He notado que en los últimos años me cuesta mucho trabajo terminar de leer un libro de narrativa actual. Me obligo a pasar sus páginas como quien en una peregrinación arrastra sus rodillas para expiar culpas, sangro, hago acopio de toda mi fuerza de voluntad, sufro hasta llegar a la meta. En varias ocasiones simplemente no he podido más y he tenido que optar por el abandono. Por eso me emociono mucho al encontrar un libro que me devuelve mi felicidad de lectora ingenua, ésa que no piensa en otras cosas más que en el placer de leer. Libros que llevo conmigo a todas partes de la casa. Leo un párrafo mientras deshebro pollo, leo unas páginas mientras hierve el agua, cancelo citas para seguir pasando con avidez mis ojos por sus líneas impresas. Eso me pasó con Después de matar al oso pardo (2021) de Josemaría Camacho.
Una de las mayores pruebas de que un libro me gusta es que mientras lo leo, y también al terminarlo, siento la necesidad de encontrar a alguien que lo conozca para hablar de él y compartir experiencias lectoras. Asomo mi cabeza para buscar amigos. Por eso, suelo tener una urgencia de escribir acerca de él, pues sólo en la página en blanco puedo comenzar a extender ese diálogo que se convierte cada vez más en algo imprescindible.
La novela, desde su primer párrafo, declara el centro de la acción: “Me llamo Marcial y soy una de las 27 personas que no murieron el 25 de octubre de 2019 en la caída del vuelo 405 de Bravo Air, cerca del Pico de Orizaba, en la comunidad de Atzitzintla”. Aunque ese accidente resulta desconcertante, sólo se vuelve la punta de lanza para comprender la maraña mental de cada uno de los involucrados. Por eso me pareció muy satisfactorio que lo más interesante de Marcial, el personaje principal, no es su relación con el avionazo, sino su puntual, ameno y afilado modo de ver el mundo que lo rodea. Fueron su voz y su perspectiva las que me hicieron pasar y pasar las páginas. Precisamente por eso, lo extrañé tanto en un par de momentos en que sentí que esa peculiaridad se había diluido un poco.
Después de matar al oso pardo tiene un estilo ameno lleno de curiosidad: es empático, pero también desestabilizador de verdades. Aprovecha un acontecimiento inusual para hablar de las creencias humanas, por qué fabricamos respuestas y preguntas para nuestro cotidiano. Por eso, me parece idóneo tomar el tema de los aviones para trazar caminos sobre nuestro conocimiento del mundo. ¿Quién en realidad sabe cómo funciona un avión? Nos subimos con fe en el principio de uniformidad de la naturaleza: si hay tantos vuelos al día, ¿qué podría salir mal? Con la lectura de la novela de Josemaría Camacho, me vino a la mente uno de mis poemas favoritos de Principia, el libro de Elisa Díaz Castelo. En “Credo” la autora enumera, como un acto de fe, todas las cosas de la vida moderna en las que confía ciegamente. La primera, con la que da inicio el texto, precisamente dice: “Creo en los aviones”.
Casi cada semana recuerdo el comentario que mi papá usaba hace unos años para iniciar su curso de Filosofía. La primera vez que lo escuché fue en su salón, frente a un grupo nuevo, caras desconocidas, a punto de iniciar la clase. ¿Alguien de aquí sabe cómo funciona un apagador de luz? Algunos adolescentes respondieron que sí. ¿No es acaso muy obvio? Lo apachurras y listo, un acto de magia. ¿Pero qué es lo que pasa internamente para que eso suceda? ¿Cómo funcionan los cables, la electricidad, la energía que fluye?
Pienso mucho en ese ejemplo —magnífico para iniciar el estudio de las preguntas humanas— porque frecuentemente me asusto al descubrir todo lo que doy por sentado. Mis aparatos electrónicos ocultan sus cerebros detrás de aluminio y plástico reluciente. Mis clases de química llegaron en un momento en que las fórmulas no me significaban nada. Hay tantas cosas que ignoro, tanto que podría saber. Pero la vida sigue su curso sin que nos revele sus porqués, nadie necesita explicaciones para continuar.
Me gusta leer precisamente por eso: para maravillarme y entristecerme de mi propia ignorancia, pues de ella nace otro tipo de voracidad, las ganas de entrecerrar los ojos, ver las cosas por vez primera, hacer literatura. A veces me impacienta que nuestra única forma de escribir sobre libros implique el reconocernos como críticos que observan todo como máquinas registradoras de valor. Si bien en mi lectura de Después de matar al oso pardo me sorprendí por algunos aspectos formales y me decepcioné por un par, mi relación más importante con este libro fue el recobrar un disfrute perdido y sentir la satisfacción de ver desarrollar en palabras de otro ciertas preguntas e intereses que me parecen sustanciales para hurgar en quiénes somos y por qué.
Ojalá que la conversación apenas empiece y pronto me encuentre con otros lectores de Después de matar al oso pardo con los cuales compartir impresiones, desalientos e interrogantes cuyas respuestas jamás hallaremos.
Autora: Laura Sofía Rivero (México, 1993). Ensayista, coordinadora de talleres y docente mexicana. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas 2016-2018 y del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes 2018. Autora de Tomografía de lo ínfimo (Fondo Editorial Estado de México FOEM (Colección Letras / Ensayo) / Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2018). Ha publicado en las revistas Tierra Adentro, Letras Libres, Revista de la Universidad, La Palabra y el Hombre, Este País y Punto de Partida, entre otras. Ganadora del III Concurso Nacional de Crítica Literaria Elvira López Aparicio 2016; del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017; del Premio Dolores Castro 2016; del Premio de la Juventud Ciudad de México 2018 en la categoría de actividades artísticas y culturales; del Premio Estatal de la Juventud 2019 en la categoría de trayectoria artística y cultural; y del Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2020.