trágico en El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), donde el malvado capitán Vidal es capaz de sacrificar a su mujer en favor de su heredero, puesto que lo único importante para él es perpetuar su apellido.
Si está presente, sin embargo, con voz y voto, no le auguran mejores posibilidades. En caso de querer dedicarse en cuerpo y alma a su hijo, hay muchas probabilidades de que éste crezca y se convierta en un psicópata o un asesino, muchas veces por culpa de lo que Leila Latif llama “maternidad abusiva”. En un artículo para The Guardian, Anne Billson explica: “En las películas de terror, las madres son la raíz del mal. Incluso cuando no se manchan las manos de sangre, su mala conducta materna provoca que se derrame sangre, muy a menudo por parte de los niños cuya psique han trastornado”. Quien asentó el canon fue la señora Bates en Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) —analizada a la perfección por Carla Boyera para ElDiario.es—, a quien siguieron la madre controladora de Carrie (Brian De Palma, 1976) o la vengativa señora Voorhees en Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980).
A partir de los ochenta, con la estandarización de la mujer trabajadora, el cine empezó a mostrarnos a madres (a menudo solteras) que compaginaban la vida laboral con el cuidado de los hijos. Es éste el caso en Karate Kid (John G. Avildsen, 1984), por ejemplo. Ahora bien, esto no siempre depara un final feliz. Karen, la madre en Chucky: el muñeco diabólico (Tom Holland, 1988), decide comprar a su hijo un regalo de cumpleaños para compensar que no pasan tanto tiempo juntos, con consecuencias fatales. Más simbólico aún es El exorcista, leído por algunos expertos como un relato sobre los efectos del divorcio en los niños. De hecho, Allison M. Kelly considera la “posesión” de Regan como un intento de competir por el amor de su madre.
El mensaje parece claro: haga lo que haga, una mujer tiene todos los números de ser vista como una mala madre. A ello podemos añadir la reflexión de Las Bloody Girls en su artículo para Canino sobre este tema: “El discurso social, incluso en lo relativo a la maternidad, ha estado configurado a través de perspectivas masculinas”. Por lo tanto, la maternidad ha sido glorificada, menospreciada, temida o injustamente criticada; siempre desde el parecer de los hombres. Sin embargo, el terror ha sabido adaptarse a los nuevos cambios sociales, y no es extraño ver en estrenos recientes un cambio de perspectiva. Películas como Babadook nos presentan a una madre que, aunque quiere a su hijo, a veces se siente sobrepasada por su tarea, mostrando así un retrato real y creíble con el que más mujeres se pueden sentir identificadas. ¿Significa esto que podremos por fin juzgar la maternidad con algo más de empatía y sentido común, lejos de los estereotipos imperantes hasta ahora? Esperemos que sí.